Me declaro negacionista

ME DECLARO NEGACIONISTA

Tengo 82 años, cumplo con todas las normas del Estado para preservar la salud pública. Pago mis impuestos, mis tasas y hasta las exacciones arbitrarias. Aunque a regañadientes, respeto la Constitución. Estoy con la causa que predica un partido que conforma el gobierno español, más que con sus líderes concretos que siempre acaban defraudando, que es la causa nacida en los albores de aquella sociedad que sancionó la libertad personal y la igualdad entre todos: esa sociedad cuya conciencia de vivir juntos se convirtió en voluntad política...

Pues bien, en plenitud de mis facultades mentales y con toda la libertad que me otorga la Constitución española digo:

Que protesto públicamente contra todo aquél y aquélla que califican, despectiva y agresivamente, les denuncia o los persigue, de “negacionistas”, a quienes no creen en todo lo que rodea a esta pandemia real o ficticia, y a veces, sin irresponsabilidad, obran conforme a lo que hace un no creyente o lo que descuida un no convencido. Es decir, a quienes vemos en todo esto de la pandemia y más allá de una gripe/neumonía severa, un espectáculo siniestro, una trampa, una gavilla de verdades a medias, un peligro para la salud no sólo vírica sino también nerviosa y mental, y para la autonomía de la voluntad y la independencia personal , y una amenaza para la supervivencia de millones de personas y de familias.

Porque, por el contrario, nosotros pensamos que quienes se adhieren incondicionalmente a la tesis no sólo de este gobierno sino de cualquier gobierno; sea por sentido cívico porque son disciplinados u obedientes, porque necesitan de la protección del Estado o porque tienen miedo, son obtusos y primarios. Pues sean políticos, epidemiólogos, médicos o periodistas quienes llaman “irresponsables” a quienes hacen caso omiso de la liturgia profiláctica coercitiva del Estado, a los negacionistas ellos nos parecen individuos elementales, ingenuos o cómplices por distintas razones de los autores de esta infamia contemporánea.

Vaya por delante que nosotros, los negacionistas, reconocemos a los ciudadanos que aceptan, todo el derecho a actuar dócilmente por los motivos en los que consciente o inconscientemente se refugian. Pero yo les invito a prestar atención a lo siguiente: si hiciesen un barrido de otros pareceres por el mundo, de la idea de otros epidemiólogos, de otros biólogos, de otros bioquímicos, de otros médicos que discrepan, todos tan solventes en su academicismo como solventes sean los que desde el poder político deciden la suerte de la ciudadanía, dudarán de quien realmente son los necios, aunque todos tuviesen buena voluntad. Pero lo que ocurre es que muchos de esos que obedecen ciegamente, también denuncian, persiguen o insultan a quienes, cumpliendo las reglas de un juego casi macabro, impuestas manu militari, no las compartimos en absoluto y afirmamos que la pandemia ha sido deliberadamente provocada; que el genoma del virus, modificado en uno o más laboratorios, hace imposible confiar en cualquier vacuna porque muta; que, por la misma razón, los protocolos arbitrados para detectar apestados en potencia no son, ni pueden ser nunca, consistentes y fiables; que el número de contagiados y, sobre todo de fallecidos de este año a causa del virus, no concuerda, comparativamente con los fallecidos por todas las causas con el de años anteriores; que es manifiesta la confusión en el manejo de las cifras más o menos oficiales. Hasta el extremo de que si hace un mes se hablaba de 40.000 fallecidos, hace un par de días se publicaba que eran 30.000 (La Voz de Galicia, 17/09/2020); que esa confusión delata a los mismísimos expertos, de este y de otros gobiernos; que las cifras bailan constantemente...

A todo lo que se suma una serie de aspectos relacionados con la OMS; el Templo de la Salud que está en manos privadas en una participación en aportaciones o dádivas que se calcula en un 82 por ciento del total, aparte el percibido por la contribución de las naciones; la desconfianza total en la industria farmacéutica; y en fin, la índole perversa del Poder (con mayúsculas) allá donde se aloja. Pues es notorio que el Poder, sea cual fuere su rango y naturaleza, carece de toda clase de escrúpulos por puro pragmatismo; que en este caso, esa falta de escrúpulos se trocaría eventualmente en pantomima materialista; que a lo largo de la historia de la humanidad, eso lo prueban infinidad de intrigas, de conspiraciones, de maniobras, de trampas, de iniquidades y de monstruosidades, bien para mantenerse quienes lo ostentan o detentan en el poder de la clase que sea, bien por sumisión del poder político a otro que no rige visiblemente (el dictatorial ultraconservador al religioso, por ejemplo).

Pero es que, por si fueran pocos los motivos de nuestra desconfianza, hay otros inclasificables: la situación mundial económica en quiebra virtual que incita a pensar en intentos de contenerla por la biotecnología; la implantación del 5G, a la que se opone una parte de la población mundial; deriva climática que habrá de alterar severamente las condiciones de la vida y de la muerte; el obstáculo para la economía convencional que es la cada vez más numerosa población anciana... Y tantos y tantos detalles que rodean a esta situación desde marzo pasado que, personalmente, me parecen despropósitos, contradicciones, histerismo, desorientación, infantilismo y absurdos.

Por todo ello sería menester que, en aras de la convivencia, quienes se sienten conformes y protegidos por los gobiernos, se limiten a huir de quienes no llevan mascarilla o la llevan por debajo de la nariz, y se abstengan de todo contacto social. Pero si eso no les basta y es tanto el temor a contagiarse de una gripe severa a fin de cuentas manufacturada, lo mejor es que se autoconfinen y no salgan de su casa hasta que, como sucedió en el diluvio universal, deje de llover. Por eso les pido, en nombre de todos los "negacionistas", que nos esquiven. Pero también que respeten nuestra profunda desconfianza, nuestras muy bien documentadas razones y nuestra permanente sensación de vivir en una distopía maliciosa y diabólicamente provocada...

Con este argumento/pregunta sin respuesta, lo digo todo: ¿Por qué, dejando que discurriera la vida normal, no se ha limitado el “poder”, desde el principio, o después, a confinar solo a los ancianos, los de más de sesenta, que son los verdaderamente vulnerables? Los demás, de otras edades, padecerían una simple gripe más o menos agresiva, aparte de los que sucumbieran a otras edades que por ley de vida no están exentos de morir todos los años por gripe o neumonía o cualquier otra enfermedad. Esta pregunta sin respuesta es una prueba indiciaria de que todo esto sólo puede ser un disparate propio de incompetentes o de adiestrados por terceros. Pero si no es así, probablemente de canallas…

20 Setiembre 2020


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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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