—Compadre y esos pantalones ¿Son nuevos? —Decir que son nuevos es una exageración. —Usted se ve como de los setenta, «vintage» le dicen ahora; antes era reencauchado.
—Si le cuento que estos pantalones los saqué de una maleta vieja, que estaba arriba del escaparate. Una maleta de mi abuelo que era un viajante, ese se la pasaba viajando por todos lados. Yo siempre veía la fulana maleta llena de polvo ahí arriba, y nunca me decidía a ver que tenía dentro.
—La semana pasada me envalentoné y me dije, vamos a ver que hay en esa maleta vieja. Busqué una silla, me encaramé y bajé la cosa esa. Una de esas maletas de cartón piedra, parece la bicha. Bueno me pongo a rebuscar dentro de la misma y no había nada que sirviera, en verdad. Qué de valor va a guardar el pobre, dígame usted.
—A todas estas veo el pantalón y me acordé que era de por allá de los tiempos de «Fiebre del sábado por la noche», le eche un ojo y no lo vi maloso. Tendría en aquel entonces unos 17 o 18 años, un muñeco pues. Y pensé, con estas que estamos pasando estoy más flaco que silbido y a lo mejor me queda. Por le voy a decir la verdad, hasta el colesterol ha desaparecido.
—La cosa es que me lo pruebo y listo, aquello entró como anillo al dedo. Ni mandado a hacer, entallaido me quedó. Tenía su olorcito ha guardado, pero no hay jabón para lavarlo me dije. Lo puse al sol un buen rato, para que botara lo guardado y aquí me tiene, de estreno.
—Ah Compadre, suerte la suya. Lo menos que ese pantalón cuesta ahorita es un millón ochocientos y sin garantía, que es lo peor. —Pero, compadre, busque a ver que tiene usted en ese escaparate a lo mejor encuentra hasta una morocota, quién sabe.
—Que va compadre, ni escaparate tengo ese lo vendí para comprar una medicina, y no me alcanzó. No hay donde buscar, mucho menos que encontrar. Y por ahí empezó el compadre, que se lamentaba y se lamentó.
