La sopa y la sal

—¿Vecino, qué le pasó que trae cara de pocos amigos? —Lo de pocos amigos ya no es un decir, porque el que no se muere porque no consigue el medicamento para la tensión, se muere porque no consigue nada para la diabetes; ni para la gripe a hay medicina. Pero ese no es el asunto vecino.

—¿Entonces, qué lo tiene con esa cara? —Es que la mujer preparó y que una sopa. Pero aquello era un océano sin islas, agua por todos lados. Cuando me sirvió el plato de aquella cosa le dije: —Qué pasó aquí y las verduras, que no se le ven. De una vez como una cuaima me respondió —Es que acaso tú no sabes que el kilo de la verdura más barata está a 30 mil.

No dije nada más para no poner el caldo más morado. Pero, allí no había ni una verdura y carne o algo parecido más difícil de encontrar. Me le quede mirando retrecheramente a aquel plato de agua; no sabía ni que decir ni que pensar. —A lo mejor está bien aliñada, porque en el aliño está el alma de comida, dije.

Me dispuso a disfrutar de aquella pitanza y para adentro la primera cucharada de sopa, con la misma la eche para fuera. Y ahí no me aguanté y le grité a la mujer. —¡Qué es esto, vale! ¡Esta sopa no tiene sal!, esto es solo agua caliente. Mejor que no, vecino. Aquella mujer se volvió una fiera, un basilisco, aunque nunca he visto uno. Lo que usted se pueda imaginar, hasta miedo me dio.

Y esa mujer hecha una furia me gritó a todo pulmón —Es que tú no sabes que ¡LA SAL ESTÁ A 30 MIL EL KILO! Y por ahí se le soltó la lengua a aquella cristiana y sin miramientos para con nadie, se soltó a mal hablar de todo el mundo, yo por precaución agarré calle afuera, mientras iba saliendo raudo y veloz oía como aquella mujer se lamentaba y se lamentó durante todo el día.



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Obed Delfín


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