Recuerdos en sepia…

  1. A raíz de una entrevista que le hiciera la historiadora y escritora Adriana Rodríguez al destacado fotógrafo Mauricio Rodríguez (hijo del poeta Carlos César Rodríguez), me ha venido a la memoria una serie de recuerdos del año 1957. Contaba yo apenas con doce años y en medio de una misteriosa represión que rondaba por todas partes. Iba con mi padre a Caracas en un autobús en el que varios pasajeros cuchicheaban contra el general Marcos Pérez Jiménez y aseguraban que se estaba armando un movimiento subversivo dentro del Ejército. Mi papá era talabartero (Francisco Javier Rodríguez Barberi), excelente talabartero, quien compraba sus cueros, sus herramientas, en dos lugares, en Villa de Cura y en Caracas.

  2. Pues bien, ese año llegamos a Caracas, y todo era sugestivo, maravilloso, estremecedor, y fuimos a alojarnos en un apartamento de la señora María Rodríguez, hermana de Carlos César Rodríguez (poeta, cuyo nombre ennoblece uno de los edificios de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Los Andes). Ese apartamento quedaba en uno de los famosos y grandiosos bloques de El Silencio, construidos por el gobierno de Isaías Medina Angarita.

  3. En medio de conmoción en conmoción, por todo lo que me rodeaba, el clima, las luces, la atención, las voces delicadas y suaves, se nos condujo a una habitación esplendorosa donde nos acomodaríamos papá y yo: salas y muebles, vitrinas, cortinajes, un balcón, olores y colores amables, todo en mí me producía vértigo de gloria y felicidad, yo un llanero salvaje, un mulato sin modales ni educación alguna... Mitigaban un poco mi descomunal mugre pueblerina, el hecho de que allí se alojaban mis hermanos Argenis y Adolfo, y también el poeta guariqueño Ángel Eduardo Acevedo.

  4. Al fondo, de no sé dónde, llegaban notas de música clásicas, Beethoven o Mozart, y brotando de algo fantástico, la sorpresa suprema y más contundente de todas cuando nos presentan a dos niños más o menos de mi edad, Ruth y Carlos, hijos de la señora María. Creo que para estos dos pequeños, representaba una verdadera alegría el que a su casa llegara otro muchachito. Ni que decir, que Ruth me pareció lo más hermoso jamás visto por mí en éste y en muchos otros mundos.

  5. Voy con mi padre por los amplios pasillos de uno de los bloques del silencio. Mi padre quiere ver si compra unos lentes, me detengo a ver unas vitrinas cuando siento que un coño de madre me tiembla por detrás el saco del liquilique. Cuando volteo, veo que son tres carajitos burlándose, muertos de la risa por el traje llanero que llevo, y preguntándome a la vez que dónde dejé el caballo. Mi papá es inconfundiblemente un llanero con porte, su liquilique y sombrero cogolludo de fieltro. Un llanero nunca puede pelear enchiquerado, es decir en un lugar que no conoce, pero me sentí horriblemente burlado, y también sentí pena por mi padre que lo lo estaba viendo todo eso.

  6. Salgo a dar un paseo con Carlos, tomamos por unas de las laderas de El Calvario. En el camino vemos a dos perros "pegados" y Carlos que casi nuca sale de su casa se asombra y pregunta que sin esos perros están enfermos. Me maravillo de que no sepa lo que está viendo, y no sé cómo explicárselo. Cuando volvemos al apartamento Carlitos trata de explicarle a su madre, con chocantes detalles, lo que ha visto entre los dos animales, y entonces me siento profundamente culpable y avergonzado. Creo que la señora María le debió decir que no volviera a salir conmigo, eso era algo que presentía hondo en mi corazón.

  7. Mi padre nos visitaba una vez al año en San Juan de Los Morros, porque él estaba radicado en Las Mercedes del Llano, donde se encontraba su negocio. Mi madre con su racimo de muchachos, para que éstos estudiaran, tuvo que establecerse en la capital de Estado Guárico. Las Mercedes era punto conveniente para que mi papá pudiera vender sus cosas, allí le compraban los arreos para las bestias (sillas de montar, cinchas, guruperas, gualdrapas, riendas…) los ganaderos, la gente del campo. Mi padre hacía también verdaderas obras de artes con el cuero, virguerías de correas, fajas, tercerolas, carteras, vainas para revólveres, puñales o machetes, sandalias y zapatos.

  8. Recuerdo que ése, mi primer viaje a Caracas, en 1957, a las seis de la mañana, tomamos el autobús en la Plaza Los Samanes, en San Juan de Los Morros. Al llegar a Tejerías cogimos por la Panamericana, hermoso tramo con bastante neblina a casi toda hora, pasamos por Los Teques, nos detuvimos a tomar café o chocolate en esos parajes al lado de la carretera que eran famosos por sus panes (golfeados, sobre todo) y chucherías de la región mirandina. Yo iba vestido con la mejor ropa que cabía esperar para tan extraordinaria ocasión: iba de liquilique blanco, un traje confeccionado por mi madre, que puedo decir era la mejor costurera de los llanos, de hecho, tuvo una sastrería con varios dependientes que hacían, por ejemplo, los trajes para muchos obreros petroleros de Roblecito y de toda la Policía de Las Mercedes del Llano.

  9. Había pues, cierta entrada monetaria en mi familia, pero todo ese dinero perdía en enfermedades; en las enfermedades y en una muchachera a la que mantener. A la final esa situación nos habrían de llevar a la arruina total.

  10. Todo eso, pues, recordé, leyendo la entrevista que le hizo Adriana a Mauricio Rodríguez.



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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