Ella

Ella, no se trata de la canción de Leonardo Fabio, ella ya me olvidó, no, no se trata del olvido, se trata del recuerdo. El recuerdo que trae la desaparición de un ser querido. De un ser querido, que llevas incrustado en tu corazón, que llevas sembrado, ese ser, en tu mente, y que no te suelta en ese espacio, de emoción y razón, que no te suelta su belleza, enfrentada con lo horrible, y ahí, el centro universal unificado de unicidad instantánea, de equilibrio dinámico pacífico, entre la belleza y lo horrible, en esos aspectos límite contradictorios, y ahí, el Dios geómetra profundo, la verdad andarina golondrina ramossucreiana, ahí entre la belleza y lo horripilante, la belleza de la golondrina ante lo horrible del ave dudosa mezquina.

Ella, a ella la siento en el lugar en que estoy escribiendo su recuerdo. Ella palpita, en el aliento, en las lobulares límbica cerebrales, y ahí, el centro universal unificado de unicidad instantánea, de equilibrio dinámico pacífico, de lo lineal, de lo poliédrico y de lo universal entre dos universos, que a la par, expándese y contráese, ahí, la belleza y lo horrible no se sueltan, no se dejan, en tanto la belleza de la golondrina, vuela, vuela entre medio y fin, entre método y resultados.

Ella, a ella la siento en la ceniza más volátil, a ella la siento en lo fontanero, en el suelo, en el cielo, en el fuego. La golondrina andarina cantarina, mi mariposa de lindos colores, vuela, vuela lejos, allende los mares, pero vuela, mi mariposa de lindos colores. Ella rompió el cascaron, Abraxa la abraza, que no abrasa, la casa está sola, que miento a lo andreseloyblancoiano, estoy con tu recuerdo mi golondrina andarina, Abraxa la abraza, que no abrasa, centro universal unificado de unicidad instantánea. Abraxa la abraza, que no abrasa, en la tendencia y en la trascendencia.

Ella, a ella la siento a cada instante aromático de su cuerpo, de la sábana, de su atuendo de la sabana. Ella no huele a olvido, ella huele a recuerdo, ella huele a sentimiento, ella huele a alma, ella huele a mi hamaca de libros y biblioteca, ella huele a poesía, que ella escribía desde el alma. Ella huele a lienzo pictórico de los cuadros de la casa de Cantaclaro de San Carlos, que pintara Rotondaro. Ella huele a platos del desayuno, almuerzo y cena, en la comida de todos los días, en las buenas y en las malas, y en esta guerra maldita de los imperios malsanos.

Ella, a ella la siento en las frutas de su apetencia, en los jugos y en las ensaladas de frutas criollas, en los jugos, en las chichas de piña, de durazno, de fresa, de guayaba, de ahuyama, en las tortas y en los dulces decembrinos. A que miento, estoy con tu recuerdo.

Ella, a ella la siento en la solidaridad, su memoria de consulta sin equívocos desde lo telefónico a los nombres más recónditos de personas, del sentimiento siempre de ayuda, de las personas que tocaban su puerta. Ella en el hogar, ella la del desayuno para Miguelángel y Jesús Gustavo y ellos para la escuela, con su ropita planchadita y en el uniforme de todos los días.

Ella, a ella la siento, ahora, como la abuela de las nietas Herita y Milesquita, la abuelita andarina de las hijitas de Miguelángel y Heladi, todavía, a ella, no golpeábale lacerante su memoria ni su magín, aquella perra negra winstonchurchilliana maldita, perra negra direccionadora de la Segunda Guerra Mundial, perra negra, que no llevóle al suicidio al primer ministro del Reino Unido, como a ella sí.

Ella, a ella siento en la incineración, como el ave fénix, a ella siento en el suicidio, a ella siento en la resurrección de sus propias cenizas, ella única en su especie, a ella la siento trascender de la belleza de la golondrina y de la mariposa de lindos colores, ella como toda la belleza del mundo, ella tiende hacia Abraxa que la abraza, y que no la abrasa, y trasciende de nuevo en ave fénix.

Si ella, Ermila Zenobia, la que siento palpitante entre la razón y la pasión, olvido y recuerdo, entre los aspectos límite antagónicos, y que del centro universal unificado de unicidad instantánea, Abraxa la abraza, que no abrasa, y ella trasciende en el recuerdo del olvido de la viña seca andreseloyblancoiana, entonces sea dicho, que al ave fénix se llega por la perra negra maldita que me la llevo sin direccionalidad en la quema y que en una sola ceniza, a ella, a Ermila Zenobia Páez González, la siento y la recuerdo en la procesión que andará por siempre dentro.



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Miguel Homero Balza Lima


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