El Reloj del Tiempo

Ataque cibernético y la ignorancia de nuestros valores éticos

Nos encontramos entrapados en una condición patológica para nuestro país, donde expertos electromagnéticos, cibernéticos y personas de una vida social diaria persisten en destabilizar al país, sin tomar en cuenta las controversias que siempre se suceden para perjudicar al ciudadano común. De verdad, somos ignorantes de la tecnología moderna y nuestro cuerpo social, que está enferma necesita con urgencia ser depurado y luego limpiado de aquellos que desean manejarnos como títeres. Necesitamos un ciudadano con disciplina, prudencia y previsión para lograr hacer cultura e historia.

La oscuridad financiera del mundo en la descripción dual de Lewis Burlang, debe desplazarse hacia el campo oscuro social, apatía y desesperación del ciudadano común aportando un futuro violento que esta al acecho de quienes pretenden el poder a como de lugar, sin olvidar el salvajismo. Para algunos, es un excitante camino con vagas amenazas feminizadas para crear alarma y, marcar el camino de la subsistencia, reciprocidad e intercambio social, todos estos elementos, constituyen una verdad crucial para campesinos, mujeres y pueblos indígenas, que fueron en este término protagonistas de un ataque directo, por parte, de factores del gobierno oficial que consideraron válida para controlar los terrenos del Amazonia y Estado Bolívar.

Las criticas de loas nuevas tecnologías, pintan a menudo un futuro nada prometedor. Pero, tal vez el nacimiento de la cibercultura, como sociedad verdaderamente posindustrial y posmoderna a las configuraciones sociales más justas. Pero, los obstáculos y riesgos al respecto so claros, el nuevo conocimiento y las configuraciones del poder se estrechan sobre la vida y del trabajo, en lo particular, la biotecnología.

La crisis de los regímenes de representación del Tercer Mundo, exige así nuevas teorías y estrategias de investigación. La crisis es un momento coyuntural en la reconstrucción del nexo entre verdad y realidad, entre palabras y cosas, que demanda nuevas prácticas del ver, saber y el Ser. Se debe hacer una ruptura con el pasado. Hacer una arqueología de la pobreza y empezar a reconstruir el país, en base a una proporcional administración de asistencia para lograr el surgimiento de un nuevo capitalismo, el social.

Hay que unir, los verdaderos lazos comunitarios y no privar a millones de personas del acceso de la tierra, al agua y oros recursos. Se debe reformar el Estado y darle viabilidad a la economía de mercado, tomando en cuenta el capitalismo, fuente de transición de la modernización entre pobreza y equilibrio de las luchas de clases, Necesitamos mecanismos de control más fuertes y que la sociedad, tenga una verdadera movilidad social, porque hay que nivelar los niveles de destino de las áreas ricas y pobres del mundo, ya no podemos estar en un mundo invisible.

En el apagón de luz, recientemente en mi país, pude darme cuenta quien tiene valores humanos y no, dejar atrás a la hipocresía y dejar de rezar tanto, cuando tenemos cargas éticas y morales presentes. Esto, de lo religioso atrasa el desarrollo del país.

La democracia, es una relación de juegos y estrategias específicas hacia una desacreditación por el papel que ejercen las personas en las funciones de gobierno. Así que, debemos ser más leales a las instituciones y no empeñarnos en polarizar a la sociedad.

El peligro que ven los autores es que los procesos por los que han pasado algunos países y los que viven el vecino país del norte, pueden resultar imperceptibles incluso para los otros poderes y para el resto de los partidos políticos, por un lado, porque la erosión que un presidente con impulsos autoritarios va generando, casi en todos los casos tiene lugar poco a poco, con pasos separados que a veces se antojan insignificantes y ninguno de ellos, juzgados de manera aislada, parece amenazar realmente la democracia; "muchos de ellos se adoptan con el pretexto de perseguir un objetivo público legítimo (e incluso loable), como combatir la corrupción, garantizar la limpieza de las elecciones, mejorar la calidad de la democracia o potenciar la seguridad nacional".

