Binóculo Nº 301

Esteban Brassesco

Quienes lo conocieron aseguran que logró huir de la represión de la dictadura uruguaya de los 70 y que había sido un embravecido militante de la izquierda tupamara. Tiempos después, ya amigos, se lo pregunté y me lo negó, aunque uruguayos que se quedaron en esta tierra para no regresar jamás de nuevo a sus lares me refirieron, en diversas oportunidades, que Esteban, había sido uno de los duros de las luchas de la izquierda latinoamericana.

Yo solo sé que lo conocí en la redacción del periódico Economía Hoy por allá en 1987 cuando regresaba de la fuente que entonces cubría: Miraflores, y me encuentro ese montón de libros colocados en un murito y a algunos colegas revisando. En realidad, no sabía de qué se trataba, pero le pregunté a mi amiga Milagros Pérez y me explicó que él vendía libros y que, si me gustaba alguno, solo lo escogiera y le pagaba poco a poco, a veces en largas, cómodas y olvidadizas cuotas. Lo cierto es que Esteban iba con su carrucha y sus cajas llenas de libros a las redacciones de todos los periódicos El Nacional, El Universal, Últimas Noticias, El Nuevo País y algunos ministerios. Para entonces los burócratas de turno leían algún que otro libro; además del antiguo Congreso de la República, claro si el presidente de turno tenía algún nivel cultural, y le permitía estar y vender sus libros.

En esa relación de años de vendedor-comprador-amigo, encontré maravillas. Narradores que me encantaron conocer. Esteban siempre conseguía lo mejor: Tomás Eloy Martínez, por ejemplo, un periodista argentino a quien conocí después. Tomás Borges a quien también conocí luego. También Esteban me presentó a un periodista argentino llamado Oswaldo Soriano en un libro titulado "No habrá más penas y olvido". De hecho, le compré tres más: Cuarteles de Invierno, A sus plantas rendido un león y La hora sin sombra. Me encantaron esas crónicas. Por Esteban leí a Roberto Bolaño, escritor y poeta chileno, quien ganara el Premio Rómulo Gallegos -si mal no recuerdo- con su novela Detectives Salvajes. Por Esteban leí a Daniel Boorstin, un genio historiador estadounidense que escribió varias obras. Leí dos: Los Descubridores y Los Creadores, obras que todo ser consciente e inteligente debería leer. Una vez le dije que había leído Adiós a la tierra de Isaac Asimov, el brillante ruso y a la semana siguiente me trajo: Historia y cronología del mundo y La formación de Inglaterra, dos libros que me devoré en tiempos en que la lectura era una especie de paranoia para mí, mucho antes de volverme bruto.

Tuve la oportunidad de conversar largo y tendido con Esteban. Tenía un fino sentido del humor cargado de una ironía apenas perceptible. Su nivel de cultura rayaba la erudición y su humildad siempre me agredió. Podías pasar horas conversando sobre lo humano y lo divino. Se conocía los clásicos españoles casi de memoria. Incluso apostábamos a la memoria para recitar a Samaniego, a quien leí cuando tenía como 11 años y nunca lo olvidé. Sus fábulas son exquisitas.

Un amigo de la infancia, también poeta, Salvador Tenreiro, me había enseñado un libro que me encantó: El Cantar de los Nibelungos, poema épico alemán del siglo XIII. Debía tener trece o catorce cuando lo leí. Lo cierto es que nunca lo olvidé. Pues cual sería mi sorpresa que Esteban me hace aquella extraordinaria narración de Sigfrido y su batalla con los dragones. Aseguran que en ese poema épico se inspiró Wagner para escribir su cabalgata. A Esteban le compré Los Cuatro reyes de la baraja para cerrar mi ciclo con Herrera Luque. Ya había leído los demás. Nunca me trajo a García Márquez, no recuerdo porqué razón, ciclo que cerré con Vivir para contarla, por cierto, colección que acabo de regalar junto a otros 2.500 libros y mil quinientos cd de música, incluyendo el mobiliario. Por cierto, recuerdo que al final de mi jornada en Economía Hoy por allá en 1993, estaba teniendo un ciclo de conversaciones con el maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa, muerto por esa fecha, las últimas entrevistas que se le hicieron y Esteban lo había leído, todas sus teorías sobre la educación y sus propuestas sobre el tema. Hace unos cinco años le regalé todas las obras del maestro a una amiga, incluyendo sus poemarios. "La poesía de los pueblos con sed" de mitad de los 80, una de las cosas más hermosas que yo haya leído. Creo que el mejor libro que yo he leído, lo escribió el maestro "La magia de los libros". Sigo sin entender, de manera sorprendente, cómo es que no ha sido reivindicado en este proceso que se empeñan en llamar revolucionario.

A pesar de que tuvimos largas e interesantísimas conversaciones, lo más que pude saber de Esteban es que fue educador en su natal Uruguay y que las circunstancias lo trajeron a esta tierra, como trajeron a miles de sureños cuando las dictaduras del cono sur, muchos de los cuales echaron raíces. Creo que tiene dos hijos periodistas.

Esteban Brassesco es de esas personas que pasan por la vida de uno y dejan una marca, porque algo le enseñaron. Me encantaba ese fino sentido del humor y esa imperceptible capacidad para detectar la mediocridad, aunque su educación y su decencia, impedía cualquier burla o vejamen contra alguien.

La sicología explica muy bien esa relación que uno hace de una situación con otra y que al parecer no son vinculantes. Con Esteban me ocurrió una vez que tomábamos café, ya trabajando yo en El Mundo vespertino como Jefe de Política, que me estuvo narrando la cotidianidad de su país y de un profesor historiador que tuvo, quien en su ancianidad solo era visitado por algunos, muy pocos realmente, ex alumnos. Me habló de una casa de jamonuda mampostería y lámparas de araña. Esa narración me llevó de inmediato a Guillermo Meneses, autor de La Balandra Isabel llegó esta tarde, Campeones, La mano junto al muro, quien había muerto en su soledad por allá en Porlamar, pero nadie sabía qué hacer con sus libros y su enorme biblioteca en una de las elegantes mansiones de La Florida de mitad de siglo pasado. Porqué ocurre esa relación, aún no lo sé.

Esteban murió a los 83 y me cuenta Mardú que aún visitaba la redacción de Últimas Noticias, aunque tenía algunos meses desaparecido. Siempre recordaré esas gratas conversaciones y la vida de un hombre dedicada a llevar conocimiento a todo aquel que lo quería aprovechar. Son de esas muertes que nunca deben ocurrir, pero al fin y al cao, los años acaban con todo.



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Rafael Rodríguez Olmos

Periodista, analista político, profesor universitario y articulista. Desde hace nueve años mantiene su programa de radio ¿Aquí no es así?, que se transmite en Valencia por Tecnológica 93.7 FM.

 rafaelolmos101@gmail.com      @aureliano2327

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