¿Al luchar por el salario, lo hacemos por el cambio social o por puro conspirar? ¿Qué nos enseñó la escuela insurgente?

Casi todos los días, como si una fuerza misteriosa me guiase o más bien me empujase con suma suavidad, los dioses me atrajesen con una melodía que no escuchaba pero me impregnaba, un olor fecundo, un bello rumor, unas notas sensibles e inaudibles, una magia, viniendo de mi barrio, al llegar a la esquina donde finalizaba el llamado Cochabamba, en una encrucijada donde arrancaban dos calles, una con dirección al viejo y pequeño hospital de niños y el liceo Sucre, que era este mi meta y otra con dirección al parque Ayacucho y al río, pese era una vía más larga, yo tomaba esta, la llamada calle de "Los telares". Era eso en mí como un ritual, nunca me pregunté por qué hacía aquello y menos por qué, al pasar frente aquella edificación que iba casi desde el inicio de la calle hasta el final, un camino por demás solitario, en un pueblo donde a determinadas horas, como las primeras del día, poca gente uno hallaba en las calles, miraba hacia dentro con excesiva curiosidad. Algunas veces creía, buscaba fantasmas, pero al final que jorungaba en la historia, tras la apretada bruma buscaba señales y respuestas.

Al llegar al oxidado portón de aquella vieja fábrica, que siempre estuvo cerrada, por lo menos desde la primera vez que por allí pasé, ubicado en el medio ella, pocos metros más adelante, tomaba la calle que abría a la izquierda, ¡casualidades de la vida!, para dirigirme al liceo. Desde que iniciaba mi camino por esa calle, hasta cruzar como ya dije, para dirigirme a mi meta, mi inolvidable escuela secundaria, me asaltaban las dudas, preguntas sin respuestas, la idea y hasta necesidad de ver alguien adentro, aunque fuese un fantasma, para preguntarle sobre la historia allí encerrada. Sólo supe una vez, por alguien que tuvo la oportunidad de acceder a aquel misterioso espacio, detrás de unas rejas muy altas de alambre, dos portones enormes, asegurados con gruesas cadenas y unos muy grandes candados oxidados, como las puertas, que en el centro de aquel espacio, había como una pequeña plaza, entre dos enormes talleres. Era un jardín circular y, en el medio muchos pedestales cilíndricos, en los cuales montados estaban querubines y estos, según, hasta hace poco estaban. ¿Qué significaba todo eso? Sólo querubines, mensajeros de Dios, quizás para conservar la verdad. Una cosa que quienes aquello construyeron nunca entendieron, porque Dios, hasta a los profanos, hace trabajar para sus fines divinos, aunque el diablo intente lo contrario.

Era, el que yo tomaba, un camino más largo; debía caminar unos cien ó ciento cincuenta metros demás; pero como dije, siempre por allí me iba, sin saber por qué. Afortunadamente, aunque eso no debo decirlo, porque es una manera egoísta, era el único de mi barrio, "El Río Viejo", que estudiaba en aquella escuela prestigiosa llena de docentes excelentes, la misma donde conocí a la virgen y no en la catedral.

Nunca en la escuela, entre amigos supe nada sobre el misterio o bella historia que encerraba aquel grande taller abandonado. A él, sólo se aludía por hablar de la calle, "de los telares". Pero dentro de mí se anidaba un misterio, un atractivo hecho, del cual sólo supe cuando ya estaba algo entrado en años. Entonces me enteré de la historia allí guardaba, que interpreté como el terror del Estado y las clases dominantes, borran la memoria de los pueblos o mejor, de esta sus más bellos recuerdos. Sobre todo si estos están asociados a las luchas de los humildes por sus derechos y esto es caminar de la vida hacia el cielo. El acceso a esos ejemplos, quienes tienen el control de todos los caminos, a estos cierran para que nada de eso llegue.