No lo digo yo, ni hablo de Andrés Manuel López Obrador Nicolás Maduro Moros o Donald Trump. Me refiero a lo que plantean en el libro Cómo mueren las democracias (2018, Editorial Ariel), los autores Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, profesores de la Universidad de Harvard, a propósito del riesgo que ambos consideran que corre actualmente Estados Unidos con Donald Trump, pero que es una ruta con marcadas coincidencias y paralelismos, que han recorrido otros países como Venezuela, Nicaragua, Perú, Argentina, Turquía, Filipinas, Rusia, e incluso la Alemania de Hitler.

Para Levitsky y Ziblatt han quedado atrás las épocas en las que las democracias morían a manos de hombres armados, civiles o militares. Ahora, pueden fracasar a manos de líderes que subvierten el proceso mismo que los condujo al poder. Son políticos que tratan a sus adversarios como enemigos, que intimidan a la prensa, que impugnan o amenazan impugnar resultados electorales y que se empeñan en debilitar las defensas institucionales de la democracia, incluidos los otros poderes, los órganos autónomos, los servicios de inteligencia y las oficinas de ética. El mayor riesgo que ven los autores de este libro, es que mientras todo eso ocurre, y debido que no hay tanques en las calles, que la prensa se sigue publicando y que los partidos políticos siguen sus actividades, nada hace sonar las alarmas. El reto para la sociedad es poder identificar el cruce de línea entre un gobernante que respeta la democracia y uno dispuesto a montar una dictadura, para hacerle frente.

Ignoramos muchas cosas, Más allá de todo lo anterior, debe insistirse en la necesidad de trabajar sin mirar los colores partidistas. Sin protagonismos, ni rencores añejos. A Venezuela, la están dañando, desde los militares hasta altos dirigentes políticos, que no colaboran en esta etapa crucial para consolidar los avances, dejados por el comandante, Hugo Chávez Frías.

Los tiempos modernos y sobre todo las circunstancias exigen nuevas formas de hacer política. Nicolás Maduro Moros, apuesta por una campaña larga que conlleva un inmenso desgaste al sacar la cabeza y convertirse en objetivo de críticas del poder, de otros partidos y aspirantes y obvio, de sus compañeros rojitos que buscan el mismo objetivo.

Sin un liderazgo visible Nicolás, debe innovar e improvisar, pero al mismo tiempo debe hilar fino y mantener los lazos con las estructuras que quedan de su instituto político ya que las va a necesitar. Tendrá que inventarse y reinventarse constantemente, con un plan de ruta trazado y al mismo tiempo con un termómetro para medir cada día y saber escoger cada una de sus batallas; engancharse sólo en aquellas peleas que le reditúen en imagen y votos de futuro y desentenderse de la grilla barata.

En Venezuela y Nicaragua se retorció burdamente la institucionalidad para mantener, a contrapelo de la voluntad de sus pueblos y de los principios republicanos, a los mismos grupos gobernantes en el usufructo del poder. Situación que ha debilitado a esas naciones hasta llevarlas a las crisis más profundas.

En Honduras y Paraguay se llevaron a cabo golpes de Estado por los militares para desalojar a las autoridades elegidas democráticamente, sin que tal acción fuera de interés de los organismos regionales o internacionales.

En Brasil se encarceló, sin pruebas, acelerando los ritmos procedimentales, bajo presión de los sables militares, al expresidente Lula da Silva para que no fuera candidato a la presidencia y no derrotara ampliamente al racista de Jair Bolsonaro.

Más recientemente, en Honduras se celebraron elecciones oscuras que la misma OEA consideró necesario repetir, pero Donald Trump reconoció al gobierno y las protestas populares y la represión violenta en las calles fueron ignoradas por la "comunidad internacional".

La población, desesperada por la violencia y la falta de oportunidades, emigra masivamente. En Guatemala, la Comisión Internacional Contra la Impunidad (Cicig) de las Naciones Unidas, instalada de acuerdo con el gobierno, fue expulsada antes de finalizar su tarea, cuando sus acciones afectaron a los jerarcas del país.

