Carlos Andrés Pérez y la "Gran Venezuela". Nunca se es tan grande como uno cree (II)

La izquierda misma, de la cual formó parte José Vicente Rangel, como independiente, los diputados del MIR en su segunda etapa, después de volver a la legalidad ante el fracaso de aquel proceder también mesiánico que fue aquel suicidio colectivo que llamaron la lucha armada, y los del PCV, ayudaron a CAP a salvarse antes de tiempo, ante aquel intento de decapitarlo en el Congreso bajo acusaciones de corrupción relacionadas con el gesto que también llamamos con justicia mesiánico de la donación del buque Sierra nevada a Bolivia. Se trató, al margen de lo invertido, de un gesto si se quiere hermoso de solidarizarse con aquella patria, sin importar quienes allá gobernasen, en su reclamo por acceder al mar, sobre todo cuando en Chile, país que usurpa territorio costero boliviano, gobernaba Augusto Pinochet. De nuevo Venezuela y los venezolanos asumen como suya una consigna y una causa que la mayoría de los pueblos y gobiernos del continente apenas miraban de soslayo.

Pero aquella conducta de la izquierda, de no prestar sus votos para condenar a CAP, también estuvo determinada por la relaciones cercanas que este mantenía con Cuba y su empeño de abrirle al gobierno de Castro espacio entre la diplomacia latinoamericana después de tantos años de marginación y sufriendo los efectos del bloqueo impuesto por EEUU. Entonces, entre la izquierda se dijo, "asumimos esa actitud que favoreció a CAP por su política internacional". Lo que es parte de la misma forma como los venezolanos de las distintas tendencias y hasta creencias hemos asumido nuestro rol en el marco histórico de América Latina y hasta el mundo. Nos creemos como la llave y hasta el cerrojo para todas las puertas. Por razones que uno no cree necesario exponer en este momento, CAP asumió aquel rol y hasta mantuvo relaciones cercanas con Castro por muchos años. Aunque al momento de analizar este asunto habría que relacionar con lo que acontecía en el área petrolera, donde pese aquello como rimbombante de la nacionalización, se estaban haciendo grandes concesiones a quienes hasta ese momento eran los dueños de lo invertido en el área. Lejos de tener que dejar de seguir haciendo uso de ese derecho, debían entregar al Estado venezolano sin costo alguno para éste, todas esas instalaciones al llegar al vencimiento de las concesiones. Por el contrario, la nacionalización, que adelantó por poco tiempo ese proceso, significó que la nación venezolana debió pagar a las petroleras el valor de sus inversiones. Esas concesiones fueron el respaldo de aquellas acciones como atrevidas de relacionarse con Castro con libertad, sin recibir objeciones ni regaños de USA y quizás con la oculta intención de lograr algo que nadie se ha atrevido a dilucidar.

Con frecuencia se habló de furtivos encuentros en la isla de la Orchila, entre CAP y Castro, aparte de lo que ya dijimos, que fue invitado casi de privilegio a sus dos tomas de posesión. Como dato curioso y hasta quizás impertinente, vale la pena recordar como el primer gobierno que condenó el alzamiento de Chávez y los suyos contra CAP en 1992 fue el cubano. Por razones de distinta naturaleza, dignas de por lo menos recordar en este momento, Cuba había olvidado aquel rol mesiánico momentáneo de los primeros años de revolución y el propio Che Guevara parecía una figura apagada y de uso frecuente en el marketing, sobre todo con la finalidad de atraer a jóvenes para fines radicalmente distintos de lo que fue el guerrillero argentino.

Hablando de lo anterior, es bueno recordar como el presidente Chávez, en más de una oportunidad, habló a manera de censura contra aquella izquierda que salvó a Pérez de ser destituido, omitiendo los motivos que justificaron aquella conducta, dados por la izquierda misma, de la cual formó parte como diputado José Vicente Rangel, hizo mención al hecho que ella hubiese prestado sus votos para salvar a CAP, que Copei y hasta su propio partido AD lo sancionaran por corrupción y lo sacasen anticipadamente del poder. No obstante, nunca hizo alusión a la condena del gobierno cubano contra aquel alzamiento del 4 de febrero de 1992 protagonizado por él y hasta como, de manera directa o indirecta, recibieron respaldo y por lo menos el aplauso de gran parte de esa izquierda.

