Entre la seriedad y la joda

Un crónica que hay que estar ¡bien re-chiflado y tosta'o!.. para tomársela en serio. Escrita por Un Tal Cucho Berbín, o lo que va quedando de él.

FUENTE: NOTICIAS VENEZUELA. Difundido por nuestro corresponsal exclusivo El Alto Pana José Miguel Farías Pinto.

ENCOVI: 60% DE LOS VENEZOLANOS PERDIERON 11 KILOS POR HAMBRE EN 2017.

"Cierto de toda certitud", como diría Andrés "Topochito" Velásquez. Y va de cuento: por estos días estuve en una cola dentro de "Unicasa", el supermercado más grande de Cumana. A una distancia de cuatro personas detrás de mí, estaba un sujeto enteco, enjuto y alicaído. Se quejaba del gobierno: ¡no joda! ¿Qué tengo yo que agradecerle a ese CDSM de Maduro, ah? Yo pensaba ochenta kilos en la raya. Y mírenme ahora. Vestía una franela marca Bayer. El nombre se había borrado de diez mil lavadas y restregaduras. Deshilachada por un costado. Del "Bayer" lo que quedaba era un borroso "aye". Se levanto la franela hasta las tetillas y apareció el costillar completico, recubierto de un delgadísimo pellejo. "No tenía carne ni pa’ una empanada", como solían decir las abuelas. Y me dije: "este hombre podría ALQUILARSE en un aula universitaria de clases de Anatomia… con lo caro que están los esqueletos sintéticos que se importan de la exótica Taiwán. Justo frente a mí, una dama, también esmirriada, famélica y esperrujida. "Yo estoy en la misma vaina que ese señor, mi viejo". Yo era peluquera. Ya no. Ahora las mujeres no se emperifollan ni se cuelgan perendengues como antes. Vea como estoy de flaca. Y se baja la blusa. "Véame el esternón". Y le digo: ¡déjeme "auscultarla"! Y se deja jurungar. Magia de la jerga médica. ¡Aja, se palpa completico! A estas alturas estoy vuelto todo un traumatólogo que ni Morillo Robles me llega por los garretes. "Y aquí están las clavículas". Y le deslizo el dedo, desde el centro del pecho hasta la vecindad del sobaco izquierdo. "Ay no, mi viejo, que me hace cosquillas". Tranquila, Bella Dama, que no le va a doler a posteriori. Así voy yo por la vida. Jodiendito hasta que me den MI coñazo. Los cumaneses tienen una forma muy peculiare de usar los pronombres posesivos: Ah, ¿te esta echando verrrg…?; ¡metele SU coñazo! No es un soplamoco o coscacho que el me propina. No. Es MI coñazo. Algo que me pertenece. Algo a lo cual me hice acreedor. Fin de la digresión y vuelta al hilo argumental supra. Yo, también he sido recipiendario de lo que el sabio pueblo denomina, ¡cuan acertadamente! "La Dieta Maduro". Mi doctora, en vista de que estaba mofletudo y panzón, en demasía, me mando a caminar. Nada. Ni coquito. Trote. Nada. Corra. Nada. "Ah, usted lo que necesita es una buena dieta severa y que se aguante ese pico". "Su palabra vaya adelante, mi doc". Bien: probemos con la dieta de auyama puerquera con Jarabe de Ipecacuana. Mis adiposidades no decrecieron un gramo. "Probemos con topocho jincho’n sancocha’o con un toquecito de vinagre, adobo La Comadre y Amargo de Angostura. La manteca y el sebo seguían en su punto. Finalmente, mi doctora, airada, me espeto de esta guisa: "¿Sabe una cosa, Señor Cucho Berbín, ah? Yo lo voy a dejar por su cuenta. Haga lo que le dé su gana. Usted come escondido". No era cierto. Y Entonces, como caída del cielo, La Dieta Maduro comenzó a cundir a lo largo y ancho de Cumana. Y yo a sentir sus salutíferos efectos. La panza comenzó a menguar día tras día. A veces sentía como que fuese hora a hora. La sólida y protuberante convexidad del buche, casi que se diluía, virtualmente, ante mis ojos. Una atmosfera kafkiana me envolvía. Sufría una metamorfosis. En "La Metamorfosis", novela de Franz Kafka, el personaje principal, Gregorio Samsa, se convierte en un enorme congorocho re-feote. Lo mío era de obeso a apolíneo, escultural. Me comenzaron a servirme los pantalones de cuando era un mozalbete de 25 añitos. Me sentía livianito. Casi que levitaba. Como decía el finado José Ignacio Cabrujas que se desplazaba El Doctor Caldera. Sentíame yo, cual grácil avecilla, que sobrevuela la fragancia edulcorada de el néctar de la floresta florecida. En lontananza ¡claro! Y hasta sentía ganas de salir en búsqueda de Encuentros Cercanos del Primer Tipo con pavas alocadotas y descocadas. A ver: ¿Quién me lo iba a impedir? Nada, nadie. Excepto… excepto el vacío cósmico de mi billetera. ¿Cuántos ataques al corazón ha evitado La Dieta Maduro? Innumerables, incontables. Pero los adecos, que le buscan las siete patas al gato, que chillan y aúllan más que un camión full de cochinos, dicen que es una perversa y diabólica maldición. "Van pa’l Cielo y van llorando". No deberíamos guardarnos La Dieta Maduro para nosotros solitos. Debería publicarse en una revista científica prestigiosa como "Doctor’s Fatso Diet International Magazine" (La Revista de Dietas Internacional del Doctor Gordiflón). En Estados Unidos, donde la obesidad es una pandemia, con sujetos de clase media panzudos, cerveceros, deglutidores voraces de comida chatarra, adosados, empotrados en el sofá, frente a la tele, expeliendo ruidosos cuescos, SERIA UNA CURA MILAGROSA, la piedra filosofal contra el tocino lipidoso. Y de paso, nos hacemos Altos Panas de Donaldo Trump. Y se acaba, -¡de una buena vez!-, el culillo y los sofocos por Una Inminente Invasión.

 

 



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Cruz Berbín Salazar


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