En México, durante los últimos gobiernos de "guerra contra las drogas" han muerto cerca de 250.000 personas en acciones violentas y, continuamente, se encuentran cementerios clandestinos que incrementan el número de víctimas. En Colombia, la esperanza de una paz duradera después de medio siglo se ha venido diluyendo por los asesinatos cada vez más frecuentes de dirigentes que se desarmaron.

En Venezuela, no se descansa de una guarimba que va sumando muertes y la oposición, no termina de consolidarse por ignorancia en el campo político de sus adeptos. Un apagón fatal para su economía es la última expresión gallarda de algunos inadecuados dirigentes.

La debilidad e incapacidad del sistema patrimonialista, basado en clientelas políticas, para enfrentar el reto de la transformación necesaria es descrito de manera magistral, en el caso de México, por Denise Dresser en su más reciente libro Manifiesto mexicano: cómo perdimos el rumbo y cómo recuperarlo, que con ajustes menores o mayores de acuerdo con cada país podría aplicarse a toda la región latinoamericana.

Se trata de un libro que evidencia las limitaciones del patrimonialismo para hacer las transformaciones necesarias en los Estados latinoamericanos de cara al futuro. De cómo se presentan programas de modernización esperanzadores, como el Pacto por México, que fue anunciado por Enrique Peña Nieto, que logran consensos políticos formales, pero se hacen de tal manera para que las "reformas" se adapten al viejo orden y que en esencia nada cambie porque mantiene los privilegios y la impunidad en la jaula de dinosaurios. Veremos que hace AMLO, al respecto.

"La bestia del capitalismo de cómplices sobrevive gracias a la ausencia de agencias reguladoras –fuertes, independientes autónomas, que puedan contener a quienes han podido establecer ‘posiciones dominantes’ en un sector tras otro". El privilegio sobrevive gracias a que los "intereses creados diseñan la política en vez de ser sometidos a sus directrices".

El sistema patrimonialista tiene sus días contados en tanto que no parece percibir la importancia de la inversión en capital humano y social de cara al futuro, y la reforma educativa, la necesidad de seguridad y empleo, entre otros, no entra en sus prioridades por prejuicios de clase y etnia. Al mismo tiempo, los narcos se arraigan en las comunidades ofreciendo una paz corrupta, con seguridad e ingresos.

Nuestras barriadas se encuentran contaminadas y el pranismo hace su trabajo de una manera progresiva y apresurada.

Detrás de todo este tétrico panorama se encuentra, en mayor o menor medida, la mano del narcotráfico, emergente con gran fuerza en la región. Se trata de una actividad económica ilegal, pero de gran fortaleza, iniciativa y creatividad, que se posiciona y reorganiza las relaciones con el poder político. A diferencia de las relaciones del poder económico tradicional, que surgían bajo el paraguas y al calor del poder político, el narco surge de un enfrentamiento con el poder político que le permite aprovechar las redes de corrupción para penetrar y posicionarse en las estructuras de poder locales, regionales y nacionales. Mientras tanto se nos hace creer que la corrupción es un problema de personas y de la cultura local, y que la solución sale de un santo profeta que pone orden con una vara de guayabo. Pero como bien lo dicen: "La raíz de la corrupción no es cultural, sino institucional. No es de hábitos, sino de incentivos, no se trata de lo que la sociedad permite, sino de lo que la autoridad no sanciona (…). Un Estado depredador crea una sociedad depredadora. Un Estado que viola las leyes produce ciudadanos que las desobedecen, no al revés".

En otras palabras: se requiere una serie de reformas, a lo que yo añadiría un control y rendición de cuentas descentralizados basados en una ciudadanía activa en la ejecución de las políticas públicas. Un Estado basado cada vez menos en la burocracia central y cada vez más en las innovaciones y experiencias de las comunidades organizadas. Un liderazgo continental, arraigado con visión y autonomía.

