Apego y desapego o las trampas de la propaganda

Hay una invitación indiscriminada al desapego. No obstante, ¿por qué nos debemos desligar del apego? Acaso por qué alguien nos lo dice. Porque hay instructores de cualquier otro tipo que nos han hablan de ello. Nos dicen y se hace propaganda de que «tenemos que encontrar la realidad, que debemos renunciar a esto o aquello, que debemos abandonarlo todo y que solo así hallaremos la realidad». Y, de este modo, nos vamos sumando a la idea del desapego, sin reflexionar mucho sobre eso y sin que sea nuestra tal convicción.

Existen los diversos instructores que nos inculcan la propensión al desapego; estos nos dicen «debes vivir desligado de las cosas». Sin embargo, ante esta afirmación debemos preguntarles ¿por qué tenemos que estar desapegados de las cosas? ¿Qué es ese desapego del cual me hablas? ¿Cómo sabes de antemano que tenemos un apego? ¿No será acaso una temática de moda, como tantas otras, que pronto caducará? O es ¿qué tú tienes un problema personal con el apego-desapego y quieres hacer de eso una doctrina universal?

Nuestro asunto personal es saber ¿Por qué existe el apego? Y en tal caso ¿por qué estamos apegados a algo? Es algo en lo cual debemos reflexionar, no asumir posturas ya fabricadas ni algo que nos impongan. Si podemos hallar respuesta a esto, lo más probable es que el problema del desapego no exista. Tal vez, estamos apegados a atracciones, a sensaciones, a asuntos de nuestra mente, cosa nada extraño. Pero si podemos descubrir por qué estamos apegados, tal vez hallaremos una respuesta adecuada que no consiste en cómo lograr el desapego.

¿Qué sucedería si en toda esta habladuría del desapego resulta que no estamos apegados? Que no estamos apegados a nuestros bienes, si es que tenemos algo; a nuestras características e idiosincrasia, a nuestras virtudes, creencias e ideas; o a nuestra posición social, si algo así existe; e incluso que no estamos apegados ni a nuestro propio nombre. Que no estamos apegados a todas esas cosas que forman nuestro «yo». ¿Qué ocurriría? ¿Dónde quedaría esa charlatanería?

Digamos que no estamos apegados a esas cosas que hemos mencionado; entonces nos damos cuenta que somos una nada. Porque si no estamos apegados a nuestras comodidades, a nuestra posición, a nuestra vanidad, nos sentimos súbitamente perdidos porque no tendríamos un «yo», una personalidad. El temor a este vacío, de no ser nada, de no ser un «yo» hace que nos apeguemos a cualquier cosa; sea esta nuestra familia, nuestra pareja, una fotografía, un automóvil, nuestro país; no importa lo pequeño o grande que sea. Nos apegamos a algo para construir y poder tener un «yo». Pues, el yo se construye con relación a algo.

El temor de no ser nada hace que uno se adhiera a algo, y este proceso de aferrarse a algo implica conflicto y dolor; que en muchos casos no es una experiencia ni desgarradora ni traumática aunque aquello a que nos aferramos muchas veces se desintegre, sea nuestra posición, nuestros bienes, nuestra pareja. Aferrarse a algo no siempre es algo doloroso ni genera conflicto, sino que es algo placentero. Ver el apego como algo doloroso es una interpretación donde predomina la experiencia negativa, pero esta no es la única interpretación. Hay apegos placenteros, no me refiero a asuntos patológicos.

En muchos casos, en el proceso de retener hay menos dolor que en el de desprendernos; digamos la muerte, ante ésta queremos retener con vida a la persona que amamos pues esto nos resulta menos doloroso que su muerte. Sin embargo, para evitar el dolor decidimos racionalmente que hay que estar desligados, desapegados porque así nos lo han dicho. En este sentido, nos quiere ser negada la experiencia del displacer, del dolor. Pero, eso debe ser parte de una sociedad aséptica, liberada de todo padecer. Algo por demás difícil.

