Confesiones de un loco suelto en el infierno del Este

"A veces, la mente recibe un golpe tan brutal

que se esconde en la demencia. Puede

parecer que eso no es beneficioso, pero lo es.

A veces la realidad es solo dolor, y para huir

de este dolor la mente tiene que abandonar

la realidad". (…)

En mi pueblo había un loco cuyas rarezas nadie entendía. Pero el sí, como sucede con todos los locos. O mejor dicho, con casi todos. Recuerdo que, en un muy lejano día, muy tempranito en la mañana, salí a cortar leña para el fogón de mi madre. Y me detuve a oír el loco que hablaba sin parar en una curva que bifurcaba el terrero en dos vías. Nadie lo escuchaba. Sólo yo estuve presente, pues ya le había perdido el miedo que, casi siempre los locos de los pueblos, infunden en los niños. Me llamó la atención que el loco hablaba de un ser un río.

"Confieso, y eso me sale de lo más profundo de mi alma que anoche tuve un sueño: ¿saben qué, personas que me rodean, y que me oyen? Soñé con Hugo Chávez. Aunque ustedes no lo crean. Soñé que cumplía seis años de su muerte. Lamentable muerte, porque yo les aseguro, de llamarme como me llaman, que reconozco que él, en vida, hizo lo que no ha podido hacer el señor que dice ser su hijo político… ¿Me explico? ¿O no me entienden? Ese señor, don Hugo, desde hace rato me hubiera mandado a ponerme los hierros, porque las tenía bien puestas, pero…, ya saben lo que pasa conmigo y como me siento, gracias, precisamente, al hijo de Chávez…Me siento grande y alto, mucho más que el cerro Bolívar. Más que el Everest. Mucho más que los cielos. Vivo, cada minuto como si fuera el último de mi vida. No recuerdo que tuve infancia, ni que fui un guarimbero, y menos que le expuse mis nalgas desnudas a un pelotón de guardias pretorias de cuando la Reina Victoria era lo que era. Ahora son tiempos nuevos. Mis manos no las he lavado desde que apreté, con fuerza, con ardor, y con los dientes apretados a jefes de Estados, en la noche más oscura de mi vida. Pero un tal Maduro me ha hecho más grande e invencible. Me ha hecho un súper héroe de carne y hueso. Construida célula por célula por un científico llamado Donald Trump. Próximo Premio Nobel de la Paz, pues, yo mismo, iré a la Academia sueca, para proponerlo…. ¿Cárcel para mí? La única cárcel que me espera, por loco, es la cárcel llamada Miraflores… ¡Anótalo, Diosdado!

Me quedé petrificado, este hombre no estaba tan loco, como lo aparentaba. Estaba viviendo en la misma época que yo. Carajo, este loco me está volviendo loco a mí. ¿Qué vaina es esta? Me dieron ganas de irme a cortar la leña de mi madre, pero, démosle un chance a la realidad. Volvamos al presente.

"Soy un río que fluye sin parar. No soy silencioso como dijo un poeta en tiempos pretéritos. No temo a las tinieblas en la noche oscura, que salen para asustar. Pues, las estrellas me alumbran el camino, y veo el cielo despejado, sin nubes que amenacen mi existencia, fabricada por un poeta que, como yo, quiso ser un río, pero no lo fue, y yo, hombre recio de estirpe, sí lo soy. Estoy consciente que nací de la nada. Y como tal soy nada. Pero me temen porque hago bulla cuando mis aguas prestadas fluyen encabrestadas, con energía y sobre salto, y jamaqueo a las piedras, y me llevo arrastras palos que osen atravesare en mi curso. Soy un río con aguas ajenas. Esas aguas me hicieron río, cuando ni siquiera era quebrada…".

