Religión y Política: ¿Qué pinta Dios en todo esto?(I)

Lo que no puede expresarse en palabras y sin embargo es por lo que las palabras se expresan, eso es en verdad el Absoluto, y no lo que las gentes adoran.

Kena Upanishad

  • Este escrito y losy5 que siguen, trata de responder a la pregunta: ¿Cómo se relaciona hoy la política con la religión o viceversa?

Los artículos están "motivados" por las aportaciones de los aporreadores:

I. ¿Mejor sin DIOS?

Son bastantes los que piensan que Dios es una especie de fantasma en el que gentes todavía poco modernas se empeñan en seguir creyendo, pero del que la humanidad irá prescindiendo cada vez más, como algo superfluo e inútil. Ya somos lo suficientemente adultos como para tomar la existencia en nuestras manos sin necesidad de acudir a ningún dios.

Ciertamente, es cautivador considerar al hombre como dios y creador de sí mismo, pero esto no significa en manera alguna que lo haga más humano. Hay una pregunta que no podemos eludir. ¿Es Dios freno y obstáculo para el crecimiento del hombre o, por el contrario, el único que puede orientar e impulsar su historia de manera verdaderamente humana?

No tenemos todavía una experiencia suficientemente larga y contrastada para poder verificar qué es lo que puede suceder en una sociedad en la que realmente la fe en Dios haya quedado totalmente sofocada.

Son bastantes, sin embargo, los que comienzan a preguntarse si no estamos ya comprobando de alguna manera que los hombres no nos bastamos a nosotros mismos. ¿No está llegando el momento de ser realistas y aceptar los límites de nuestra ciencia, nuestro poder y nuestra técnica?

Ciertamente los hombres podemos, individual y colectivamente, prescindir de Dios una y otra vez, pero no por ello se hace más clara nuestra existencia. Una vez que hemos expulsado a Dios de nuestra vida y nos hemos encerrado en este mundo creado por nosotros y que no refleja sino nuestras propias contradicciones, ¿quién nos puede decir quiénes somos y qué buscamos?

Expulsado Dios de nuestras vidas, podemos seguir defendiendo todavía por inercia un conjunto de valores, pero ¿no queda ya todo reducido a opiniones discutibles cuyo conflicto sólo podrá ser resuelto por la fuerza, la imposición de la mayoría o el juego de los diversos intereses? En realidad, ¿quién podrá legitimar un marco de valores inviolable para garantizar la dignidad de cada ser humano? Expulsado Dios, ¿no nos iremos quedando todos y cada uno de nosotros cada vez más indefensos éticamente?

Las palabras de Jesús encierran una extraña invitación para el hombre contemporáneo: «Si conocieras el clon de Dios...» El hombre de hoy no acierta a descubrir a Dios como don y como amigo. Tal vez, necesite experimentar todavía con más fuerza los desengaños y frustraciones que se generan en la historia cuando los hombres esperamos de nosotros mismos lo que sólo podemos recibir de Dios.

II. La Religión

La palabra religión entraña grandeza en su significado. Proviene de re-ligare (volver a unir), re-ligazón con el Absoluto, que irrumpe en nuestras vidas creando unión -comunión- con Él, con todo lo humano y también con el cosmos. Religión apunta además a re-legere o relectura del gran misterio que es el ser, expresada en las grandes preguntas existenciales: quiénes somos..., a dónde vamos..., que acaban cristalizando en teologías, dogmas y creencias. Sin embargo la riqueza del vocablo no termina aquí, sugiere también la religión el re-eligere o elección cada vez más honda, desde el centro o alma y no desde la periferia; que cada acto sea cada vez más elegido, o lo que es lo mismo: "que se haga, Señor, tu voluntad", pues la expansión de la voluntad de Dios nos alcanza a nosotros de tal manera que llegamos a ser y no solo a hacer su voluntad.

