La ocasión hace al ladrón

Venezuela está viviendo la peor crisis económica de su historia. Si bien son múltiples las causas que han conducido a esta deplorable situación, hay dos que han sido determinantes: la disminución en la producción petrolera y la mega inflación que padecemos.

SIEMPRE EL PETROLEO

La economía de nuestro país depende del petróleo y el haberse reducido la producción de barriles de petróleo a menos de la mitad bajo este período, sumado a los gigantescos desembolsos realizados por el gobierno en los últimos tres años para honrar la deuda externa, ha traído como consecuencia una brutal merma en la disponibilidad de las divisas, al punto que las reservas internacionales pasaron en solo tres años de más de treinta mil millones de dólares a solo diez mil millones de dólares.

Esa escasez de divisas ha sido mortal en un país que vive casi exclusivamente de la importación, ocasionando una gigantesca escasez de los bienes y servicios que requiere la población, fundamentalmente de alimentos y medicinas.

Al anunciar los planes para lograr aumentar la producción diaria en un millón de barriles para finales de este año, parece ser que el gobierno está tomando conciencia del papel que juega el petróleo en nuestro país. Aunque en nuestra opinión esa cifra de producción resulta pequeña en relación a nuestras necesidades, por lo menos es un paso en la dirección correcta.

UNA MEGA ESPECULACION OPORTUNISTA

La otra causa de esta espantosa es la mega inflación que padecemos, que si bien conserva la característica de un exceso de liquidez, común de este tipo de fenómenos, se añade la manipulación criminal del tipo de cambio negro, que en nuestra economía adquiere visos de catástrofe.

La explicación es muy sencilla. Desde la primera devaluación que ocurrió en el viernes negro en el año 1983, la clase empresarial perdió toda confianza en el bolívar como instrumento de ahorro y desde ese momento se dedicó en convertir en divisas las ganancias de sus actividades locales, al punto que hoy poseen varios cientos de miles de millones de dólares en el exterior.

Dado que desde esa misma devaluación y salvo cortos períodos de tiempo, los gobiernos venezolanos han mantenido el control de cambio, por lo que esos sectores han acudido al mercado negro para convertir sus ganancias en dólares y para poder compensar el sobre precio que acarrea este dólar negro, y cuyo valor era establecido por los factores económicos internos, los empresarios apelaron al expediente de utilizar el aumento de precios como forma de obtener bolívares, es decir, de utilizar la especulación como vía, generado una inflación sostenida a lo largo de estos últimos cuarenta años, que ha ocasionado, por ejemplo, que alguien que mantuviese 100 millones de bolívares en efectivo desde 1983 hoy tendría solo un bolívar soberano.

Consciente de esa característica el Departamento de Estado en una jugada muy inteligente logró establecer un precio creciente del dólar en el mercado negro a través de sitios web, lo que obligó todos aquellos que deseaban dólares negros a incrementar los precios de sus bienes y servicios para poder adquirirlos.

Pero esto trajo otro fenómeno, los empresarios descubrieron que podían incrementar los precios a su antojo, ya que ni existía ni una política impositiva ni controles que los pudieran frenar, al punto de que el incremento de precios ha sobrepasado con creces los precios del dólar fijados por el Departamento de Estado en sus sitios WEB.

Es lo que denomino mega una especulación oportunista, consecuencia de la desmedida ambición por acumular ganancias.

FALTA UNA POLITICA IMPOSITIA CORRECTA

Esta mega especulación oportunista es posible gracias a la ausencia de una férrea política impositiva que la castigue. Así vemos como el impuesto máximo que cobra el Estado sobre las ganancias no supera el 40%, de tal manera que un empresario que gane, digamos que tenga ganancias por 100 millones solo pagaría unos 40 millones y se quedaría con 60 millones, pero si le sube el precio a su mercancía o a su servicio duplicando la ganancias, es decir unos 200 millones en este ejemplo, pagaría solo 80 millones, quedándose con 120 millones en sus bolsillos.

Como se puede apreciar no hay ninguna razón para que no se especule. En mi experiencia personal de estas últimas semanas, y al igual que el país en su conjunto, he quedado impactado por esta anarquía en los precios.

Por ejemplo, vi un presupuesto para una resonancia magnética de cabeza en el Centro Médico Docente Las Mercedes que superaba los 350 millones de bolívares, siendo que el mismo examen en el Centro Médico de Caracas costaba unos 150 millones y en la Clínica La Floresta costaba 40 millones.

Una locura.

Otro ejemplo es el precio de un cachito de jamón, de 140 mil bolívares de la Panadería Punta de Sol en Santa Eduvigis, a 250 mil en una panadería de la Florida o 300 mil en una de San Bernardino.

Peor aún es el caso del chocolate Savoy que se vende la presentación estándar en cuatro millones de bolívares, cuando yo he comprado chocolates Milka en Alemania de presentaciones similares, con variedad de sabores en 65, 70 u 80 centavos de euro, que resulta más barato con todo y el cambio del dólar negro.

Y con los agravantes de que mientras nosotros producimos el cacao, Alemania lo importa. Y el salario mínimo de un obrero en Alemania es de unos 800 euros, en tanto en nuestro país, al cambio paralelo, es el equivalente a DOS EUROS!!!, y es peor aún si comparamos la gasolina para el transporte, que allá cuesta unos dos euros el litro (8 millones de bolívares al cambio negro) y acá 5.000 Bs.

Lo cierto es que la especulación es brutal, y las ganancias que ella genera se van para el exterior, ya esa empresa que una vez fue venezolana, es hoy de una transnacional.