Si nos examinamos vemos que el miedo a la soledad, el miedo a no ser nada, el miedo al vacío, nos hace apegarnos a algo, eso cierto. Pero también podemos observar que todos esos miedos no son miedos patológicos, sino miedos naturales; parte de nuestra naturaleza emocional en la cual conviven simultáneamente emociones positivas y negativas. Entonces ¿Por qué negar unas y alabar a las otras? ¿Acaso el apego no es algo natural entre los mamíferos?

En el apego hay dolor si tenemos una conducta patológica, enfermiza que nos lleva a sufrir. Y para evitar ese dolor que todo animal padece, entonces tratamos de cultivar el desapego como la panacea universal; y así persistimos en ese círculo doloroso en el cual siempre hay lucha. Ahora bien, una patología creo que no se sana con meras palabras, con decir no sientas esto o aquello; la patología es algo más complicado y requiere de diagnósticos clínicos. Y no estamos hablando de conductas de este tipo.

¿Por qué no podemos ser como la nada, algo inexistente? Porque somos cuerpo y éste no admite la nada, porque sería la negación de sí mismo. O está el cuerpo o está la nada. Nosotros y el mundo somos cuerpos, de allí la dificultad de admitir la nada, más allá de ser un concepto, un término o una sensación. Si nos concebimos como cuerpo no hay problema de apego o desapego, porque un cuerpo sano no cae en lo patológicamente enfermizo ni del apego ni del desapego. Solo vive su existencia, que incluye el pensar y el sentir. Y ambos procesos son naturales en él.

Si la vida es un conjunto de relaciones no hay cabida para el vacío, porque una relación es sustituida por otra. Ahora bien, si vivimos en un «vacío deprimente» existencial es porque nuestras relaciones no funcionan, o tal vez porque somos sujetos disfuncionales. Sin llegar a ser patológicamente enfermizos. Por otra parte, si nuestras relaciones son convivencias, entonces éstas son un proceso de apego y desapego permanente.

¿Podemos negar en nuestra vida las relaciones? Si nos apegamos a alguien es porque hemos establecido una relación con esa persona. Cuando nos apegamos a alguien es porque estamos en una relación con esa persona. No sé de qué intensidad sea ese apego, pero es una relación. Entonces, ¿cómo podemos negar, a la vez, la relación y el apego y afirmar la vida?

Muchas veces sentimos la necesidad de la otra persona porque estamos perdidos, o nos sentimos desdichados o solos. ¿Tiene algo de extraño esto? ¿Es extraño a nuestra naturaleza, acaso? La otra persona se convierte en una necesidad para nosotros, en alguien útil, en alguien que llena nuestro vacío. En este tránsito, nosotros no somos lo importante, lo importante es la seguridad que la otra persona representa para nosotros; lo importante es que esa persona llene nuestra necesidad. ¿Es algo extraño a nuestra naturaleza sentir esa necesidad del otro?

Entendamos, hablamos de un tránsito no de un estado permanente de necesidad, porque de ser permanente sería un estado enfermizo. Y en un estado patológico no existe convivencia alguna con la otra persona; pues a la persona la convertimos en un fármaco, en una necesidad, en una cosa necesaria, en algo utilitario. Y esto nos es ni relación ni convivencia.

Vivimos, y esto es un estar en relaciones. La vida es relación. En la vida nos distraemos, nos sentimos perdidos, nos sentimos vivir. Ahora bien, la convivencia no es una distracción para sentirnos vivos, es un compromiso con nosotros y con los otros. No podemos vivir en el aislamiento, ello no es posible. Tal vez, por unos muy pocos días, porque al necesitar salir a comprar unos víveres, digamos, ya establecemos un conjunto de relaciones con nuestro entorno.

La vida en tanto relación nos hace sentir vivos. El reñir unos con otros, el sostener luchas, disputas; también buenas amistades, buenas conversas, todo esto nos produce una sensación de vida. De manera que la convivencia no se convierte en una mera distracción. Pues, solo una persona sensible y despierta al afecto puede estar relacionada con la vida y sus relaciones.
 



Esta nota ha sido leída aproximadamente 1511 veces.



Obed Delfín


Visite el perfil de Obed Delfín para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter



Obed Delfín

Obed Delfín

Más artículos de este autor