Simón Bolívar, en sus momentos críticos cuando la muerte le acechaba en aquella casa solariega de Santa Marta, el médico que en vano trató de salvarle la vida no era venezolano, pero jamás fue capaz de esconder los males del que batallaba también por su salud.
La otra gran verdad es que José María Gallegos, Felipe Tamaríz, Dionisio Torres, Francisco Isnardi y Juan Vicente Salías, todos médicos venezolanos, no le acompañaron porque habían caído en combate y fusilados, mucho antes de la gravedad del caraqueño.
Quien nunca anduvo con tapujos de sus achaques, fue Rafael Urdaneta. Acompañó a Bolívar hasta el final y fue presidente de la Gran Colombia. Enviado a España para las ratificaciones del Tratado de Paz; se agrava de sus padecimientos renales, circunstancia que le obliga su traslado a París y allí muere.
Alejandro Prospero Reverend, desde San Pedro Alejandrino, emitió el parte médico a la una del día: "Todos los síntomas han señalado la proximidad de la muerte, respiración anhelosa, pulso apenas sensible, cara hipocrática, suspensión total de orine. A las doce empezó el ronquido, y a la una en punto expiró después de una agonía larga pero tranquila".
La inhumación de los despojos mortales del Libertador se realizó en la Catedral Basílica de Santa Marta el 20 de diciembre de 1830. Dicen que Bolívar sabiendo la proximidad de su muerte había manifestado sus deseos de ser enterrado en su amada patria venezolana.