Tenemos que funcionar mejor como país. Tenemos que funcionar mejor como sociedad. Tenemos que funcionar mejor como individuos. No hay más remedio.

Todas las muertes tienen algo en común. Odio. Fanatismo. Esa sospecha consciente o inconsciente que proviene de la percepción de los demás como diferentes a nosotros. Las vidas de los niños, jóvenes y ancianos son importantes. Las vidas de los negros son importantes. Las vidas de los policías son importantes. Toda vida importa. Me niego a aceptar o creer que haya que elegir una u otra. Me niego a creer que tengamos que tomar partido.

Las etiquetas son irrelevantes para el padre que tiene que enterrar a un niño. El color es irrelevante para los cónyuges que se quedaron viudos o los niños que quedaron huérfanos en un instante. Lo importante es que nunca volverán a estar juntos. Nunca volverán a abrazar o escuchar la voz de la persona amada. Cada día de fiesta, a partir de ahora, estará empañado por el vacío que dejan las personas que se pierden. Estas muertes y asesinatos de pemones, sin sentido son una tragedia personal para quienes conocían y querían a las víctimas. También son una tragedia nacional.

Nos encontramos en una encrucijada como nación. Nos hemos dejado polarizar. Hemos sido víctimas de una acción de división. Con orgullo nos declaramos independientes de la corrección política y pensamos que eso significa liberar nuestros sentimientos más negativos. Algunos ven el civismo y la cortesía como un signo de debilidad. Algunos venezolanos, se sienten atacados y, a su vez, se ponen a la ofensiva. A menudo solamente escuchamos, vemos y leemos las opiniones con las que estamos de acuerdo y despreciamos las opiniones diferentes, y las consideramos propaganda. Con demasiada frecuencia, nos rodeamos únicamente de personas que se parecen a nosotros y piensan como nosotros y actúan como nosotros.

Amigos, los pensamientos y las oraciones no nos llevarán demasiado lejos. Debemos hacer más. Este mes de trágicas muertes y violencia debe servir como una llamada de atención para los venezolanos. Mirémonos a fondo y reconozcamos nuestras faltas. ¿Hemos sido parte del problema? ¿Hemos sido meros espectadores? ¿Podemos ser parte de la solución?

En momentos como estos, los líderes suelen llamar a un "diálogo nacional". Y aquí propongo una idea: empecemos con un diálogo individual. Hablemos el uno con el otro. Escuchémonos el uno al otro. Respetemos las diferencias y la diversidad de cada uno.

No dañemos la estructura del Estado con guarimbas y apagones, ahora dicen que viene el transporte público. Debemos coexistir el uno con el otro. No siempre es fácil. La búsqueda de la paz, nos lleva a orar por todo el país.

las palabras importan. El carácter de nuestros líderes importa. A medida que nos acercamos a las urnas electorales, elegiremos a nuestros representantes locales, estatales y nacionales. Por mi parte, voy a votar por aquellos que nos llevan hacia adelante, no hacia atrás. Voy a votar a favor de aquellos que nos ayudan a encontrar lo mejor de nosotros mismos, no lo peor de los demás. Voy a votar por aquellos que abogan por la unidad y el optimismo, no por los que avivan la división y el miedo. Hay mucho que podemos hacer cada uno para sanar la herida racial y nuestras heridas nacionales. Nuestras acciones individuales, nuestras palabras, nuestra actitud y nuestro voto pueden marcar una diferencia. Oremos por la reforma del Estado.

Busquemos la manera de alcanzar la soberanía en materia energética. Seamos realistas.



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Emiro Vera Suárez

Profesor en Ciencias Políticas. Orientador Escolar y Filósofo. Especialista en Semántica del Lenguaje jurídico. Escritor. Miembro activo de la Asociación de Escritores del Estado Carabobo. AESCA. Trabajó en los diarios Espectador, Tribuna Popular de Puerto Cabello, y La Calle como coordinador de cultura. ex columnista del Aragüeño

 emvesua@gmail.com

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