Recuerdo, que yo, un niño aún sin saber de muchas cosas que sí sabían los grandes, me quedé extasiado oyendo al loco. Se me había olvidado el mandato de mi madre. Y mis pies se clavaron en la tierra, y me embelese ante las cosas de loco. Seguí creciendo y creciendo, y conmigo la historia del loco. Ambos nos hicimos adultos. Y, ahora, lo percibo tal como era un loco de remate, como solía decir mi madre. Mejor sigo oyendo:

"Confieso que me siento en el mejor momento de mi vida. Me siento fuerte. Casi como un rey. Oí, de pronto voces, que me elevaban hasta el cielo, como un águila, o como un pájaro de hierro que surca los cielos, sin miedo a las tormentas. Y me sentí, de verdad, se los juro, el rey del mundo. Hoy me siento extraño. Ni siquiera puedo recordar si respiro. Me siento henchido, grande y sólido, como un roble de cuatrocientos años. Pero le temo a mis raíces. El tiempo las ha debilitado, el agua no fluye como antes en mis venas y temo. Sin embargo, siento fluir mi sangre, como un torbellino y se funde con el agua prestada, y ya no hay división entre una y otra. Sólo son una unidad perfecta, que me permite flotar sobre ella sin que la brisa me perturbe. Sé que nací de la nada. Sé que no se nada, como dijo aquel filósofo de la antigüedad, pero me han hecho grande. Y me lo creo. Cayeron sobre mí, como cae la lluvia sobre la llanura seca y resquebrajada, los espíritus del mal. Yo sé que son espíritus malos, porque las voces que oigo dormido, me lo dicen. Sin embargo, me siento poderoso y fuerte, más que mil muros construidos de acero".

Fascinado, extasiado, y bobo, como un enamorado primerizo, me sentí. Eso lo recuerdo como si fuera hoy. Sin embargo, fue ayer. Hace muchos años, y todavía el eco de su voz me taladra mi alma sin piedad.

"Mi recuerdo es raro como yo. No es recto, sino curvilíneo. Pero entiendo perfectamente lo que me hicieron para que me sintiera como un río que fluye en la senda de la nada. Me elevaron tanto que me creí que había dejado de ser río para ser el mar. Aquel mar del mediterráneo donde Ulises, esculpió su destino en la tierra, tal como lo estoy haciendo yo. Homero, el ciego, no pudo ver la heroicidad de Ulises, pero sintió los enviones de las gigantescas olas de donde emergían, como boyas viejas y cansadas, bichos malos como el cíclope Polifemo, un gigante con un solo ojo, que arremetió, como guarimberos en frontera, y devoró a miembros del grupo que comandaba Ulises. Y los dejó "cojistrancos", tal como quedaron los tres presidentes y el Secretario general de la OEA, que viajaron desde costas lejanas para ver el festín. Pero tristes, y traumatizados, después de mi victoria en la guerra de Troya, los enemigos, se montaron en un pájaro de hierro y dejaron el pelero. Cosas de la historia mal contada para unos, bien contadas para otros. Y de las profundidades de las aguas turbulentas del Mediterráneo, flotó un mensaje dirigido a mí: "… Somos presa de las olas del destino, sufrimos naufragios, arrojamos planes por la borda o nos quedamos varados. Encallamos en los escollos que deberíamos evitar, nos hundimos o lanzamos el ancla salvadora justo a tiempo. O arribamos al puerto seguro. Es fácil perderse en el mar abierto de las posibilidades infinitas. La vida es una odisea".

Que extrañas cosas salían de la mente del loco. Yo no entendía nada, pero me fascinaba orlo con tanta firmeza, con tanta seguridad, con tanta fluidez en su verbo, que no pude más que plantarme como una estatua y seguir oyendo lo que me parecía un cuento de hadas, o una historia cargada de malos presagios. Una de las dos cosas, pero sería el tiempo quien me despejaría aquella incertidumbre.

"Recuerdo hoy, a esta hora, como si fuera ayer cuando me tropecé con Shakespeare, quien me saludó muy cortésmente y me dijo que yo tenía un parecido con un presidente negro de lejas épocas, que por cuya venas corrían sangre africana. Le di las gracias, y le pregunté por, con mucha delicadeza, qué pensaría si viviera en mi época, y esto fue lo que me dijo: "Discúlpeme, señor, usted no tiene otra cosa de que hablar, que sea más productivo para usted, para mí y para la humanidad… Piense un poco, cuando su musa corcoveé como una mula, y dese en su cabezota tres golpes, para que se le aclare la mente, y recuerde, si es que usted tiene la propiedad de recordar, que yo soy inmortal, he sido el escritor que más ha escrito después de Dios, y viene usted a molestar m paciencia con estupideces que no aparecen en ningún renglón de la historia de la humanidad, por ser tan vacías, porque yo he conocido estúpidos mucho mejores que usted… Por favor, señor, de dónde salió… Si está dormido despierte, enfréntese a la realidad y verá que tengo razón cuando digo que usted es el espécimen más torpe que he conocido".