Las tres palabras latinas ligadas a religión tienen en común el prefijo re que expresa el dinamismo transformador que configura a las dos partes que intervienen en el encuentro religioso: la realidad transcendente inefable e invisible- que sale de sí misma para encontrarse con el hombre, y la realidad humana que se deja afectar en la totalidad de su ser, ante la irrupción de lo divino. La persona experimenta el advenimiento de lo trascendente como un don o regalo que supera cualquier expectativa humana, lo que le lleva a existir de un modo nuevo y diferente. A esta realidad divina, a la que se accede mediante una experiencia no racional ni mental, se le llama a menudo Misterio, para designar ante todo la trascendencia y la fuerza transformadora que envuelve al ser humano, y no tanto porque sea algo misterioso o escondido que el hombre sea incapaz de descubrir. El misterio se identifica con Dios en las religiones teístas, es una manera distinta de nombrarlo, mientras que en otras religiones existen otros nombres, o se evoca por la ausencia de todo nombre y el vacío de toda representación.

El teólogo alemán Rudolf Otto señaló dos cualidades paradójicas que la irrupción del misterio provoca: tremendo y fascinante. El sentimiento de lo tremendo tiene que ver con el temor ante la desproporción existente entre la dimensión divina y nuestra propia realidad humana, pues la persona se experimenta desconcertada y sobrecogida ante ese misterio trascendente e inabarcable. Mediante lo fascinante, el hombre siente una presencia cercana y amorosa, un confiado abandono, que le afecta y seduce en lo más íntimo de su ser, interpelándole de forma incondicional. Se trata pues de una vivencia honda que se experimenta como la entrada en el terreno de lo sagrado, el salto a una especie de cambio de nivel, una transformación en la que la vida adquiere una nueva dimensión desde la que todo se ve y se vive de un modo diferente. Los grandes personajes bíblicos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, se nos muestran como ejemplos paradigmáticos de lo que representa -para toda persona- el encuentro con el misterio tremendo y fascinante.

El despertar a la experiencia religiosa suele desencadenar una actitud de búsqueda, pues la presencia del misterio mantiene una tensión también con la ausencia o negación, que lleva al hombre a sentirse insatisfecho e inquieto, a pesar del encuentro con lo divino; la presencia en forma de ausencia impulsa al sujeto a ponerse en camino, rastreando las huellas de lo divino en las realidades y acontecimientos de la vida, que se van percibiendo cada vez con mayor plenitud. Desde este horizonte, la persona religiosa se abrirá a las mediaciones a través de las cuales se hace presente el Absoluto; se trata de expresiones simbólico-religiosas en estrecha correspondencia con el entorno cultural y social en que nació históricamente la religión, el sujeto y la comunidad religiosa.

Esta necesidad de reconocimiento de la dimensión infinita a través de expresiones finitas, sociales e históricas, afecta a todas los aspectos de la vida humana: tiempos, lugares, personas, ritos, doctrinas y teologías, instituciones, fraternidades...Sin embargo, es muy importante señalar que todas las mediaciones son relativas y por tanto están sujetas, por una parte, a los necesarios cambios históricos y, por otra, a mantenerse en su carácter relativo, es decir a no confundirse con el Absoluto, porque entonces pervertirían la actitud religiosa en lugar de manifestarla y potenciarla saludablemente.

No son pocos los que en la actualidad han señalado que la religión -entendida como el conjunto de mediaciones religiosas- es el dedo que apunta acertadamente al firmamento de Dios, o el valioso mapa que sirve para encontrar el territorio de lo divino sin perderse. Pero el dedo no es el firmamento, ni el mapa es el territorio, y existe el grave peligro de confundirlos, absolutizando lo primero a costa de lo segundo. Aquí radica la perversión de la religión, pues el ego -personal y colectivo-encuentra en el terreno religioso un extraordinario filón para su autoafirmación e idolatría ¡Qué más aliciente para el ego que tener a Dios de su parte y poder perpetuarse más allá de la muerte!