UNA POBLACION ESPECULADORA

Y no solamente esa especulación es de las grandes empresas. Es un virus que ha contagiado a todo el que ofrece productos y servicios. Cerca de la casa hay un vendedor ambulante de fresas que ha subido el precio de las mismas de 600 mil hace unas cinco semanas a 2 millones 200 mil. Y ese vendedor no está recibiendo órdenes del Departamento de Estado.

Y así pudiéramos llenar páginas y páginas de ejemplos.

No hay estructura de costos que explique esta locura, ni costos de reposición ni nada parecido, en realidad el precio lo determina el tamaño de las agallas del oferente y lo paga el pendejo.

Y es una enorme mentira esa conseja que pregonan los capitalista de que la inflación es un impuesto que pagamos todos. Hay que ser bien gafo para creer eso, por la sencilla razón de que esos bolívares que se ganan producto de la especulación inmediatamente lo cambian a dólares, colocándolos a buen resguardo, y esas divisas no se devalúan, es decir, pura ganancia.

UN PAIS SIN CONTROLES

Por supuesto que esa incontrolable ambición aprovecha la destrucción de los controles oficiales que existieron para hacer lo que les da la real gana, como por ejemplo utilizar balanzas en libras o vender en blíster medicinas fabricadas en Colombia o República Dominicana sin fecha de vencimiento ni permiso del Ministerio de la Salud. Cosas impensables hace escasos años.

Ahora bien la única forma de controlar esa especulación desbordada es mediante la fijación de tarifas impositivas que maten esa especulación, que en mi opinión deben ser enterados mensualmente. En este sentido debe aprovecharse la existencia de los puntos de venta que permitirían un control eficiente de la inmensa mayoría de los ingresos. Pero para ello habría que adecuar al Seniat a ese nuevo rol.

La gran traba que veo que ha impedido que se haya podido afrontar con éxito esta mega especulación oportunista es el hecho de que al frente de los principales despachos del área económica están personas de otras profesiones. Por poner dos ejemplos, Tarek El Aisami es Abogado, Melendez es geógrafo. Y al no ser profesionales del área deben apelar a "asesores", muchos de ellos venidos del exterior y que no conocen nuestra realidad.

Además, esa condición de políticos metidos a dirigir la economía hace que se ideologice la práctica económico, buscándole respuestas que armonicen con sus tesis políticas, lo que por supuesto, impide diagnosticar una realidad que es bien sencilla de entender. El pueblo que si sabe de estas cosas no se deja embaucar con argumentos elaborados, como lo vimos en la última encueta en la que solo el 25% creía que la crisis era consecuencia de la "guerra económica" y el 48% que era de la acción del gobierno.

No es que no haya guerra económica, por supuesto que la hay, pero su incidencia es mucho menor a lo que se cree.

EL DÓLAR O DOLOR PARALELO.

Esta mega especulación oportunista y su consecuente inflación han obligado al gobierno a recurrir a distribuir bonos y aumentar los salarios y pensiones como una manera de combatirla, o más bien de compensarla. Pero para eso ha tenido que poner en funcionamiento la maquinita de hacer dinero, exponenciando la liquidez.

Ese aumento del circulante se convierte en un acelerador de la inflación al no haber un aumento significativo en la disponibilidad de bienes y servicios. Es decir, hay más dinero para los mismos productos. Resultado: Inflación.

Ese aumento de la liquidez también hace subir el precio de las divisas extranjeras, más allá de la labor de zapa de páginas como Dólar Today.

Pienso que si se da un nuevo esquema impositivo que responda a estas realidades, este debe complementarse con otras medidas. En este sentido propongo que el Banco Central, a través de la banca nacional, entre al mercado de divisas ofreciéndolas al precio que fijen los sitios WEB del Departamento de Estado.

Esto traería importantes beneficios:

En primer lugar crearía una competencia a esa masa de divisas que traen las remesas familiares, principal fuente del dólar negro, con lo cual es previsible que baje, sobre todo por la seguridad que proporciona el sistema financiero y la posibilidad de aceptar dólares en sus cuentas en el exterior, ya que en la actualidad muchas de esas divisas nuca llegan al país sino se transfieren a cuentas de particulares.

En segundo lugar, se reduciría significativamente el circulante en poder del público, y su influencia en los precios, ya que el producto de la venta de divisas iría al Banco Central, y no como ahora que esas transacciones de divisas entre particulares lo que hacen es rotar el circulante entre ellos.

En tercer lugar, ese circulante represado permitiría al gobierno financiar con él su política de entrega de bonos y de aumento de salarios y pensiones, sin tener que recurrir al expediente de emitir dinero inorgánico.

En cuarto lugar, bajo estas circunstancias no hay peligro de afectar sensiblemente nuestras reservas dado el brutal sobreprecio del dólar negro. Es decir, en la economía no hay ni remotamente tantos bolívares para comprar a ese precio los dólares del Banco Central.

En quinto lugar, con esta medida pondríamos a trabajar al Departamento de Estado y sus sitios WEB en función de los intereses del país.

Esta intervención del Banco Central en el mercado de divisas la contemplo solo para la venta, para la compra esta se haría a precio Dicom.

Pero para que esto sea posible hay que desmontar esas consejas irreales que plantean algunos caídos de la mata, probablemente extranjeros, que no conocen a este país y que piensan que al permitir transar divisas libremente entre particulares va a originar que regrese capital venezolano del exterior.

Bájense de esa nube, el capital que se fue no regresará nunca, a menos, caro está, que nos convirtamos en un país potencia como quería Chávez y sea rentable invertir.

A estos despistados hay que recordarles que el que vive de ilusiones se muere de desengaños.



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Carlos Enrique Dallmeier


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