Esclavizadores saben, esclavo cantando la Libertad no piensan romper las cadenas

—"Mira, amigo, si quieres cumplir tu misión y servir a tu patria, es preciso que te hagas odioso a los hombre sensibles que no ven el Universo sino a través de los dólares".

Procura vivir en continuo vértigo pasional, dominado por una pasión cualquiera. Sólo los apasionados llevan a cabo obras verdaderamente duraderas y fecundas. Cuando oigas de alguien que es impecable, en cualquiera de los sentidos de esta estúpida palabra, huye de él; sobre todo si es político. Así como el hombre más tonto es el que en subida no ha hecho ni dicho una tontería, así el político menos poeta, el más antipoético; es el político impecable, decoran con la corona de laurel, de cartulina.

Te consume, una fiebre incesante, una sed de océanos insondables, un hambre de universos de la eternidad. Sufres de la razón. Y no sabes lo que quieres. Y ahora, ahora quieres ir al sepulcro del Comandante y deshacerte allí en lágrimas, consumirte en fiebre, morir de sed de océanos, de hambre de universos, de morriña de eternidad.

Tú no sabes bien, como los solitarios todos, sin conocerse, sin mirarse a las caras, sin saber los unos los nombres de los otros, caminan juntos y prestándose mutua ayuda. Los otros hablan unos de otros, se dan las manos, se felicitan mutuamente, se bombean y se denigran, murmuran entre sí y va cada cual por su lado. Y huyen del sepulcro.

Llegaste a lo más terrible, a lo más desolador; llegaste al borde del precipicio de tu perdición; llegaste a dudar de tu soledad, llegaste a creerte en compañía. "¿No será —me decías— una mera cavilación, un fruto de soberbia, tal vez de locura, esto de creerme solo? Porque yo, cuando me sereno, me veo acompañado, y recibo cordiales apretones de manos, voces de aliento, palabras de simpatía, todo género de muestras de no encontrarme solo ni mucho menos." Y por aquí seguías. Y te vi engañado y perdido, te vi huyendo del sepulcro.

No, no te engañas en los accesos de tu fiebre, en las agonías de tu sed, en las congojas de tu hambre; estás solo, eternamente solo. No sólo son mordiscos que como tales sientes; lo son también los que como besos. Te silban los que aplauden, te quieren detener en tu marcha al sepulcro los que te gritan: ¡Adelante! Tápate los oídos. Y ante todo cúrate de una afección terrible que, por mucho que te la sacudes, vuelve a ti con terquedad de mosca; cúrate de la afección de preocuparte cómo aparezcas a los demás. Cuídate solo de cómo aparezcas ante Dios, cuídate de la idea que de ti Dios tenga.

Estás solo, mucho más solo de lo que te figuras, y aun así no estás sino en camino de la absoluta, de la completa, la verdadera soledad. La absoluta, la completa, la verdadera soledad consiste en no estar ni aún consigo mismo. Y no estarás de veras completa y absolutamente solo hasta que no te despojes de ti mismo, al borde del sepulcro. ¡Santa Soledad!

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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