En mi novela "Los perdedores". Hago una ligera alusión a lo que allí sucedió, sólo como un recuerdo bello y una manera de dejar constancia del misterio que aquel viejo edificio gris abandonado, tras aquellas rejas y portones encadenados, donde nunca llegué a ver a un humano, encerraba. Una historia de luchas frustradas por el Estado y los patronos y como un monumento misterioso para inculcar en la mente colectiva, sobre todo de los trabajadores, de lo que no debe hacerse. Quizás por eso, por aquella calle casi nadie transitaba; de los muy pocos era yo, casi un niño todavía, sin motivo aparente, pero atraído por un misterio, pudiendo, tomar otra vía más concurrida y corta.

Y una cosa curiosa, mi padre no fue obrero, pero fue poeta y abogado. Mi madre, una simple artesana, tejedora de manteles y cubrecamas con "hilo de alpargata", como decimos los cumaneses o pabilo en el lenguaje caraqueño y el mimbre para las camas, sillas y mecedoras; una artesana. Y conviví no entre obreros, sino artesanos de zapatería, pescadores y jaladores de trenes y tarrayas. Quizás, esa mezcla, creo en mí el atractivo por el misterio y me llenó de dudas. Lo que hacía que tomase aquella calle. Un misterio había en aquel muy grande taller abandonado, del cual sólo oía decir que hubo un telar, donde se juntaba un gran número de trabajadores y se elaboraban telas que se vendían en el país todo, una empresa importante.

Años más tarde, ya graduado de docente, hablando con un amigo investigador y profesor de historia de la UDO, supe parte del misterio de aquello, lo que me atraía, secretamente, como si alguien me enviase ondas y señales.

En 1936 se produjo la primera huelga petrolera de Venezuela. Quienes formaban el Partido Comunista, como Rodolfo Quintero, Manuel Taborda, lideraron aquel movimiento. A raíz de eso, desconozco exactamente si ambos acontecimientos estuvieron relacionados, tampoco sé exactamente si el sindicalista cumanés del PCV, Federico Rondón, estuvo relacionado con esa gesta, como lo sugiero en mi novela antes citada, se produjo una larga huelga de los obreros de esos telares. Yo todavía no había nacido y, cuando empecé a pasar por allí, tendría unos 12 años, habían transcurrido 16. Y de la memoria colectiva eso había sido borrado o, por la humildad, sencillez, poca perspicacia o sentimiento de clase, a eso no se le dio importancia alguna. No sabía la gente de mi pueblo, aquella con la que convivía, mis maestros, el significado de aquello o, el carácter de los gobiernos pasados y el presente de entonces, la naturaleza del Estado, habían logrado borrar todo aquello, tanto que pese mi pasar incesante por allí, sólo me llegaban señales muy difusas.

La empresa cerró para dar un ejemplo impertinente. Los líderes fueron detenidos por el régimen, las máquinas y obreros calificados y nada peligrosos, las materias primas y toda la cultura esa, se les llevaron a Caracas y sólo dejaron y cerrado el museo frente al cual, sin saber por qué, yo pasaba al ir y venir del liceo y me quedaba mirando y ahora sé que adentro, habían brazos y manos que me mandaban saludos y demandaban conducta.

¿A qué viene este cuento? Veamos.

Casi a diario, como ahora mismo, leo que a obreros, maestros, enfermeros, se les intimida por protestar en favor del salario. Pocos días atrás, la señora Ministra de Educación, dio unas declaraciones que me dejaron atónito. No esperaba un juicio semejante. Dijo ella, no sé si estuvo o está consciente del sentido de sus palabras, pues una cosa es ser ministro de AD o Copei de la IV República y otra de un gobierno heredero de Chávez, que "no firmaría contrato leonino con los trabajadores". Leonino viene de león. Se habla de animales feroces que devoran lo que sea, hasta la carne humana. También sugiere el proceder del estafador, ladrón contumaz y avaro y como tal insaciable. Y, por supuesto, al patrón capitalista, cuya alma se forma para acumular hasta el infinito a expensas del trabajo de las multitudes.