Ya lo dijo san Jerónimo: corruptio optimi pessima (la corrupción de lo mejor es lo peor) y los egos religiosos generan inconscientemente, a menudo y sin mala voluntad, un progresivo oscurecimiento de la realidad religiosa hasta el punto de reducir el Dios experimentado exclusivamente al Dios pensado. Poco a poco, y siguiendo por este camino, la espiritualidad puede quedar convertida en doctrina, la fe ceder paso a la creencia, la religión de la gracia y del gozo rebajarse a religión del mérito y del miedo, el Evangelio -en el caso del cristianismo- perder su prioridad por el Derecho Canónico y el documento eclesiástico...; en fin, el hombre de Dios que celebra y comunica el misterio, quedar mutado en funcionario de lo sagrado que administra rutinariamente servicios religiosos.

Son numerosos los autores que han señalado con lucidez algunos de estos peligros; por ejemplo, Ken Wilber escribe, a propósito de la sustitución en Occidente de la espiritualidad por una teología racionalista:

"No obstante, la teología, que en Occidente siempre ha adolecido de un ojo de la contemplación un tanto miope, dependía tanto del racionalismo y de los "hechos" empíricos, que cuando la filosofía y la ciencia le arrancaron esos dos ojos, la espiritualidad occidental se quedó ciega. Pero entonces no recurrió al ojo de la contemplación sino que se retiró al exilio y desde ahí se dedicó a malgastar inútilmente el tiempo en fútiles discusiones con los filósofos y los científicos. A partir de ese momento la espiritualidad occidental quedó desmantelada y solo quedaron en pie la ciencia y la filosofía."

Javier Melloni, en su obra Hacia un tiempo de síntesis, dice acertadamente en relación con las peligrosas trampas en que puede incurrir toda religión:

"Las religiones son receptáculos de una plenitud que ha sido vertida en ellas y que tratan de custodiar. Pero al custodiarla se pueden hacer insolentes. Por miedo a perderla, la blindan, y al no saber qué hacer con tanta densidad, la lanzan sobre los demás sin atender a lo que ellas ya contenían [...]. Las religiones se hacen indigestas -no solo indigestas, sino sumamente peligrosas- cuando pretenden apoderarse del Absoluto. [...]. Se reconoce una plenitud que ha sido reducida a totalidad por la cris-pación con que se defiende."

La preservación del mensaje religioso conlleva -en todos los casos- una razonable y legítima institucionalización que asegure la fiel conservación, interpretación y transmisión de la revelación original recibida, cuyo depósito queda garantizado por la institución. La figura del sacerdote -el que ofrece lo sagrado- hace de intérprete de la tradición y a su vez de intermediario entre Dios y el grupo creyente. Aparece así una institución sacerdotal: el clero, no exenta de peligros inconscientes si se experimenta como una casta superior, elegida y privilegiada por voluntad divina, que comporta actitudes psicológicas y peculiares maneras de vivir el ministerio sacerdotal y la vida religiosa que reciben el nombre de clericalismo o funcionariado religioso. Martín Velasco describe sus características con especial agudeza:

"Desde el punto de vista psicológico el estatuto clerical impone actitudes y comportamientos que se caracterizan por el desarrollo de la conciencia de elección divina y la consagración de la propia persona a la misión que encomienda, la identificación de la persona con la tarea y la función, el predominio de las normas que rigen el ejercicio de esa función sobre el pensamiento, las tendencias y los sentimientos de la persona, que corren el peligro de quedar completamente reprimidos, la sustitución de la consideración de la verdad y los valores tal como los descubre y vive la persona por la "lealtad" a la institución y la función que en ella se ejerce; el predominio del "espíritu de cuerpo", y el ocultamiento engañoso de la radical inseguridad y la angustia personal tras la identificación con un papel dotado de un prestigio y un poder aparente."