La irrupción de Chávez y los suyos aquella madrugada del 4 de febrero de 1992, tuvo una alta carga mesiánica. Pese lo conocido posteriormente y hasta por eso mismo, los argumentos abundantes que el comandante de aquel movimiento dio para explicar aquello, hablan de un grupo que desde tiempos atrás, en el seno de la escuela militar y muy escasos vínculos con el mundo exterior, asumió la enorme tarea no sólo de alcanzar el poder sino de imprimirle un cambio sustancial al país que ha quedado marcado a lo largo de los años. Los hechos hablan por sí solos. Quienes conformaron aquel movimiento escasamente hicieron contactos o se relacionaron para eso mismo con otros factores del país distintos al estamento militar que ese día se pronunció y quizás al que pocos meses después, noviembre del mismo año, lo hizo bajo el comando del Almirante Grúber Odremán.

Lo mesiánico del venezolano que abundó después de muerto Bolívar entre aquellos generales que poblaron nuestra historia pasada e hizo que tengamos más héroes que victorias que celebrar, tanto que pareciera que poblamos nuestro cielo heroico con soñadores que, más de las veces, perdieron cada parada, vieron disolverse los sueños apenas comenzaron a escucharse los primeros tiros, se unió al petróleo que pareció potenciarlo, tanto que cada uno de nosotros, salvando los escalafones, se sintió tentado a creerse el salvador del mundo o por lo menos de nuestra América. Ese mesianismo insufló aquel espíritu heredado de los primigenios que recibieron a los europeos aquí llegados por carambola y perdida la brújula, con una generosidad que los llegados de fuera no conocían, tanto que le dieron otra interpretación, acorde con el espíritu rapaz que les caracterizaba y determinaba su conducta. El espíritu mercantil y capitalista de los venidos de allá lejos les vio como una mercancía más para obtener ventajas. Los indígenas vieron seres humanos, si diferentes a ellos en varios detalles perceptibles a simple vista, pero les imaginaron como ellos en aquello que no puede verse al instante y por eso les trataron con afecto y solidaridad. Y estos sentimientos en sí forman parte de esa carga mesiánica que crecerá entre nosotros y hará que nos comportemos como si fuésemos el centro del universo y los llamados a enfrentar los problemas que afectan a una inmensa comunidad mucho más allá de nosotros.

El petróleo nos hizo creer que en la comunidad latinoamericana éramos como una especie poderosa, con disposición a sacar la cara por todos, mientras los demás mantienen, si no actitud de servir a los capataces, si la de pasar desapercibidos en espera que alguien asuma el liderazgo mientras observan con discreción y prudencia. Es decir, se dicen así mismo, como solía decir alguien de mi afecto, "no te abalances", cuando creía no era conveniente fuese justamente uno y sólo, como "Tarzán de los monos", quien saliese a dar la cara tratándose de un asunto inherente a toda la comunidad.

Y no nos quedamos en admirar lo mesiánico y los mecenas, como suelen hacer en la mayoría de las cosas los pueblos, gobernantes, partidos, sino que nos creemos herederos y obligados a recoger sus banderas y salir al frente y en disposición de combate y jugarse el resto, solos, mientras los demás miran desde lejos y hasta escurren el bulto.

Ese mesianismo que nos llevó de las costas orientales, pasando por los llanos y las cordilleras andinas venezolanas hasta allá a lo más profundo del sur, donde nadie aparentemente nos había llamado, nos hizo como sentirnos Padres de nuestra América y siendo así, dispuestos a los más grandes sacrificios. ¡Cuánto sacrificio, desprendimiento derrocharon los venezolanos en la lucha por la independencia de América! ¡Cuánto hemos tenido que pagar por ese creernos el hermano mayor, padre o mesías destinado a asumir un rol más allá de nuestros límites! Por eso decimos hasta el fastidio refiriéndonos al vecino, cual si fuésemos necios, "nuestro hermano", mientras recibimos a cambio una mirada cargada de suspicacia e insinuaciones.

En alguna parte leí, no sé si en un trabajo histórico o de narrativa, sobre uno de nuestros generales de esas tantas guerras internas que en este país se desataron, que fueron tan numerosas como para no sentir ganas de meternos más nunca en otra, quien solía escribir con mayúscula toda palabra usada en sus proclamas, con lo que pretendía ponerle más énfasis y fuerza a su lenguaje. Y eso también pareciera hablar de eso, de la grandeza de la tarea del mesías.



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Eligio Damas

Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.

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