Teatrocracia o de la farándula política

Teatrocracia es el término que usa Platón para referirse, despectivamente, a aquellos que hacen política dirigida a complacer a las barras, a los espectadores del circo político. A regodearse en complacer los gustos de la muchedumbre, que sin ningún atisbo de vergüenza se hacen llamar políticos.

Creo que es lo que hoy se llamaría demagogia y que malsanamente se encarna el populismo; que para los antiguos era el signo más palpable del deterioro de la forma de gobierno democrático. Teatrocracia, por otra parte, es un término más expresivo e ilustrativo que el término moderno.

En la teatrocracia se hace uso de los prejuicios sociales, económicos, raciales… se hace halago y se hacen promesas para conseguir y permanecer en el poder político. Esto no es más que el detrimento progresivo de la república y de la democracia.

De allí que cuando aparece un caudillo, que hace uso de esta mala forma de hacer política arrastre a la muchedumbre con promesas y con su labia. Los antiguos temían que el gobierno al servicio de la muchedumbre podía acabar siendo un gobierno manipulador; pues éste utiliza la adulación y el engaño para obtener beneficios que solo favorece a la élite dominante.

Esta teatrocracia dirigida a la muchedumbre es lo que conocemos actualmente por demagogia. Y los demagogos llevan, supuestamente, todos los asuntos a la muchedumbre; todo aparentemente «está al arbitrio del pueblo y la opinión popular… Unas veces los demagogos, para complacer al pueblo, tratan injustamente a las clases superiores, ya repartiendo sus haciendas o reduciendo sus ingresos con las cargas públicas; y otra veces lanzan contra ellas acusaciones calumniosas para poder confiscar los bienes de los ricos». Planteo Aristóteles en «Política 1292a y 1305a»

En la Venezuela del siglo XXI ha abundado la teatrocracia. Podríamos decir que casi ha sido la única forma que hemos visto de hacer política. Lo políticos lo que han hechos es encandilar a la muchedumbre haciéndolas palpitar por la vía de la simplicidad, al utiliza fórmulas rimbombantes y pasionales para evitar lo complejo y lo difícil de explicar, como diría Victoria Camps.

El escenario político ha sido una suerte de «Sábado Sensacional, de Sábado Gigante». Sí, esos programas faranduleros que se transmiten los fines de semana en la televisión para deleite y complacencia de los espectadores y tele-espectadores. Una suerte de circo, de caja de ilusión. Con la cual se va embolatando a la muchedumbre hasta tenerla a su disposición.

Toda la política ha estado dirigida a complacer los gustos de la muchedumbre, a halagarla. Hacerle creer que ella dirige los designios de la República. Ha sido, como decía aquella canción de la Lupe, puro teatro. El cual después de veinte años comienza a pasar factura, por la inoperatividad y el desgaste que las partes en pugna presentan.

Los partidos políticos inexistentes; los políticos que no valen medio; la muchedumbre hastiada de la manipulación; un gobierno ineficiente e incapaz y una oposición sin ningún proyecto para gobernar. Estos últimos solo aspiran al poder, nada más a la realización de un momento con impacto emocional, más allá solo hay el vacío.

La teatrocracia tiene un límite. Y ya acusa las deficiencias en la capacidad de sus promotores y en el atraso en la baja capacidad del gobierno. Ambos bandos están entrampados en práctica demagógica, y la población padece esas consecuencias.

Estos políticos con el pasar de los días se van haciendo cada vez peores actores; ya no producen ni una risa de indefensión. La crisis política se agudiza en la medida que se continúa sin ningún sentido esta práctica de la teatrocracia; agravan los grandes problemas y el acto de gobernar o de hacer una política real se disocia de los esfuerzos para enfrentarlos.

Pues, el hacer política de esta manera ha puesto el foco de atención en halagar y complacer a la muchedumbre, decirle lo que quieren oír. Los políticos han dejado de lado el discutir a fondo las reglas y el proyecto de político que es la República, la esencia del Estado democrático que es el diálogo entre las partes. Se complacen más en hacer «sombras» como los boxeadores en el entrenamiento.

Mientras la teatrocracia siga siendo la forma de hacer política seguiremos sumidos en esta misología complaciente y que agrada a la muchedumbre. Sin embargo, mientras tanto la muchedumbre hambrienta y en la miseria espera que se resuelvan sus problemas.

 



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Obed Delfín


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