—Epale compadre, qué le dio un pálida y cayó largo a largo, me dijeron. ¿Qué le pasó? ¿Acaso no había comido? —Así fue compadre. Lo último también contribuyó, porque había salido temprano y ni café había tomado, y cómo si el precio se fue por las nubes.
—Le dijo que había estado para allá y para acá toda la mañana, ajetreado. Preguntando por cosas que no iba a comprar. En ese andar para allá y para acá pasé cerca de la carnicería del primo, y me dije voy a saludar al primo que tengo tiempo que no lo visito.
—Enfilé para el negocio del primo, porque estaba a media cuadra del mismo. Cuando voy entrando al negocio y voy a saludar al primo, una señora que viene detrás de mí va y le pregunta —¿Señor, a cómo tiene el kilo de carne? —A cuatro millones y medio, señora. Le respondió el primo.
—Cuando oí aquello se me fueron los tiempos. Y caí de rollito. Cuando volví en sí, me estaban echando aire y dando una aguita con azúcar. Le dijo compadre, tenía tiempo que no probaba el azúcar; esa mañana me habían dicho, en el Mercado, que estaba a 400 mil el kilo y de paso hay que llevar la bolsa para que le echen el azúcar. Porque ni en bolsa quieren gastar
—Como pude me levante, y el primo diligente, como siempre, preocupado por mi salud. Pero fue que la impresión fue muy grande, hombre. Cuatro millones y medio un kilo de carne, que imagino que es molida; porque el lomito no me imagino a cómo puede estar, porque me puede dar otra pálida. Ahí me levante como puede y conversé un rato con el primo para que no se quedara preocupado.
—Con esos precio, le repito lo que le he dicho otras veces, le puede dar un infarto a cualquiera. Bueno, le dijo que en el mercado si uno pregunta un precio y regresa al rato a comprar ya ha subido. El kilo de tomate ya está un millón, ni que vinieran envasado. Los plátanos a 400 mil, será que ya viene asados y rellenos de queso. Por eso es que lo que uno oye en la calle es que la gente se lamentaba y se lamentó.
