Hablando de narrativas

Es curioso que un debate entre presidentes de Suramérica, acerca de la violación de los derechos Humanos en Venezuela, recurra al concepto de "narrativa". Jergas de la época, se me dirá. Palabritas que se ponen de moda. Yo, que provengo del periodismo y la literatura, no puedo evitar recordar, a propósito de la noción en cuestión, los textos analíticos acerca de narrativa escritos por Roland Barthes y Algirdas Greymas, desarrolladores de la ciencia de los signos, la semiótica, y críticos literarios de aires científicos. En esos contextos, el término "narrativa" se refería simplemente a un tipo de discurso, diferente al argumentativo o lógico. Sospecho que el giro semántico que convierte una "narrativa" casi que en un sinónimo de una falsedad, calumnia propagandística o, al menos, una ficción, proviene de algunos teóricos de la posmodernidad. Lyotard, por ejemplo, afirmaba que desde los setenta, más o menos, las "metanarrativas" de la modernidad (o sea, de la Ilustración acá) para sostener que la ciencia servía para lograr una sociedad más racional o "emancipada", han quedado "deslegitimados", o sea, refutados, desprestigiados. Simples promesas sin cumplimiento. Puro cuento. Tal vez, Lula deseó emplear un eufemismo; quiso decir "mentira", pero dijo "narrativa" (además "construida", ¡ufff!), porque suena más bonito, más suave o hasta más refinado y posmoderno.

La cuestión es que hay narraciones que refieren hechos ciertos, comprobados, que efectivamente ocurrieron, independientemente de la voluntad de quien los menciona. El ejemplo más obvio es la narrativa histórica. Pero, bueno, la discusión de fondo entre Lula, por una parte, y Boric y Lacalle, es si en Venezuela se violan los derechos humanos, qué posición tomar al respecto y si el tema se considerará en el retomado proyecto de integración regional y de qué manera.

Claro: hay narrativas de ficción. Las novelas y los cuentos literarios, por ejemplo. Sobre ellas desarrollaron su aparataje analítico Barthes y Greymas, entre otros. Digamos con Greymas que toda narración reúne alguno, o todos, de los esquemas o estructuras del viaje, de la acción o del conflicto. Para decirlo con Borges, toda narración puede reducirse a la Ilíada (una guerra) o a la Odisea (un viaje). La cuestión de si es falso o no, es otra cosa. Puede que no estemos de acuerdo en los métodos o criterios a utilizar para confirmar los hechos que cuenta la narrativa, o acerca de la institución encargada de realizar esas investigaciones. Por lo que sé existen muchos testimonios muy precisos, así como pruebas físicas de torturas; hay evidencias de que no se han usado jueces naturales, sino se ha incurrido en una militarización de la justicia; hay pruebas de retardo procesal que ha repercutido incluso en la muerte de una persona (caso Baduel); hay muertes que no tienen una explicación satisfactoria (los famosos "suicidios"). No se trata de una falsedad a priori las denuncias que abundan y suman bastantes centenares.

Pero está también el asunto político. La integración suramericana (ojo, no latinoamericana; menos, bolivariana; el matiz es importante) que ahora retoma Lula ¿hará la vista gorda a casos de violaciones de derechos humanos en función del objetivo más importante de integrar las economías y colocar a Suramérica como actor importante en el reordenamiento geopolítico del mundo, marcado por el ascenso de China y la decisión rusa de reconstruir un poderío territorial como fue cuando el zar y cuando Stalin?

No es de ahorita que Brasil se plantea la integración regional como política exterior. Eso ha sido así, incluso mucho antes de Lula. Efectivamente, Brasil tiene por lo menos dos razones para aspirar a ser determinante en la geopolítica: la económica y la propiamente geopolítica. La económica se refiere a la transnacionalización del capitalismo brasileño, su carácter de gran inversor fuera de sus fronteras, de país industrializado interesado en garantizar mercado para sus productos manufacturados y acceder a las materias primas y productos energéticos de sus vecinos. Desde los setenta se viene hablando del subimperialismo brasileño. La razón geopolítica salta a la vista si tenemos enfrente un mapa del continente. Brasil tiene fronteras con casi todas las naciones suramericanas. En casi todas tiene importantes inversiones. Además, Brasil en poco tiempo ha retomado sus relaciones con China y anunciado su aspiración de ser un elemento fundamental en el BRICS, propuesto como nuevo polo de poder en plena guerra fría del siglo XXI.

