Atentado y autocracia: la chapuza nacional

 

Los acontecimientos recientes nos han producido un sentimiento ambiguo, algo que llaman pena ajena. La vertiginosa sucesión de los eventos tiene como desventaja la dificultad de analizarlos uno por uno; pero, a la vez, trae aparejada como ventaja la necesidad de realizar una síntesis por lo demás inquietante. Enumerando en orden inverso al de su cronología, mencionaré las circunstancias a las que aludo: el atentado contra Maduro y prácticamente lo más ganado de la cúpula política y militar del gobierno, la aclamación de Maduro en el Congreso del PSUV como autócrata partidista, llevándose por delante formalismos que verdaderos tiranos como Stalin, Mao o Kim Il Sun, nunca dejaron de lado y por lo menos simularon mediante elecciones, eso sí, unánimes y monolíticas. También me provocaron la misma basurita emocional, familiar de la vergüenza, las últimas medidas económicas del gobierno, acompañadas por ese nuevo enroque del gabinete tan nuevo y viejo a la vez. Todos y cada uno de estos tristes eventos, nos han provocado la meditación acerca de un tema lamentable que caracterizaré como la chapuza nacional.

Es como si lo mal hecho, lo chimbo, lo improvisado, lo ineficiente, lo inepto, lo "vamos viendo como vaya viniendo", caracterizara nuestro gentilicio, desde el más exaltado y fervoroso madurista, hasta el más exaltado antichavista. Por supuesto, me refiero únicamente a eso a lo que han reducido la política, los políticos profesionales de ambas cabezas de la ineptitud nacional. Nada que ver con otras esferas de actividad, desde la ciencia, las artes e incluso el civismo mostrado más de una vez por la generalidad de la población.

Empecemos por lo más reciente y noticioso, pero advirtamos de una vez que se trata de una cadena de hechos muy vinculados. Ya han sido tantos los anuncios de que al fin , ya, de inmediato, se va a acabar el infierno económico que vivimos, con las sucesivas reconversiones, recogidas de billetes, conos, diálogos productivos, motores, revoluciones, misiones, leyes y decretos constituyentes, la propia "Constituyente", etc., etc., que, de verdad, hoy día creer en la palabra del presidente sólo puede justificarse por un ciego condicionamiento operante, un fervor religioso al estilo del Job bíblico (ver nuestro artículo al respecto).

Por eso, cuando vimos el pecadito de la cadena con lo del atentado y los drones, enseguida pensamos que estábamos en una versión criolla del incendio del Reichstag, truco publicitario nazi que le permitió a Hitler asestar un duro golpe represivo a cualquier oposición en la Alemania nacionalsocialista. Después, con las detenciones y los videos de los presuntos implicados, la lectura de un manifiesto por parte de la Poleo en Miami y los desplantes del payaso gay de Bayly, los milicianos huyendo en desbandada por unas detonaciones en el aire, todo por las redes sociales, nos persuadimos de que sí, se trataba de una nueva chapuza de la oposición mayamera con apoyo cubano gusano, paramilitar colombiano y algunos dólares y visto bueno de la CIA (aunque se informa que el financista es criollo viviendo en Florida). La ya larga historia de fracaso de la oposición derechista, nos convenció de que la versión oficial era la más verosímil. Más que temible y grave, más que suscitarnos la preocupación moralista que quiso transmitir la propaganda oficial, el evento nos pareció hilarante, muy propia de esos grandes organizadores de derrotas que han sido los líderes de la derecha venezolana. La misma falta de seriedad, la misma chambonería, la misma improvisación con tintes criminales, claro.

Pero hablemos como lo que somos. Es cierto que no es tradición política venezolana el magnicidio, como tampoco quemar gente porque parece uno de mis adversarios políticos. Pero sí lo es latinoamericano, de derecha y de izquierda. El atentado contra Betancourt que recordó Maduro lo promovió el dictador dominicano Trujillo, pero la muerte de Delgado Chalbaud fue de iniciativa criollita. Los sandinistas, que a pesar de todo siguen siendo ejemplo de revolucionarios en el continente, conmemoran todavía el asesinato de Anastasio Somoza padre por la acción suicida del hoy considerado héroe Rigoberto López Pérez. Por otro lado, si escuchamos algunas conversaciones en las colas o en las cavas y los camiones de transporte vacuno humano que funcionan en Valencia junto a los pintorescos autobuses escolares vampirescos, podremos escuchar la voz salvaje, de frustración concentrada, que espera una sola acción espectacular, un magnicidio, que sirva de catarsis a la inmensa rabia colectiva.

Este atentado, por supuesto, y en esto también coincido con Maduro, es fruto de la desesperación opositora, pero subrayemos la causa: el cierre de las vías institucionales para algo tan bolivariano como la alternabilidad en el poder que impide la entronización del déspota que tanto deploró Bolívar en Angostura.

Hablemos como lo que somos. Las tácticas terroristas son cuestionables, no sólo por el costo en vidas (cosa que ocurre con cualquier camino armado para la toma del poder, como bien lo saben los dirigentes de la izquierda del siglo XX), sino por su alto riesgo de fracaso, y porque no reflejan una acción colectiva que anuncie un nuevo orden político, sino que se reduce a la acción individual o de un puñado de personas que se elevan en un delirio de grandeza a la condición de héroes. Desde un punto de vista estrictamente político, el riesgo mayor (y esto lo estamos viendo) es que se produzca un cierre de filas en el campo del adversario, y se justifiquen medidas represivas que muchas veces se desbordan por el impulso de los verdugos "de base", desesperados por mostrarse más serviles ante sus amos. Sabemos de desalojos y abusos de los organismos de seguridad del estado para con personas que expresaron regocijo por el atentado.

Incluso el atentado dio pie a tocar la tecla nacionalista: la cosa fue organizada y promovida por los colombianos, los mayameros y los norteamericanos. Los opositores así entran en un campo peligroso: el de los traidores a la Patria. Se logra identificar así con nada menos que la Patria, en un solo movimiento propagandístico, el autócrata con plenos poderes de mover y colocar todos los organismos directivos de un Partido Político, el jefe que se da el lujo de mover a su conveniencia los supuestos representantes del Poder Constituyente para llenar unos cargos del gabinete o para unas elecciones del momento.

Pero el giro más curioso (dudé al escoger el adjetivo) fue el del discurso presidencial de asociar la desesperación opositora con el supuesto "éxito" de unas medidas económicas que todavía no han sido aplicadas. O sea, la acción de los enemigos demuestran que serán exitosas esas medidas que hasta ahora son sólo anuncios, y saldremos de la hiperinflación, la recesión, el desabastecimiento de alimentos y emdicinas, las epidemias, el estado lamentable de todos los servicios, el poderío de los pranes, etc. Tamaña falacia se lo tragan, aunque usted no lo crea, muchos Jobs militantes.

Lo más probable es que días después del 20 de agosto, la gente, por sí sola, incluso los Jobs militantes, se darán cuenta de que la hiperinflación continúa con nuevos bríos, las deudas seguirán agobiando a la Nación, la inversión no fluirá, salvo en el caso de contratos entreguistas del petróleo y las riquezas mineras. Pero además, y de eso no se habla, las instituciones democráticas serán solo un recuerdo, el presidente y la cúpula burocrático militar de la cual es expresión, concentrará más poderes de facto y, quien quita, habrá más presos políticos.

Pero no importa, y ahí está de nuevo la chapucería, en cosa de un par de meses, el presidente tendrá listo otro "paquete" de medidas que, esas sí, nos sacarán del foso.



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Jesús Puerta


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