Los niños de Irak

¡EH, GEORGE W.! ¿CUÁNTOS NIÑOS HAS MUTILADO Y MATADO HOY?

Uno de los aspectos más horribles de esta carnicería genocida que se hace llamar guerra, de estos bombardeos sistemáticos que llevan a cabo a diario las tropas estadou­nidenses contra el pueblo de Irak, contra sus ciudades y su población civil, es la increí­ble indiferencia no sólo del gobierno estadounidense sino también de la mayoría aplastante de la población de Estados Uni­dos ante la impresionante cifra de muertos y mutilados que dejan esos ataques y esos bombardeos entre la población civil, en especial entre mujeres y sobre todo niños.

Sabemos ya que al gobierno yankee el dolor y la muerte de esos niños no le afectan. No, esos niños no cuentan, no importan, no existen. No son niños estadounidenses, los únicos que duelen. Carecen de nombre y de historia. Son meras cifras. Madeleine Albright, ex Secretaria de Estado de los Estados Unidos, en representación de su gobierno, se ganó el premio de Madre de la Década, cuando dijo sin pestañear hace unos años que la muerte anual de medio millón de niños irakíes como producto del bloqueo de su país contra Irak era “el necesario precio para mantener la paz en la región”. Esto ya lo sabíamos; y no puede ahora sorprendernos. Pero lo que produce una profunda tristeza es la actitud de la aplastante mayoría del pueblo estadounidense de hoy ante esa masacre y ese genocidio. Ya varias encuestas lo han mostrado, pero la publicada ayer revela que nueve de cada diez estadounidenses están de acuerdo con la guerra y con lo que vienen haciendo su Presidente, su gobierno, sus militares, sus ‘muchachos’. Bush puede estar satisfecho, y sentirse orgulloso de su pueblo. Si Hitler viviera, se sentiría envidioso de no haber contado para sus hazañas genocidas con un pueblo así. Con pueblos como ese –y descontando, por supuesto, la ínfima minoría de hombres y mujeres dignos que se oponen a la guerra– es posible acabar con media humanidad y masacrar varios millones de mujeres y de niños sin que haya la menor protesta.

Lo que asombra es que haya estadounidenses que puedan ser insensibles hasta el punto de que imágenes como las mostradas en estos últimos días no sólo por Al Jazeera sino también por la misma BBC no les revuelvan el estómago y los hagan alzarse contra el genocidio que llevan a cabo sus gobernantes contra el pueblo irakí. Son muchas, muchísimas, pero quiero sólo mencionar tres de ellas.

Hace una semana era la foto de una niña, una hermosa niña acostada, con el rostro de lado, que parecía dormir plácidamente, pero que vista de cerca no era una niña dormida sino una niña muerta, víctima de un bombardeo. Su cráneo había explotado en parte como producto de éste. Y de su cabecita recostada en el suelo manaban sesos que se desparramaban manchando de muerte todo a su alrededor.

Ayer fue una secuencia de imágenes tomadas en Basora por camarógrafos de la BBC. Un grupo de soldados británicos, de los que llevan dos semanas sitiando la ciudad sin poder tomarla, cubiertos de cascos y armados hasta los dientes, entraban violentamente, armas en mano, pateando la puerta, a una humilde casa de los barrios periféricos y hacían salir a gritos de la misma, con las manos en alto, a los miembros de una familia de civiles irakíes. Salía primero el hombre con las manos en alto, luego su mujer, luego sus hijos, un niño y una niña cercanos a la adolescencia. Y luego salía, también con las manitas en alto como una peligrosa delincuente, una linda niña como de siete años, temblando, muerta de miedo, vestida con una túnica azul floreada y llevando un pañuelo en la cabeza. Recordaba –en versión femenina y árabe– aquella terrible foto de 1939 ó 1940, tomada en el ghetto de Varsovia, de la época en que los judíos eran perseguidos y no perseguidores, y en la que un asustado niño judío caminaba con las manos en alto rodeado de amenazantes soldados nazis. Pero esta era más terrible, no sólo porque era de hoy y no de ayer, sino porque no era una foto sino una secuencia filmada, ‘en vivo y en directo’. Y en ella, mientras la angustiada familia era puesta en fila en el frente de su casa, en la calle, la niña seguía temblando, y ya incapaz de controlar el miedo y el temblor de sus manos y su cuerpo, su lindo rostro empezaba a descomponerse de terror y las lágrimas comenzaban a surcarlo.

