¿De verdad los meritos no hacen falta?

Al final de 2002 e inicio de 2003 se vivió en nuestro país lo que bien podría definirse como una guerra por el control del poder político.

La oposición venezolana obtuvo, en su intento de derrocar el gobierno, el apoyo de los más altos ejecutivos de la petrolera estatal (PDVSA), quienes en una acción política sin precedentes, optaron por sabotear salvajemente las instalaciones y paralizar totalmente la producción de crudo y productos refinados.

Parte de la estrategia de la oposición para obtener apoyo popular a aquella barbarie fue "vender" la imagen de los saboteadores como los únicos que reunían méritos para dirigir la empresa. Es allí donde comienza a darse un uso distorsionado de las expresiones MERITOCRACIA y MERITÓCRATAS.

El gobierno, también puso su parte en el uso inadecuado de los conceptos. En lugar de desconocer (había sobradas razones para ello) los méritos de los mal llamados meritócratas, optó por descalificar el concepto de meritocracia.

El resultado de aquella confrontación, en la que este aprendiz de escribidor tomó parte activa, es conocida por el país entero, por lo que no nos detendremos en exponerlo. Nuestro interés es expresar opinión sobre el uso que ambas partes le dieron a la palabra meritocracia y las consecuencias de ello.

Comencemos por exponer que meritocracia es un sistema de gobierno o dirección conformado por los mejores; los cuales ascienden gracias a sus méritos. Hecha la definición, resulta obvio que aquellos que se convirtieron en delincuentes saboteando la principal industria del país, generando pérdidas por más de 25 mil millones de dólares, no reunían los méritos suficientes para estar donde estaban.

Méritos tan importantes como la honradez, la disciplina, la moral, la ética, el amor a la empresa, la transparencia en la administración de recursos y el respeto por la ley, estaban ausentes en aquellos seres.

En resumen se creían con méritos, pero su irresponsabilidad, prepotencia, acciones y declaraciones públicas dejaron en claro que estaban muy lejos de ello.

La autodefinición como meritócratas, como ya dijimos, respondía más a una estrategia política que a una realidad.

Ahora, si la oposición usó las palabras meritocracia y meritócratas para intentar sublimar la imagen de unos saboteadores con tinte de terroristas; el gobierno hizo lo suyo en el uso inadecuado de ambas expresiones.

No es nuestra intención con esta nota, introducirnos en el mundo del lenguaje y el uso correcto o incorrecto de las expresiones. Lo que intentamos es expresar opinión como aquella batalla y el uso que ambas partes le dieron a las expresiones ya mencionadas, ha generado conceptos y posiciones erradas que hacen daño, tanto a PDVSA como al resto de las instituciones del país.

Venezuela es el único país del planeta en el cual aspirar o ascender en una organización del Estado con base a méritos, es casi un pecado mortal. Intentar escoger un empleado entre un grupo de aspirantes a determinado cargo, considerando los méritos podría convertir a cualquier gerente en un vulgar tecnócrata, en enemigo del gobierno, de la Revolución y del país.

A partir de aquella confrontación, las palabras meritocracia y meritócratas quedaron satanizadas y la exigencia o la demostración de méritos un hecho obsoleto y antirrevolucionario. Esto, indudablemente, ha hecho mucho daño, pues atenta contra la eficiencia, el conocimiento y el esfuerzo por ser cada día mejor.

En la petrolera, por ejemplo, para ascender hoy a posiciones de dirección, no se requiere méritos como experiencia, conocimientos técnicos y administrativos, formación académica, etc.

Definitivamente esa satanización solo ha resultado conveniente para los incompetentes que a fuerza de militancia, compadrazgos, jaladera o nexos familiares aspiran a ocupar altos e importantes cargos.

Mientras tanto, la patria paga las consecuencias



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Alexis Arellano


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