Eugen Drewermann, en su voluminosa y demoledora obra Clérigos, desarrolla y profundiza este importante tema que apunta Martín Velasco, llegando a conclusiones bastante atrevidas; en su polémico libro, el psicoanalista y teólogo alemán desvela con todo detalle los mecanismos psicológicos reprimidos que suelen estar en el trasfondo de la vocación sacerdotal y religiosa de muchas personas, los cuales son reforzados por la institución eclesial, de la que el autor hace una dura crítica. No obstante, y a pesar del rechazo que la obra de Drewermann provocó en su momento en muchos sectores eclesiales, los cristianos deberíamos tener siempre muy presente la dura crítica que Jesús realiza en el Evangelio contra la parte oscura de los que representan el poder religioso, aplicable a todos los tiempos y a cualquier religión.

No son pocas las cuestiones conflictivas que pueden aparecer a lo largo de la vida de un sacerdote, religioso o religiosa, incluyendo las que provienen de la propia institución eclesiástica, pero parece cierto que muchas vocaciones religiosas y sacerdotales pueden nacer ya contaminadas de elementos psicológicos bastante engañosos. Que esto sea así, no tiene en principio nada malo, es incluso razonable, pues las carencias y menesterosidades inconscientes que todos arrastramos en la vida se disfrazan -seguro que sin mala voluntad- de mecanismos nobles y bien aceptados socialmente, a través de los cuales estructuramos y mantenemos nuestra personalidad. Pero sería imprescindible desenmascarar y purificar dichos mecanismos a lo largo de un proceso de acompañamiento y sincero discernimiento, para poder vivir un ministerio saludable y auténtico.

Tres temas de naturaleza psicológica parecen tener especial importancia en el discernimiento de toda vocación religiosa o sacerdotal: 1. El complejo vínculo con la madre, que a menudo es determinante y no siempre sano, y cuyos patrones se suelen proyectar en la Santa Madre Iglesia; 2. El tema afectivo-sexual, pues el mecanismo de la sublimación que celibato y voto de castidad requieren no es nada fácil de gestionar en la praxis, pudiendo existir mucha inmadurez en este terreno bajo capa de espiritualismo; 3. El lamentable engaño de confundir la llamada de Dios con la ineptitud para vivir en la sociedad como lo hacen la mayoría de las personas, intentando encontrar en el estado clerical un hueco en la vida o modus vivendi que incluso pueda procurar estabilidad social y un cierto tipo de poder o influencias de forma cómoda y ventajosa.

El problema se origina cuando en esos elementos engañosos enmascarados, tanto los candidatos como sus orientadores espirituales, creen ver precisamente los signos preclaros de una llamada divina; entonces, las posibilidades de superación de los dichos aspectos inmaduros o poco saludables no solo pasan desapercibidos, sino que acaban por enquistarse, convirtiéndose en graves y crónicos -incluso patológicos- con el paso del tiempo, pues en el fondo acaban constituyendo el único soporte de la llamada vocación. La creencia, no solo en la elección divina ya mencionada, sino además en la gracia transformadora del sacramento del Orden Sacerdotal en base al ex opere operato, pueden hacer creer a no pocos sacerdotes que ya están curados de todo por el mismo Dios que los ha elegido y, por ende» capacitado para guiar y curar a cualquier persona o comunidad que se les presente. Con ello se actualizaría desgraciadamente la dura y sabia frase de Jesús: "Ciegos que guían a otros ciegos" (Mt 15, 14).

El paso de los años probablemente manifieste las dolorosas consecuencias que pueden derivarse de la falta de lucidez psicológica y espiritual en la vida religiosa de algunas personas, sin contar con otros muchos incidentes externos que a veces aparecen. Fenómenos tales como: tedio, rutina, mediocridad, envidia clerical, autoritarismo, rigorismo, mal carácter..., pueden hacer su aparición sobre todo en la segunda mitad de la vida; o incluso cuestiones más delicadas: pederastía, adicción al alcohol, o apego compulsivo al dinero o al poder.



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Luis Antonio Azócar Bates

Matemático y filósofo

 medida713@gmail.com

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