En relación a la defensa de los Derechos Humanos, es verdad que se ha usado muchas, demasiadas, veces como justificativo de intervenciones abusivas de la soberanía de los estados, evidenciando una hipocresía desmesurada. Es decir, "defiendo" los derechos humanos en aquellos países cuyos gobiernos no son mis aliados (es un decir: quise significar "aliados de los EEUU"). Claro, se pude aducir que el que esté libre de pecados que lance la primera piedra. Pero, desde un punto de vista moral, los DDHH hay que defenderlos, aquí y en Pekín. Si no, si está sujeta a conveniencias políticas, se tendrá que asumir la denuncia moral.

Por lo demás, me parece que Lula y la dirigencia del PT, a diferencia de sus bases militantes, son pragmáticos. Desde siempre, Lula ha tenido que lidiar entre su política de integración regional, asociada a valores como la solidaridad (para no hablar de la identidad cultural o histórica de lo "latinoamericano"), contra una política guiada por la defensa de los intereses de las grandes empresas brasileras transnacionalizadas, no muy solidaria que se diga. Ya en los primeros gobiernos de Lula esta disonancia se ha hecho sentir, por ejemplo, a propósito del gas boliviano (choque entre cancillerías por la nacionalización del gas decretada por Morales con muy "mala educación", afectando empresas brasileras) o el incumplimiento de contrato en el caso del Ecuador de Correa. Ni hablar del papel de empresas brasileras en la corrupción de los países vecinos. Detallar el caso de los sobornos de Odebrecht en todo el continente, desbordaría los objetivos del presente artículo. En todo caso, siendo pragmáticos, Lula va a capitalizar o gestionar esas disonancias. Brasil aspira a formar parte de referencia despolarizadora propia del ascenso de China y del BRIC.

Por otro lado, Lula e Itamaratí cuentan con lo que se podría llamar el oportunismo geopolítico. Quiero decir, el sentido de aprovechamiento de ciertas oportunidades que brindan los conflictos económicos y geopolíticos entre el bloque norteamericano (Europa incluida) y el bloque en gestación asiático (China, Rusia, etc.). Ese oportunismo tiene grados. Por ejemplo, está el grado de parasitismo, evidente en el caso de Cuba que en tantos años de supuesto socialismo siempre dependió de una potencia extranjera (la URSS) y no logró desarrollar ni soberanía alimenticia, ni industrializarse, ni nada, es decir, no rompió con la dependencia como se sostenía en los sesenta. La otra categoría es el venezolano. Nunca Venezuela podrá ser como China. Pero ahora sí puede ofrecer al capital transnacional muchas ventajas, desde las fiscales, hasta la baratura de la fuerza de trabajo. Mientras tanto, se dolariza, se crean las Zonas Económicas Especiales, se negocia con las petroleras norteamericanas. No me extraña que se use la posibilidad de un acuerdo, como el que hizo Brasil con China, de definir su comercio exterior con monedas diferentes al dólar.

La oferta de Lula a Maduro es apetitosa para ambas partes. No es la primera vez que las empresas brasileras invierten en energía venezolana. Incluso, desde la construcción de la represa del Guri, hay capitales brasileros involucrados. Por supuesto, que Venezuela no está en capacidad como se promete metiendo cova (otra narrativa de ficción, por cierto), de proveer electricidad al norte de Brasil. La producción y distribución de electricidad, caracterizada por continuos apagones y racionamiento, niegan cualquier posibilidad. Por eso, va a ser necesario que las empresas brasileras inviertan y saquen de paso su provecho. Business is business. Por su parte, el gobierno "rompe el bloqueo" gracias aun "hermano mayor" grandote y poderoso que además está ya asociado con el gigante chino.

De modo que la integración suramericana no es "bolivariana", ni siquiera "latinoamericana". Eso queda para una ficción, propia del discurso demagógico de hábiles presidentes que se aprovechan del asunto no resuelto de la "identidad latinoamericana" y la compleja relación (¿edípica?) con un Padre divinizado (Bolívar). Se trata de capitalizar, expandir el poderío de las grandes empresas brasileras, a saber: Odebrehct, Camargo Correia, Gerdau, Ultrapar y Queiroz Galvão, entre otras.

¿Cómo lidiará Lula y la gran burguesía transnacional brasilera con las contradicciones entre los jefes de Estado suramericanos acerca de temas como este de los Derechos Humanos? Con diplomacia y pragmatismo, claro.



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Jesús Puerta


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