Ambos tienen la razón: Ni Maduro, ni Guaidó

Cierto, cierto, las elecciones en Venezuela no son confiables, porque el CNE tiene vencidos los cargos de rectores electorales, por tanto son irregulares. Además, nada hace confiable a este sistema electoral, ni que lo diga Carter o lo niegue Trump, que al final del camino son lo mismo, porque no está en manos ecuánimes, como lo sabemos todos, más allá de tecnicismos. ¿Quién duda de que favorece al oficialismo? Es un exabrupto un concejo electoral parcializado, ante lo cual no hay vigilancia ni supervisión posibles. ¿A quién quieren engañar? El poder electoral, como buena parte de las instituciones del país, o quizás todas, ha perdido su razón democrática, y falsifica lo que toca; y nada de lo que desde allí se promulga es, entonces, legítimo (quédense con la "legalidad" y sus interpretaciones).

Cierto, cierto, buena parte de la oposición oficial no fue a las elecciones presidenciales, de mayo pasado, por las trampas del oficialismo madurista. Un gobierno debilitado que impidió la participación de candidatos, en vez de vencerlos en las urnas (¡nunca mejor llamadas así!). Modificó círculos electorales, se aprovechó con ventajismo de su poder (dinero, medios públicos, plazos, etc.), y no ofreció garantías de los resultados, más allá de la eficiencia de las máquinas (¿qué pasó finalmente con las denuncias de Smartmatic?). De paso, esa misma oposición, nunca de acuerdo entre sí, más que en sustituir al oficialismo, se atacó una vez más desde sus entrañas, para impedir con la abstención que Henry Falcón –primero celebrado, ahora visto como traidor– se convirtiera en opción al fracaso madurista, ya habiendo destruido a Capriles, inapropiados ambos para un proyecto guerrerista, para la macroguarimba destructora de hoy.

Cierto, cierto, la victoria de Maduro de mayo pasado es ilegítima, ilegal, írrita. Pero fue ese mismo CNE el que le dio la victoria a la oposición oficial en la Asamblea Nacional, en diciembre de 2015. Luego, de manera artera, fue trampeada para que perdiera su mayoría calificada, y quedara en desacato ante las decisiones de un TJS también amañado y parcializado. ¿Quién lo duda? Esa Asamblea Nacional, entonces, fue rebasada por una Asamblea Nacional Constituyente, sacada de la manga arrugada de Maduro, con ausencia también de la oposición, profundizándose la crisis de democracia, la desinstitucionalización –que empezó con el mismo Chávez–, hasta lo que tenemos, enredadas versiones de las versiones de la ley a mejor postor, discusión entre mercaderes y matones. Cierto, entonces, las elecciones manejadas por un CNE tramposo invalidan tanto a la Asamblea Nacional como a la Asamblea Nacional Constituyente, ninguna representa a ese "pueblo" venezolano, tan vapuleado por todos.

Cierto, cierto, es ilegal la autoproclamación de Juan Guaidó, en una plaza del Este de Caracas, aprovechándose de una marcha que expresaba su rechazo a Maduro y su gente. Pero ¿cuánto distrae esa confusión cifrada entre el "os" y el "…me lo reclame", que la sintaxis no oyó? ¿Por qué no decir, claramente, que es una excusa para ir adelante con la no-política? De manera declarada, Guaidó es el "mejor cualquier cosa, para salir de Maduro", incluso la muerte (equivalente a las rodillas sucias de Diosdado). La autoproclamación sólo tiene importancia por el apoyo y las estrategias internacionales. Y no es de los Estados Unidos, es directamente de Trump, como la peor expresión de un pueblo que tiene de todo entre sus trescientos millones de habitantes. Y ese solidaridad viene con armas, y nada menos que a través de Colombia, la misma que nos ha despojado de al menos un tercio de nuestro territorio histórico. Y poco se habla, sorprendentemente, de esto, lo que significa que Colombia y Brasil vayan a comandar "¿las fuerzas de paz?" y "¿la ayuda humanitaria?", la repartición de esos 20 millones de dólares, que se ofrecen a cambio de la entrada de militares a nuestro territorio... ¿Tan bajo nos tasan?

Cierto, cierto, la culpa es de Maduro que no cede, cuando es evidente el rechazo absolutamente mayoritario dentro del país. Debería sopesar las consecuencias de las arpías advertencias de Trump y Bolton (que hablan en nombre del "pueblo" venezolano, como hablarán mañana del colombiano, peruano o chileno), de lo que significa la bestia de Adams pegada a la bota de Atila, de las restricciones económicas internacionales, ya prácticamente insalvables. Maduro es el culpable, cierto, cierto, pero ¿quién confía en su sensatez, en su sensibilidad? ¿Apoyo chino? Lo darán a quien le garantice el cobro de sus préstamos en petróleo. ¿Apoyo ruso? No hemos todavía entendido nada de geopolítica, y que nos digan cómo se interpreta la intervención rusa en las elecciones a favor de Trump. De la ingrata Cuba, hace rato mejor no hablar, que debe estar enredada asesorando a Guyana o curándose las espaldas.

Cierto, cierto, Guaidó calla y deja pasar la idea de marines humanitarios, drones favorables, colombianos amigos. El juego de la destrucción y la guerra, el ceder definitivo de la soberanía, la pérdida del territorio repartido entre las fuerzas "aliadas", como forma de pago. Nuestras fronteras serán: al oeste, Colombia con sus garras sobre los Llanos, la Guajira, el Lago y los Andes, ampliando la plataforma para su negocio de drogas con Estados Unidos; al sur el Brasil de Bolzonaro, con un ejército de garimpeiros transitando por el Amazonas nuestro, hasta el Arco Minero, para frenar la invasión de venezolanos pobres; y al este, la miserable Guyana, avanzando con sus históricas pretensiones británicas hasta las aguas del Orinoco, el primer río de libre tránsito del futuro democrático, que llevará a las entrañas mismas de Latinoamérica la próxima invasión. Guaidó será presidente, no interino, sino de ese pequeño interior que quedará manchado para sus ínfulas, para su mala conciencia, para su Voluntad Popular, que nada de popular tiene. Ciertamente, todos los que lo siguen, inconscientes y cansados, tienen razón: hay buenas probabilidades de salir finalmente de esto.

De pocos, pero algunos de alto valor ético e intelectual, corre un llamado a referendum consultivo para decidir la convocatoria a elecciones generales, dada la gravedad de los obvios avances hacia la guerra y la invasión. Elecciones de todas las instancias, de todos los poderes. Un intento por salvar el pellejo de los venezolanos que Maduro (lo que representa) y Guaidó (lo que representa) ponen al asador, indolentes e irresponsables. Ni uno ni otro representa la Venezuela luminosa y posible. Ni las cúpulas corruptas del oficialismo, ni las ambiciones antinacionalistas de la oposición oficial son la nación de todos, que creo y espero somos la mayoría. Que prive la sensatez, ni Maduro ni Guaidó. Referendum ya.



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Alejandro Bruzual

Alejandro Bruzual es PhD en Literaturas Latinoamericanas. Cuenta con más de veinte publicaciones, algunas traducidas a otros idiomas, entre ellas varios libros de poemas, biografías y crítica literaria y cultural. Se interesa, en particular, en las relaciones entre literatura y sociedad, vanguardias históricas, y aborda paralelamente problemas musicales, como el nacionalismo y la guitarra continental.


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