Pero hoy mismo, dos imágenes juntas, opuestas y simultáneas, nos permiten apreciar todo el cinismo, la hipocresía y la brutalidad de esta guerra que el 90% de los estadounidenses apoyan y celebran. En una de ellas, una secuencia, también ‘en vivo y en directo’, se ve a Bush, feliz y próspero, seguro de sí mismo, que por la escalerilla baja de un helicóptero militar en su residencia presidencial de Camp David, en medio de un prado floreciente y bien cuidado, rodeado de una guardia de honor. Pero antes de tocar tierra, el Presidente se vuelve con delicadeza para ayudar a bajar a su mascota (no hablo de Tony Blair ni de Aznar, hablo de un perro de verdad). Bush se inclina, alza a la mascota, un perrito negro de lo más coqueto y bien cuidado, limpio de pulgas y bien alimentado (debe comer por tres niños irakíes), y lo coloca delicadamente en el suelo. El gesto revela a un hombre de profunda sensibilidad, a un Presidente humano y justo del que se sentiría orgulloso cualquier pueblo, no importa si no ganó las elecciones y llegó al poder mediante un fraude.

Pero al lado de esta secuencia tranquilizadora, la prensa nos trae una foto capaz de encender de indignación al hombre más endurecido. Es la foto de un niño irakí de doce años, acostado sobre una improvisada camilla en un modesto hospital de Bagdad, de un niño vivo aunque casi carbonizado, quemado por todas partes, y al que acaban de amputar ambos brazos casi a la altura de los hombros. Los dos muñones están envueltos en esparadrapo. El niño trata de sonreír a la cámara, pero no puede. Ha perdido a toda su familia, padre, madre, tíos, hermanos, en uno de esos bombardeos que aviones estadounidenses realizan noche tras noche y día tras día contra civiles irakíes. El niño solloza y mira a la cámara con infinita tristeza, con la infinita tristeza de un niño de doce años que ha quedado sin madre y sin padre y sin hermanos y que no podrá más nunca jugar ni sonreír. Todo ello mientras Bush desciende de su helicóptero y con mucha delicadeza hace bajar a su perrito negro, un perrito al que nunca podría tocar ese pobre niño irakí mutilado por las bombas de Bush, porque no tiene brazos ni manos, porque sus brazos y sus manos le fueron arrancados una noche, en medio del terror, por los regalos libertarios que lanzan contra su pueblo los buenos chicos norteamericanos, los hijos de esos estadounidenses que apoyan a Bush y a su guerra genocida en un noventa por ciento.

Hace tres décadas, en plena guerra de Vietnam, una parte del pueblo de los Estados Unidos despertó de su embrutecimiento y su letargo, de su comodidad y su egoísmo, y reaccionó contra otra guerra genocida. Entonces era Lindon B. Johnson, Presidente del país, quien hacía masacrar a diario mujeres y niños en Vietnam. Los estadounidenses que se oponían entonces a la guerra, y que eran un porcentaje grande y creciente de la población, idearon un afiche inolvidable que recorrió entonces el mundo. En él aparecía una foto del Presidente estadounidense teniendo como fondo el paisaje terrible de Vietnam, y debajo de la inmensa la cara de Johnson un texto indignado preguntaba: Hey, Lindon B. How many kids have you killed today?, es decir, “Hey, Lindon B, ¿cuándo niños has matado hoy?”

Para desgracia del mundo y de la lucha por paz, aquéllos eran otros tiempos. Hoy son muy pocos los estadounidenses que se atreverían a re­editar y difundir por las calles un afiche comparable con la cara bovina del miserable Bush y una leyenda semejante: Hey, George W., ¿cuántos niños has mutilado y matado hoy? De hecho, hay algunos afiches parecidos, pero sólo se los ve en Internet, cuando sus portales no son bloqueados por esos fascistas que se hacen llamar Freedom Hackers. Es más, la miseria humana y la insensibilidad criminal de los promotores de la guerra ha llegado a tales niveles que no me extrañaría que algunos de los publicistas que alimentan el racismo y el miedo de ese 90% de estadounidenses que apoyan la guerra y la masacre, fueran capaces de usar la terrible foto del niño irakí mutilado, quemado, y sin brazos, con una monstruosa leyenda que dijera: “Un futuro terrorista al que en forma preventiva paramos a tiempo: sin brazos ya no podrá atentar contra noso­tros”

¿Podrá la miseria humana llegar a niveles semejantes?


*Escritor. Profesor universitario


Caracas, 7 de abril de 2003


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Vladimir Acosta*

Historiador y analista político. Moderador del programa "De Primera Mano" transmitido en RNV. Participa en los foros del colectivo Patria Socialista

 vladac@cantv.net

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