Volver a Chávez: mi comandante ¡escúchame!

Entre los invitados especiales, se coleó sigilosamente; le urgía contarle un secreto antes de que lo desaparecieran para siempre.

Se aproximó a la flor de los cuatro elementos y en el breve instante que dura la visita le dijo: "Mi Comandante, despierta por favor, es urgente lo que tengo que decirte. ¡Te necesitamos!" De repente, un cálido viento acarició su rostro; comprendió que sí la escuchaba; continuó.

"Sabías que todo está trastornado desde que partiste. Muy pocos han cumplido su juramento, menos aún tus compañeros y compañeras quienes disfrazaron su felonía para disfrutar las mieles del poder. Nuestro destino poco les importa, se arrodillaron ante el dios Pluto. ¡Hipócritas!". Interrumpió su narración porque un movimiento se sintió en el interior del ataúd; la guardia de honor detuvo el recorrido, chequeó y al constatar que todo estaba normal, continuó la rutina; ella supo era una señal de asentimiento.

"Mi Comandante sé que me escuchas y sientes; no te angusties, hablamos el lenguaje del corazón incomprensible para los eunucos. Leemos en la vida y en el amor como tú nos enseñaste y nada ni nadie podrá quebrantar nuestro secreto. Sigamos, el tiempo apremia".

El salón volvió a la calma, los visitantes continuaron el trayecto. Ella retomó su relato: "Mi Comandante, escúchame. Ya no nos queda Patria, los traidores vendieron todo al mejor postor y a precio de "gallina flaca": oro, plata, coltán, la faja, la empresa que saldó en parte la deuda social, el gas, en fin, los bienes preciados de los que nos dotó la naturaleza; hoy reposan en las arcas de los tres grandes que instigan el diálogo en Oslo para así resguardar lo que ya les pertenece. La soberanía fue profanada, la Patria Grande, una conquista olvidada. Del Socialismo Bolivariano mejor ni hablemos; le temen a la palabra que orgullosamente pronunciaste para quebrantar la unanimidad y las cobardías".

Otro temblor removió los cimientos, los presentes se asustaron tanto que decidieron salir del recinto; ella se quedó, faltaba poco para concluir la visita y necesitaba terminar su descripción.

"Mi Comandante debo apresurarme; vivimos tiempos de oscurantismo. A Misia Jacinta no le quedó otro remedio, en aquél fatídico abril, que alojar a los nuevos inquilinos; el palacio se asemeja a los viejos castillos medievales donde moraban brujas y hechiceros de dientes afilados y despeinados cabellos. ¡Es horrible lo que vivimos! Si nos ves, no nos reconoces: estamos flaquitos, algo enfermos, de bromita aplacamos los ruidos del estómago; caminamos largos trayectos, para las dolencias usamos hierbas y brebajes; mejor ni mencionamos la oscuridad en la que vivimos, ya ni el amor se hace en las alcobas. Por ningún lado aparece algún líder valiente; los tuyos como que imitaron a Pedro, ese que negó a Cristo tres veces cuando cantaron los gallos". Por un instante interrumpió su relato, una lágrima rodaba sensiblemente por sus mejillas.

Luego de aplacar su tristeza y desde lo más profundo de su ser le gritó en silencio: "Mi Comandante, escúchame siempre. No nos hemos olvidado de ti y mucho menos de tu legado. Honramos cada día nuestro juramento porque seguimos soñando en grande y para lo hermoso: hacer realidad el Socialismo Bolivariano. Así como tú dijiste el 4F, por ahora esperamos expectantes pero ten la seguridad que insurgiremos de nuevo. La hermosa Mariposa Amarilla guiará nuestro combate, escribiremos juntos otro episodio de la historia rebelde".

¡Espérame, Comandante! Regresaré siempre…



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