Para la ministra, entonces, "los leoninos", acumuladores insaciables, son los maestros y servidores del sector educativo y, según ese discurso, los trabajadores todos.

¿Y por qué dice ella eso, cuando uno supone qué, siendo ministra de este gobierno, el heredero de Chávez, debe saber que los leones no son los trabajadores sino sus patronos, los líderes y hasta dueños, creadores del modelo y el Estado? ¿Por qué no sabe que ese gobierno, del cual forma parte, debe ser domador de esa fiera, hacerle que revierta su natural conducta y se vuelva un ente al servicio de los siempre dominados, pues para eso allí llegaron? Ese fue el rol que les asignó Chávez, el origen, supone uno, de sus propias luchas y lo que dicen ser en sus discursos. Y más que por Chávez, ese el destino de quienes asumen la lucha por el cambio

¿Es decir, por qué, en lugar de actuar como domadores de fieras de verdad, se vuelven excitadores, "chucones"* para que la fiera muerda más agresiva y destructoramente a la clase trabajadora? Ellos mismos creen y uno también supone, están allí para ayudar a mejorar la vida del hombre cambiando el orden de las cosas. El Estado capitalista y este lo es, tiene a su servicio trabajadores, como maestros, médicos, empleados que, en fin de cuentas, ayudan al modelo todo, empezando por los inversionistas privados a acumular el producto del trabajo todo y la lucha de los revolucionarios empieza por lograr que la distribución de esta sea lo más equitativa. Esa es la bujía del cambio, el motor que mueve la lucha por hacer de la sociedad equilibrada y la que pudiera llevar algún día al sueño que quienes, como la ministra de Educación, dicen encarnar.

Si empezamos por decir lo mismo que el patrón capitalista, que los propuestas o aspiraciones de los trabajadores que, nunca aspiran a acumular riquezas, sino algo muy humano, como por la subsistencia y de manera decente, poder comer saludablemente, atender los males del cuerpo, la educación de los hijos, la recreación de la familia, hemos dejado atrás el camino y hasta el compromiso que dijimos asumir. Y es evidente que, los trabajadores eso perciben claramente; estamos renunciando al pasado, a los compromisos y hasta aquellas señas atractivas que emanaban, como misteriosamente, desde atrás de las rejas de alambre del cerrado telar por donde yo pasaba todos los días sin motivo ni razón.

¿Cómo entender que gente comprometida desde el pasado con un proyecto de cambio del modelo que, no tiene que cumplir con todo en lo inmediato, no está en sus manos, pero sí mantener vivos los principios y encendida las bujías, como la lucha por el salario a esta criminalice?

Uno pudiera comprender que el gobierno, éste que se supone manejado por revolucionarios, según sus viejas confesiones y hasta casi obligado por un Estado que es una máquina o pieza, como hierática, que está a favor del pasado, sus propios padres, no disponga de recursos o no le convenga atender como debe y hasta desea a los trabajadores hasta que llegue el momento apropiado, pero nunca que opte por condenar, judicializar y hasta convertir en ilegales los reclamos salariales y en consecuencia, negar el valor de los contratos de trabajo, pues estaría más que amellando, destruyendo el instrumento que ayuda al movimiento por el cambio. Y, eso, sería trabajar en favor del pasado y la injusticia, un cambiarse de bando. La judicialización o ilegalización de la protesta justa en un espacio, lo es en el otro y en el todo.

Qué quienes creen trabajar a favor del cambio califiquen a quienes luchan por el salario de conspiradores, pudieran, hasta sin percatarse, haber perdido el camino.

*Chucones: quienes azuzan a un animal, ejemplo un perro, para que ataque.



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Eligio Damas

Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.

 damas.eligio@gmail.com      @elidamas

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