Pienso después de oírlo, que el señor loco habría tenido en sus antepasados a alguien culto, y que, de pronto le venía a su memoria estropeada por espíritus malignos, ráfagas envenenadas, tal como le oí decir a unos mayores, a quienes relaté las cosas de aquel loco… Pero seguí plantado, como un viejo árbol, oyendo la narración del aquel hombre que se creía todo, pero que no dejaba nada para nuevas generaciones. Eso le pensé años después, cuando crecí y me hice un hombre de libros.

"Mi recuerdo es claro y perfecto, como el poema épico de Homero: una noche me acosté trastornado por tanto ajetreo. Y de pronto, me percibí como un reptil que serpenteaba entre la maleza buscando a quien inyectarle mi veneno. Y me sorprendí que en un momento dado viera a un tipo alto, blanco y con el pelo alborotado por el viento, y me enrosqué, listo para clavarle mis colmillos. Pero cuando cogí impuso, ¡plosh!, me fui para atrás, como Condorito y me desvanecí, y desperté convertido en lo que soy hoy día, un traidor, de poca monta, a mis antepasados. Un monstruo, repelente y peor de aquel creado por la mente de Kafka… Confieso que, través de toda mi narración, en esta noche oscura, he hecho grandes esfuerzos por despertarme y deshacerme de esta pesadilla, pero mil veces fue en vano. Viví, pues, momentos peores de los que vivió mi colega y hermano de partido, quien dándosela de héroe retorcido, en un país no muy lejano del mío, se acostó, como todo un hombre, y despertó sobre una cama, hediendo a cucaracha vieja y moribunda, pidiéndole a los dioses que lo liberaran de aquel infierno".

Aquel hombre totalmente desquiciado iba hilvanando historia tras historia, lo que me gustaba en demasía. Pues, no debajo que mi atención decayera, todo lo contrario. Me dije para mis adentros: "Un muchacho pueblerino jamás pensó oír a u loco decir tantas loqueras, a la vez", y la tarde cogió al loco y me atrapó a mí, sin que tuviera entre mis manos un solo tronco de leña.

"Mi última confesión es la siguiente: lejanamente recuerdo que mi sueño era tan profundo que floté en el vacío como una pluma desprendida de un ave a gran altura. Y me dije, carajo, que han hecho de mí. No tengo hoja de ruta, más que la que me han trazado, en un país cuyo idioma no es el mío. Me montaron en un pájaro de hierro, y me pusieron a dar vueltas como un trompo. Desde la sombra de ese país, califican mis actos de una valentía que no merezco, aunque algunas voces, me atormentan diciéndome que eso es mentira pura, como la que yo practico, para halagar mi ego; que sólo me usan, como una marioneta, o como un coleto, para fines inconfesables, no sólo contra mí, sino contra mi familia, mis hijos, mis nietos, y, lo peor, contra mi país, al que, dicho sea de paso, desconozco… Juro que no me siento culpable de nada, pues, todo ha sido una hechura de los demonios que quieren verme en su caldero, chillando como un niño aterrorizado. Los culpables son quienes me metieron en la cabeza, sin mi permiso, un sueño inducido para que lo viviera ese sueño con la intensidad en que digo mentiras, tras mentira, para impresionar a quienes han elevado mi ego hasta una altura impensada de donde no quiero que baje, porque presiento que el golpe que me voy a dar es de espanto y brinco. En fin, soy, al final de esta locura, como un río sin nombre, que corre asustado, teniendo miedo llegar al mar, porque en el mar está un monstruo que me va a llevar al infierno… Y de pronto, el estremecedor rugido de las olas, al chocar contra mi cama, me despertó… Respiro, y, siento que fui feliz, pero ahora me espera la vorágine de la realidad. Soy una hechura de lo que llaman imperio, y, aunque ustedes no lo crean, temo por mi vida, y, hasta mejor sería que siguiera durmiendo hasta que pase esta pesadilla.

Puerto Ordaz, 6 de marzo del 2019.



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Teófilo Santaella

Periodista, egresado de la UCV. Militar en situación de retiro. Ex prisionero de la Isla del Burro, en la década de los 60.

 teofilo_santaella@yahoo.com

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