Venezuela. Reconversiones profesionales

Los hondos problemas que por todos lados va mostrando hoy día ´´Una nación llamada Venezuela´´, con mayor visibilidad e impactos en las dimensiones que hacen a la economía, la política, lo social y las finanzas, han venido provocando actuaciones y desempeños heteróclitos en parte importante de sus poblaciones humanas, especialmente en aquellos actores académico-profesionales considerados en su accionar público, hasta no hace mucho, como ´´políticamente correctos´´.

A decir verdad, las actuaciones performativas no son nada nuevas en las conductas públicas mostradas reiteradamente por considerables números de compatriotas, al contrario, el doblez actoral pareciera advertirse como un rasgo constitutivo de una cierta venezolanidad, sintetizado en figuras tales como ´´la picardía´´ o la ´´viveza criolla´´.

Es posible pensar que esa expresa capacidad mimética que unos y otros solemos sacar a relucir en determinados momentos, lugares y ´´no lugares´´ tenga que ver (en parte) con nuestra singular historicidad cultural, como estrategia profana a la cual han tenido forzosamente que echar mano indistintos compatriotas durante marcadas situaciones de apremio.

Tal vez las puestas en escena gatopardeanas hacen su entrada triunfal en momentos en que las condiciones sociales de nuestras poblaciones humanas, sobremanera en las de menores recursos socioeconómicos, se han visto sumamente menguadas, lo cual obliga a que éstos hagan uso de sus extraordinarias capacidades teatrales para, finalmente, llegar a obtener un algo material que ayude a la supervivencia propia y la de sus grupos familiares y/o de amistad.

El obrar una parte del día como obrero y la otra como vendedor minoritario de cualquier bien, el hacer de ama de casa y en paralelo fungir como dispensadora comercial de helados caseros o industriales, el laborar en las mañanas como vendedor de tienda y en la noche como taxista contingente o el cumplir desempeños de estudiante o secretaria y, casi al unísono, trajearse de vendedor-a de fragancias, empanadas o dulcerías, ha venido siendo casi que actividad común para muchos/muchas venezolanos y venezolanas durante tiempos indistintos.

Ciertamente que tales desdoblamientos personales han podido resultar menos notorios cuando las capacidades de la renta petrolera ha devenido sustantiva y su redistribución social no se ha mostrado tan excluyente, aunado a contextos y políticas públicas de empleo, regulares salarios e inflación medianamente controlada, así como bajo la presencia de un mercado interno robusto en sus heterogéneos oferimientos de bienes y servicios, aun cuando le sepamos históricamente muy portuario, casi que totalmente dependiente de economías foráneas.

No discutimos aquí con nadie que aún en las mejores situaciones tenidas internamente durante nuestra historicidad contemporánea, expresadas grosso modo en un país/sociedad provisto con una excelsa bonanza fiscal, empleo abundante, inflación controlada y estanterías repletas de mercancías, variadas, aun cuando fueran made in USA o china, el llamado ´´pueblo de a pie´´ ha persistido cumpliendo, casi al unísono o en paralelo, desempeños callejeros distintos y hasta opuestos, no obstante queremos destacar que los llamados ´´sectores medios´´, mayormente vinculados al estudio, la academia y las profesiones universitarias disciplinares, muy poco o casi nada participaban de esta clase de enmascaramientos para-laborales..

La portación de valencias descentradas, traducidas en personas, hasta familias completas, apelando a cualquier modalidad de rebusque, mayormente comercial, para obtener dineros o complementar sueldos y salarios ya francamente insuficientes, con plena independencia de la calidad o salud de lo ofertado -insistimos- constituían prácticas sociales atribuibles fundamentalmente al llamado pueblo, pues tales ejercicios callejeros le resultaban entonces amorales o vergonzosos a nuestros apreciados colegas universitarios.

Ha debido virar ostensiblemente esa cierta tranquilidad que hasta no hace mucho poseía la sociedad venezolana, especialmente en sus vectores políticos, económicos, financieros y sociales, al punto de llegar en la actualidad a la radical devaluación de su moneda, con la consecuente hiperinflación que efectivamente tenemos inter diario, para que parte considerable de dichos actores comenzaran a abandonar obligadamente sus vidas un tanto aseguradas y confortables, y pasar a confundirse con cualquiera de esos otros tantos descentrados y descentradas que a menudo disputan calles, avenidas, parques y plazas nacionales, regionales, locales y parroquiales, disputando la obtención de cualquier dinerillo con el cual remediar (en parte) esa grosera situación económica que ahora nos prende por tantos lados.

La última Venezuela que efectivamente ahora en verdad tenemos, va mostrando ciudades con sus tradicionales mercaderes, formales e informales, sólo que esta vez la novedad les visita de manera inusitada.

Junto al vendedor tradicional y descentrado de pan, hortalizas, granos, plátanos y pantaletas al detal, van acomodándose en franca competencia, aun cuando sea apretadamente, un extenso continente de colegas con titulaciones de ingenieros, arquitectos, profesores, sociólogos, comunicadores sociales, abogados y médicos, ofertando a medio pulmón y aún con cierta timidez, otro tanto de tales mercancías.

La pena, la vergüenza y el orgullo académico de los nuevos descentrados universitarios céleremente va quedando en un segundo plano, habida cuenta que al final de la jornada éstos ahora llevan para sus hogares un dinerillo que no les resulta nada despreciable.

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Edgar Balaguera

Antropólogo, Sociólogo, Magister en Ciencias Políticas, Doctor en Ciencias para el Desarrollo. Docente.

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