Sin comida no hay nada, ni paz ni amor ni resistencia eficaz

Insistimos que el mayor poder del enemigo social es la propiedad privada que ejerce sobre unas mercancías que no produce el comerciante ni el fabricante ni el financista, mismo trío de capitalistas que las tienen retenidas en sus depósitos varios, además de las que diariamente-a cada hora, a cada segundo_ trasiega hacia los vecinos no menos comerciantes, no menos fabricantes, no menos financistas.

Como eso es así, y eso no está nada bien, y cada segundo, cada hora se agrava, el Estado no puede seguir a la espera de que el pueblo por sí sólo haga uso de tales mercancías que para él son sólo bienes satisfactorios de las diferentes necesidades vitales y de otra índole no menos importantes.

Inclusive, ya no se trata de adquirir tales mercancías retenidas en esos inventarios ocultos o encarecidos-da igual que estén a la vista del potencial consumidor, de quienes produjeron tales mercancías-es que como mercancías, el consumidor potencial debe estar solvente, realmente solvente porque la banca retiene también el inventario de la moneda que es propiedad privada de pensionados y de todos los clientes que representan los activos líquidos que a diario o quincenalmente el Estado viene religiosamente agrandándoselos. Tales activos de los usuarios de la banca son propietarios solventes nominales, meramente nominales, porque así y unilateralmente lo ha decidido el capitalista financista.

Se trata de que este comerciante, este fabricante, este financista, han decido seguir reteniendo para sí las mercancías de la comida y también el dinero con las que estas podrían adquirirse.

Así, los bonos navideños, los bonos de reyes, otros ahorros personales, todas estas mercancías dinerarias también han sido privatizadas por ese comerciante, por este fabricante, por ese financista- con inclusión de bancos supuestamente del gobierno-, por la sencilla razón de estar esgrimiendo su carácter de dueño privado de todo el PIB, la producción de los medios correspondientes y de las mercancías que como valores de uso producen las propias víctimas de las actuales relaciones sociales de explotación.

Al parecer, el enemigo decidió seguir reteniéndolas-las mercancías y el dinero-en búsqueda de una reacción en masa que derivaría en un posible caos social conveniente a sus claros propósitos burgueses, nacionales e internacionales.

Insistimos en que, transitoriamente, el Estado podría retomar la propiedad de los ahorristas, podría mediar entre comerciantes y clientes para que, por lo menos, nuestro pueblo pueda seguir en paz, pueda seguir sintiendo amor y, sobre todo, pueda ofrecer un mínimo de resistencia eficaz.



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Manuel C. Martínez


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