Reflexiones macondianas: rompiendo el paradigma de la asonada militar en Venezuela

"Un soldado feliz no adquiere ningún derecho para mandar a su patria. No es el árbitro de las leyes ni del gobierno. Es defensor de su libertad".

Simón Bolívar

El fantasma de la asonada verdeoliva siempre esta presente en nuestro pardo país. En Venezuela es frecuente el rumor de "ruidos de sables". Es una rémora de nuestro pasado caudillesco que amenaza con seguir ensombreciendo el futuro de una nación que se proyecta como la más prometedora al sur del Río Bravo. En efecto, nuestro potencial es increíble, sin embargo, cuando se mira la enorme cantidad de recursos naturales y potencialidades de este país (tierras extraordinariamente fértiles, una envidiable hidrografía y más de 2000 kM de costa marítima), convergidos en una posición geopolítica y geoeconómica única y estratégica, no deja de sentirse cierto sentimiento de pasmo, perplejidad y asombro. ¿Cómo es posible que esta Nación no se haya enrumbado con energía apodíctica al cumplimiento de sus Destino Manifiesto? Es inimaginable que un pueblo que pareciera destinado por la Providencia a descollar dentro de los primeros de la tierra desoiga de este modo el llamado de la Grandeza. Y quizá no escuchamos ni vemos por que embotan nuestros sentidos el prisma con el cual percibimos la realidad, que no son más que los paradigmas que nos caracterizan como sociedad, como nacionalidad. Por que, ¿Qué otra explicación puede tener nuestro estado actual? Pleno subdesarrollo, economía de puerto monoproductora de subsistencia o lo que es lo mismo, rentismo petrolero, nulo desarrollo científico, incipiente desarrollo industrial, se suministra materias primas y se importa productos terminados de los grandes centros del capitalismo industrial del mundo, ausencia absoluta de una burguesía industrial nacionalista, ambiciosa y de grandes miras, con una dirección política retrógrada, sin audacia ni espíritu de grandeza y de un pueblo atolondrado por el consumismo, el conformismo, el bochinche, la anarquía y la desvergüenza.

Y uno de los paradigmas mas acendrados en el alma nacional es la atávica aspiración de que un caudillo militar, de que un golpe, una asonada, el "hombre" providencial venga a resolver nuestros problemas. En estos momentos circula en el aire la sombra de la barbarie montonera, de la gorilada, del golpe. Ya el gobierno nacional ha detenido a oficiales y se habla de conspiraciones de sectores del liderazgo político junto con elementos foráneos complotados. Además, se escucha, se palpa en los pasillos: "hay ruido de sables". Este paradigma de apostar al golpe es tanto mas nefasto en cuanto que limita la capacidad que como colectivo tenemos de gestionar soluciones, este paradigma silencia el llamado al poder de la Nación; devela el hecho de que mientras esperamos que venga alguien a "poner orden", a organizarnos, olvidamos que todo empieza por que asumamos que todo comienza por nuestra actitud y la capacidad que como sociedad tengamos para generar respuestas constructivas y motivadoras.

Todo ello, por supuesto, tiene su causalidad histórica. Más del 80% de los presidentes constitucionales del siglo XIX en Venezuela, fueron caudillos militares. Las condiciones socioeconómicas imperantes en la Venezuela post independencia hicieron posible la aparición de estos nefastos personajes de nuestra historia. Caudillos que se creyeron con el derecho divino, de acuerdo a los sobrados meritos ganados en el campo de batalla, de dirigir los destinos de la nueva republica, olvidando, como dijo Martí, en su panegírico de Páez, que "no es lo mismo ser la primera lanza del llano que ser presidente de Venezuela". Desde allí arrastramos la mácula del caudillaje, por que no se comprendió que después de la guerra ya la nación no necesitaba centauros sino ciudadanos. Es memorable el diálogo entre el Doctor José María Vargas y el gorila Carujo. Cuando este huno montonero le espetó al doctor Vargas, con su soberbia de bárbaro: "Señor Doctor, el mundo es de los valientes", el Doctor presidente Vargas con su serenidad de ciudadano le respondió: "Señor Capitán, el mundo es del hombre justo y honrado". Ese era el molde que debía prefigurar nuestro carácter ciudadano. Desde esos tiempos, toda nuestra historia se nos ha ido en revueltas estériles, en contiendas seudo ideológicas inútiles, en luchas fratricidas de poder, en "revoluciones" risibles, en caciques, Generales de montoneras y Mesías. Y en todo ese tiempo la política ha sido la gran ausente. El fair play, el foro, el diálogo, el modo de caballeros no fueron la práctica común; en cambio se impuso la depredación, el aniquilamiento político, y de tal manera se ha proyectado este way o life hasta nuestros días que nuestros dirigentes políticos tienen que ir a conversar en otro país, tutelados por extraños, como si fueran irreconciliables enemigos a muerte y no ciudadanos, hermanos, caballeros de una misma patria.

El paradigma de esperar, de aupar, de preparar el golpe militar, debe ser roto de una vez por todas. Los militares no pueden seguir siendo árbitros de la vida pública, como bien lo dijo nuestro Libertador. El golpe debe ser parte del anecdotario histórico. En una sociedad de avanzada, es sólo la conciencia cívica la que garantiza la estabilidad ciudadana. El caos de la lucha caudillista histórica no permitió la consolidación de un proyecto de desarrollo nacional y un marco de estabilidad política e institucional que produjera la tan anhelada paz social, soportada en esquemas de pensamiento y acción política de avanzada.

Si algo caracteriza al caudillismo militar, no solo venezolano, sino latinoamericano es su ambición de perpetuarse en el poder. Lo cual lleva al supremo de turno a la manera de gobierno autocrática y personalista, obviando el ordenamiento jurídico o ajustando el mismo a sus intereses particulares. Que en estos tiempos de la era de la información, de la tercera ola, se hable de golpe de Estado, significa que dolorosamente persiste la debilidad de las instituciones de nuestro Estado y la incapacidad de la clase política dirigente, tanto oficial como de oposición, para presentar soluciones apropiadas y generar confianza en la ciudadanía en la respuesta a los problemas nacionales.

El camino que deben señalar nuestros cuadros dirigentes debe ser la convocatoria al poder de la Nación. Llamar al fortalecimiento de las instituciones públicas, a su adecuada y necesaria independencia en cuanto al marco de sus funciones constitucionales y a la consolidación de las bases de la praxis democrática ciudadana. El llamado de la Nación debe tocar la fibra nacional para el concurso de todas las energías colectivas, individuales, espirituales, morales, físicas y mentales para el cumplimiento de nuestro destino. Es tiempo de romper paradigmas. Si queremos ser una Nación altamente efectiva entonces debemos empezar a cambiar la lente con la cual miramos la realidad y el mundo. Esperar resultados diferentes siempre haciendo lo mismo, es lo mas parecido a locura, por no decir otra cosa.

35solerfr.01@gmail.com



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