Lo fundado es lo que aparece

Usted tiene agua señor ministro, tiene alimentos, medicamentos, casa, transporte, sueldo digno, bonos. Su familia tiene lo necesario para vivir dignamente, estudian sus hijos, están en el país, en la patria de Bolívar, de Chávez, de los venezolanos y las compatriotas que todos los días, llueva, truene o relampaguee salen a vérselas con el nuevo día, pero eso sí, antes de que sin quiera cante el gallo, para poder estar a la hora y rendir a sus obligaciones, porque todavía, y esperemos que así siga siendo, todavía hay gente responsable, que sabe lo que es el trabajo, la dedicación más noble que se haya inventado, cuando se realiza con el pleno sentido de estar aportando un granito de arena en la amplia playa que es el país donde se nació, y que como en cualquier otro, hay de todo en esta otra viña del Señor de los cristianos.

En estos tiempos ya no de cambios, sino de incertidumbres antes lo que no termina de nacer, y que se ha mantenido en un parto coyuntural, que ya rebasa en parte a lo estructural de un tiempo que ya había dado el paso más importante y contando con la mayoría clara y decidida de cuál debía ser el sendero a seguir. En cuanto a la derecha, había recibido como nunca en el país, una aplastante derrota, incluso se le había adquirido el lugar en el campo santo de la política nacional, donde solo faltaba darle, cristiana sepultura. Sin embargo, los deudos eran no pocos, acostumbrados a los dislates de la política criolla, que lograron retardar entrar al sepulcro, y con todos sus sacos de basura a cuesta, arrastrando sus mortajas y pesares de haber perdido el poder, y el control sobre la renta petrolera y el reparto del país nacional, se dieron a la tarea de hacer lo mejor que habían aprendido, a corromper a la vanguardia y los cuadros de la revolución pacífica, una entelequia que nadie hasta ahora ha sabido explicar con sensatez, de que trata una revolución que tiene que pedirle permiso al lado derecho de su humanidad para poder actuar con su otra mitad, es casi como decir que Dios y el Diablo, por respeto a las formas y los convencionalismos deben tratar de llevar las cosas sin mucha tirantez y repartirse el coroto entre ambos, hasta que finalmente uno de los dos se quede con lo que corresponde, es decir, con todo.

En otras palabras, hasta donde hemos alcanzado ontológicamente y dentro de una epistemología que puede rendir cuenta sobre el salto ya ni siquiera cualitativo, sino en nada más y nada menos lo que implica lo cuántico, una complejidad aún mayor donde se entretejen todos los paradigmas alcanzados y una visión postrera de cómo se batirá el cobre de los alquimistas de la nueva era, de donde se erigirá esa utopía del Socialismo del Siglo XXI, o sea, esa visión de conjunto que apuntó y tomó la elevación necesaria, que ubicó en la mirilla, el objetivo de más largo alcance, el de una política nacional, mundial y planetaria, trascendente a la simple evolución tras un siglo de proyectos fallidos, por el envilecimiento de los politiqueros que una vez alcanzado el poder, se enchinchorran, mientras suben como la espuma en la acumulación y de nuevo el quítate tú para ponerme yo y hacer lo que también antes se hiso, aburguesarse, y mantener al pueblo con dádivas, pan y circo, mientras el que parte y reparte se queda con la mayor tajada del pastel del erario público; no del Gobierno, no del Estado, no del partido, sino de la Nación, de la República Bolivariana de Venezuela.

Cuantos recuerdan la historia reciente de Venezuela, la actual, la que apenas se ha escrito en los últimos veinticinco años, la del 4F y del ¡Por ahora!, del porqué se llegó al quiebre de un sistema que fracasó, que llevó al peor empobrecimiento del país, con más del 80% de barrios en las principales ciudades, poblados y caseríos, de hambrunas, pandemias y sin desarrollo de ningún tipo para los estratos IV y V. Deuda insalvable si no se acomete un cambio de profunda concientización de los y las personas que habitamos este inmenso territorio colmado con los mayores dones con que el supremo creador de los pluriversos dotó a este pequeño punto en el cosmos, y lo abrumó con la exuberante naturaleza extraordinaria, la que nos empeñamos en no asumir de lleno, y hacer que nos obedezca, para razón y gloria de la vida digna que nos merecemos en esta República Bolivariana de Venezuela.

Que nos pasó, si habíamos logrado como nunca antes desde 1810, defenestrar a los malos hijos de la Patria chica, a los padres irresponsables de la Patria grande, que se dieron al despilfarro de una herencia levantada con tantos sacrificios, con tanta guerra, con tanto dolor en un parto, y otro y otro, de generaciones que perdieron el rumbo, desviando la mirada hacia el norte y complaciendo al nuevo amo, hasta que llegó la revolución y mandó a para. Sin embargo, el tiempo es de incertidumbre, porque ni el indio, ni el blanco, ni el negro, nos queremos poner de acuerdo, claro que se incluye al respectivo género femenino. La expresa mención de tales componentes de nuestra heterogénea y diversa formación, no ha hecho más que manifestarse en una estéril confrontación de caracteres sin que la unión haga la fuerza, y solo vemos cómo desde las altas esferas se juega a una especie de desmadejamiento, en el cual se diluye la potentia y su sentido categórico que nos explica el maestro Enrique Domingo Dussel Ambrosini, Política de la liberación V II Arquitectónica, que nos refiere que: Lo fundado es lo que aparece. El fenómeno que se presenta, si no se funda adecuadamente, se fetichiza. Claro y conciso, guardando las diferencias análogas de otros conceptos, está la explotación, que al pretender fundarse en sí misma, y no en su relación fundante, fuente de creación, la burguesía nos coloca de nuevo una trampa y nos cambia las categorías, pasándose de unas a otras y a saltos y contradicciones, en las que se escudan tras los típicos discursos puramente ideológicos, lo que se traduce en la manipulación, la enajenación, de la sujeción del sujeto por parte del Estado burgués que se niega a morir y a darle paso a lo que ha de nacer y vivir.

Recordemos con respecto a la potentia, el poder político en sí o la comunidad política o el pueblo, el soberano; frente al ejercicuio delegado de ese poder político de las instituciones estatales, o potestas, ejercicio obediencial que responde a las exigencias de la comunidad política. Y no esa autoreferencia en el ejercicio fetichizado o corrompido del poder político, asumiéndolo para su beneficio, el de su grupo, su clase o fracción; desnaturalizando el poder, disolviendo la política como tal.



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Franco Orlando


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