El caos como política de estado

Sobre las ruinas y la destrucción reinan los seres que son capaces de alimentarse de la carroña, de los restos; subsisten a costa de los que no pueden adaptarse, de quienes no estaban preparados para situaciones extremas. En Venezuela, llevan una ventaja adicional: están en el gobierno, y saben con anticipación lo que está por ocurrir.

En los últimos cinco años, nuestro país ha sido sometido a un brutal proceso de demolición que abarca todos los sectores de la vida nacional; no se trata solo de la destrucción de la economía, y las fuerzas productivas, el asunto va mucho más allá, se trata en el fondo de aniquilar todo vestigio de prosperidad y democracia, siguiendo un guion preestablecido desde Miraflores, que implica la postración absoluta de la sociedad venezolana, su dispersión, la subyugación del pueblo, para dominarlo a su antojo mediante la aplicación de la fuerza, o, de mecanismos de control social como el carnet de la patria. Si quieres gobernar para siempre, obviando las reglas de la democracia, debes asegurarte de que nadie tenga la fortaleza para oponerse a ti. Maduro lo entiende a cabalidad, por eso se aferra al caos como su alfa y omega. Reinar sobre las ruinas de Venezuela, es la estrategia perfecta del heredero predilecto de Stalin.

No es la primera vez que ocurre algo similar, la historia moderna de la humanidad está plagada de tiranos que deliberadamente han hundido a sus gobernados en la miseria, con el fin de facilitar el control sobre la población. Para ello, se basan en dos principios fundamentales de toda dictadura: la incautación de las libertades democráticas, y las restricciones económicas; los dictadores no toleran la disidencia, y tampoco están dispuestos a escuchar la voluntad de la gente, el pueblo es solo un objeto moldeable a sus caprichos, e incómodo a la hora de satisfacer sus necesidades, pero necesario para mantener las apariencias, mientras se pueda; y cuando esto ya no sea posible emplearan la fuerza de sus fusiles para seguir aferrados al poder.

La incautación de la democracia puede propiciar éxodos masivos de población, como en el caso venezolano, donde se estima que el 10% de sus habitantes ha cruzado las fronteras para instalarse en los países vecinos, lo que ayuda a bajar la presión interna de los regímenes opresivos, ya que, en la mayoría de los casos quienes emigran son personas jóvenes y adversos al gobierno. Por otra parte, las restricciones económicas son una carta de presentación de los gobiernos dictatoriales, aprietan a los sectores productivos hasta que la economía colapsa, quedando todo bajo el control del estado, lo cual garantiza que nadie tenga independencia económica, y, por ende, el pueblo se convierta en esclavo prisionero del asistencialismo gubernamental, como se observa claramente en el caso venezolano.

Maduro ha convertido a Venezuela en un estado fallido, una nación en caos, un país sin futuro, donde las expectativas generales de la población se concentran en la supervivencia diaria, donde hacer planes para el mañana representa un sin sentido, que choca contra la dura realidad de no saber qué va a pasar en este país destrozado por el nefasto régimen, en el corto, mediano y largo plazo.

La retórica discursiva del gobierno emplea toda su artillería en tratar de convencer a propios y extraños de que, la responsabilidad de este desastre es ajena, que ellos están preñados de buenas intenciones, que son una especie de incomprendidos, unas víctimas de la agresión imperial. Sin embargo, ese mensaje se ha desvanecido ante la claridad de las evidencias, el mundo está plenamente convencido de que se trata de un gobierno forajido y criminal, dispuesto a todo para mantenerse en el poder, ese poder que es su tabla de salvación ante la justicia nacional e internacional. Maduro y su cúpula están convictos y confesos, el día de pagar sus pecados está más cerca que nunca. Nada podrá salvarlos de los designios del destino.

El caos reinante en Venezuela no es fruto de la casualidad, responde a una estrategia pensada y planificada, cuyo propósito no es otro que vencer cualquier tipo de resistencia interna: nadie puede relevarse si está preso, o en el exilio; nadie puede protestar si está debilitado por el hambre. Puede parecer algo siniestro, pero así es este gobierno, siniestro y macabro, incapaz de sentir el sufrimiento de un pueblo forzado por ellos mismos a vivir en condiciones tales que rayan en la miseria; millones sometidos a la tragedia de ser gobernados por mafiosos corruptos e indolentes.

La destrucción de PDVSA, el aniquilamiento de los sectores productivos, la violación de los contratos colectivos de los trabajadores, la falta de efectivo, el bachaqueo, el éxodo masivo, (criticado púbicamente por los voceros del régimen, pero aplaudido a lo interno por ellos mismos), la destrucción del sistema del transporte, y los servicios básicos, los salarios de hambre, el colapso y la burocratización de las instituciones, la crisis del sistema de salud. Todo forma parte del plan: sumergirnos en la miseria, hasta el punto de que veamos al régimen como nuestro benefactor, como el único que puede ayudarnos; créanme, ya está ocurriendo, muchos venezolanos tienen sus vidas empeñadas al carnet de la patria, a ese grosero mecanismo para calibrar tu capacidad de resistencia con respecto al hambre; la nueva marca del diablo, la nueva división de buenos y malos versión Maduro.

El régimen de Maduro espera que nos acostumbremos a subsistir con las migajas que ellos dejan caer de la mesa, que nos adaptemos a pasar la mayor parte de nuestras vidas en una cola infinita para cobrar una ínfima parte de nuestro salario, o comprar una harina pan, o una mantequilla, que nos resignemos al hecho de que, la salud es una ruleta rusa que nos puede robar la vida cualquier día que la suerte no este de nuestro lado, que nos rindamos, y dejemos que el país se vaya al fondo del precipicio sin hacer nada al respecto, que renunciemos al futuro y nos sintamos dichosos de que nuestro país retorna a los tiempos de las cavernas; ese es el plan de Maduro, depende de nosotros aceptarlo o rebelarnos con todas nuestras fuerzas. La disyuntiva está planteada, y en ella nos jugamos todo: presente y futuro.

El régimen juega con sus cartas marcadas, aplica su estrategia, deja correr su veneno lentamente por el torrente sanguíneo del cuerpo inerte que es Venezuela. Saben lo que quieren, y lo buscan con desdén. Juegan a confundir, a humillar, a desmoralizar, el caos es su estrategia única y definitiva, su línea política. Para Maduro, el caos no es una eventualidad, es un sistema de gobierno, una política de estado.

leisserrebolledo76@gmail.com



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