La aventura espiritual de la búsqueda: los coloritmos

"El artista crea misteriosamente la verdadera obra de arte por vía mística. Separada de él, adquiere vida propia y se convierte en algo personal, un ente independiente que respira de modo individual y que posee una vida material real" W. Kandinsky

Por las anécdotas e historias transmitidas nos hemos enterados que las enseñanzas de Pitágoras incluían la aritmética y la música, en forma conjunta. La aritmética permitía la comprensión del universo físico y espiritual; la música, por su parte, permitía comprender la armonía universal. En los «coloritmos» podemos apreciar estos dos elementos, es decir, la geometría y la música danzando en el cosmos del arte.

El origen de la necesidad espiritual en el arte está determinado por tres necesidades místicas, nos dice Kandinsky. Veamos estas tres necesidades. Primero, el artista ha de expresar lo que es propio a su personalidad. Segundo, el artista, como hijo de su época, ha de expresar lo que es propio de la época. Tercero, El artista, como servidor del arte, ha de expresar lo que es propio del arte, esto es, lo que es eternamente artístico y pervive en los hombres, en los pueblos y en las épocas. Los dos primeros nos hacen penetrar en el tercero.

El artista debe mostrarse ciego a las enseñanzas y los deseos fatuos de su tiempo. Su mirada debe dirigirse hacia su vida interior y sus sentidos prestar únicamente atención a la necesidad interior. Entonces, sabrá utilizar con la misma facilidad tanto los medios permitidos como los prohibidos. Pues será el único camino para expresar la necesidad mística. Todos los medios son sagrados si son interiormente necesarios, y todos son sacrílegos si no brotan de la fuente de la necesidad interior. De este modo, la medida y el equilibrio están dentro del artista constituyendo su sentido del límite, su tacto artístico. Nos dice Kandinsky

El arte puede ser observado, por una parte, como si estuviésemos detrás del cristal de una puerta de vidrio. Al ocupar la posición «detrás de», la música del arte nos llega amortiguada, sus sonidos y compases nos parecen sordamente fantasmales. Y todo el arte, pese a la trasparencia del vidrio, surge como un ser latente que se nos muestra del «otro lado», como «un afuera». Se nos presenta de forma distante separado de nosotros, esto es, de un modo a-espiritual.

No obstante, podemos —y estamos obligados— a abrir tal puerta para salir de ese alejamiento y profundizar en ese ser que, está hasta el momento en el «afuera». Al hacer esto tomamos parte de las pulsaciones vitales, en sentido pleno, del arte en general y de los «coloritmos» en particular. Ante los «coloritmos, o abrimos la puerta o éstos rompen el vidrio para que lo espiritual en el arte nos abarque en su totalidad.

Los «coloritmos» con sus pulsiones vitales, sus permanentes cambios, sus tonos y sus velocidades musicales nos envuelven. Nos hacen ascender y descender vertiginosamente, también nos hacen caer pausadamente y quedarnos como paralizados ante ellos. Nos arroban y arrebatan, en esto son sublimes.

Sus movimientos nos envuelven entre el juego de líneas verticales u horizontales. El movimiento conformado por colores y planos nos lleva hacia diversas direcciones. Estas manchas cromáticas que se unen y separan en tonalidades graves y agudas no nos dan reposo. Porque nos hacen danzar, nos hacen bailar.

Entre el juego de líneas, de sonoridad, del movimiento de colores que intentan o escapan de los planos y roban protagonismo a las líneas se da la posibilidad de penetrar en la obra de arte, de participar en y de ella para vivir sus palpitaciones.

Ante los «coloritmos», el sujeto no es un espectador a través de un cristal, sino que se ubica en la obra misma sin intermediario. Nuestra vista, nuestros oídos transforman las mínimas conmociones en grandes vivencias, porque de cada parte fluye música y toda la obra resuena. Como un explorador arriesgado nos internamos en este territorio desconocido de colores, líneas y planos para hacer nuestro el descubrimiento de lo espiritual en el arte, a lo cual nos invita cada pieza.

Al ser observadores feroces no dejamos en paz el arte. Y el arte desea esto, es decir, ser observado y sentido. Por lo que, liberada la línea, el plano y el color de la subordinación práctico-funcional comienzan a existir éstos como seres independientes y devienen en su propia interioridad y en su propia totalidad.

La creación artística es, por lo general, madre de nuestros sentimientos. La obra de arte refleja lo esencial, por ello renuncia a lo contingente, a lo que no tiene cabida. Es de este modo como nuestro espíritu es despertado en su desesperación, de su carencia de fe, de su falta de meta y de su sinsentido.

La obra de arte tiene una vida compleja y sutil, origina en nosotros emociones que nuestras palabras no alcanzan a manifestar. Pues, contiene una energía profética y vivificadora que actúa sobre nosotros profundamente, sin darnos cuenta.

La vida espiritual, en la que se halla el arte y de la que éste es uno de sus más activos agentes, es un movimiento complejo y determinado. El cual se traduce en términos aparentemente simples, los cuales nos conducen hacia adelante y hacia arriba. Este movimiento es el del conocimiento, que mantiene un sentido idéntico interior, es decir, el mismo.

El arte, manifestado en los «coloritmos», es espíritu y contenido artístico. Es alma donde la obra expresada en su corporalidad tiene existencia plena. Es la naturaleza interior, que consciente o inconscientemente, nos invita a observar la máxima socrática de ¡Conócete a ti mismo!

El artista, consciente o no, vuelve su atención hacia sí, estudia y analiza el valor espiritual de los elementos con los que puede crear. Por ello, el artista que pretende expresar su mundo interior entiende que este objetivo se alcanza naturalmente en la música, en el arte más abstracto. Este que no imita la naturaleza. Po ello, el artista parece volverse hacia la música para encontrar en ella medios expresivos para su obra.

La pintura busca en la música la cualidad del tiempo, de la dimensión temporal para expresarla en ese instante presente. Los «coloritmos», hacen uso de las formas propias de su lenguaje, analiza sus fuerzas y sus medios, los conoce bien, y los utiliza en el proceso creativo de un modo más allá de lo puramente pictórico. La obra, de esta manera, por medio de la forma-color hace vibrar adecuadamente el alma humana.

La armonía formal-musical hace contacto con el alma, la vivifica como principio de la necesidad espiritual interior. Las formas musicales se manifiestan en un objeto real que posee vida material. Este parece ser el origen pitagórico de los «coloritmos». En la manifestación del ritmo, en la construcción matemática y musical del plano, en el valor del color y en la dinamización de la línea, se realiza y materializa la aventura espiritual de la búsqueda de los coloritmos.



Esta nota ha sido leída aproximadamente 883 veces.



Obed Delfín


Visite el perfil de Obed Delfín para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter



Obed Delfín

Obed Delfín

Más artículos de este autor