Cambios en los patrones alimenticios

Desde la época colonial la mayoría de los países de Centro y Sur América se vieron sometido a un proceso globalizador, es decir la unificación de la cultura, la época del pensamiento único, el período de la misma respuesta ante un mismo estímulo. Así fue como la monarquía se instaló en nuestro país y con esta, las corrupciones que fueron muchas y las dignidades que fueron pocas.

Fue notorio que la mayoría de los pueblos de centro y sur América fueron convertidos de forma impositiva en países monoproductores. Por ejemplo a las islas caribeñas las obligaron a cultivar caña, a los del sur como Argentina y Uruguay a la cría de ganado, a Colombia y Brasil al cultivo del café, a Venezuela, por carecer de minerales, al cultivo del café, del cacao y del añil. En verdad, aparte de la sobreexplotación de los suelos, con mano de obra esclava de los indios y los negros, el interés era obtener mayores ganancias al exportar aquellos productos hacia la vieja Europa. En verdad las goletas atravesaban el océano Atlántico con fardos atiborrados de productos americanos, así como también de cueros de ganado de Argentina y Uruguay.

Una vez que los navíos llegaban a los puertos españoles no regresaban vacíos, el negocio no se detenía. Aquellas carabelas que arribaban en las dársena hispanas abarrotadas de mercancía americana, regresaban ahora con comestibles provenientes de la península, tales como el trigo, los chorizos, los jamones, la leche, la mantequilla, el queso, los vinos, las butifarras, las cervezas, el brandy, así mismo, diversas especies importadas por comerciantes españoles (pimienta, comino y canela) para condimentar la comida, entre tantos de los productos que ingresaron al Nuevo Mundo. Acción esta que cambió la cultura gastronómica a los pueblos originarios. En verdad, tales productos fabricados por las industrias españolas llegarían a América como "alimentos" importados, muchos de estos comestibles con alto contenido de grasas, de sales y preparados con diversos productos químicos que actuaban como preservativos. Se inicia de esta manera lo que hoy se califica como "inversión extrajera".

Ciertamente, esta llamada inversión extranjera, tal como ahora, por lo general estaba en manos de una empresa que ejercía un monopolio, tanto de los productos exportados como de los importados, solo beneficiaban a los comerciantes de la península, en ningún momento a los criollos y muchos menos a la población indígena.

Pasado el tiempo los pueblos originarios incluyeron en su dieta diaria víveres oriundos de otras tierras, como por ejemplo pan de trigo, jamón, vino, tortas, café con leche, azúcar, sal, tortas, chorizos, cervezas, vinos y otros comestibles propios de la península. Fue de esta manera cuando los pueblos del centro y de sur América dejaron de lado parte de su cultura gastronómica sin advertir que la nueva había sido impuesta a sangre, sudor, lágrimas y rezos.

Esta imposición gastronómica fue muy notoria en Venezuela. Con el tiempo aceptamos que el pan, la mantequilla, el jamón, el chorizo, el café con leche, la aceituna, la alcaparra, el vino, entre otros comestibles, como parte de nuestra dieta. Se había dejado atrás y olvidado la sana cultura gastronómica de nuestros ancestros, como era la de carbohidratos basados en la yuca, la papa, el plátano, el mapuey, el pan del año, el ñame, entre tantos de los tubérculos que se ingerían sancochados sin ningún tipo de aditivos ni condimentos adicionales. Del mismo modo, las proteínas obtenidas de la pesca y de las carnes de caza, que generalmente se cocinaban a leña o en sancochos. Sin dejar de lados las frutas, una fuente saludable de energía almacenada, proveniente del Sol y de los nutrientes de la tierra. Como se observa, abandonamos una cultura gastronómica sana y balanceada, por otra con alto contenido de grasas, sales, nitritos, azúcar procesada, sal y alcohol.

Me sorprendo, no sin estupor, la cantidad de divisas que gasta el estado importando comestibles como el trigo, que lo único que sirve es para engordar, para enfermar a los consumidores y enriquecer a las industrias europeas. Eso que ahora se llama "inversión extranjera", la cual permite fabricar en el país o importar comida proveniente de otras latitudes maximiza las ganancias de las industrias extranjeras y lacera a la población que consume sus comestibles nocivos.

Debe quedar claro las industrias capitalistas no vienen al país con la intención de mejorar la situación y si es una empresa de alimentos, tampoco se preocupa por la salud de los consumidores, su único interés es la expansión de sus ganancias. Bien lo explica el profesor Armando Córdoba en su libro "Inversiones extrajeras y subdesarrollo", en donde resalta lo expresado por el economista norteamericano W. Salant:

"Las inversiones de capital americano capacitarán a los países en desarrollo para financiar compras adicionales de bienes de capital y otros bienes en los Estados Unidos y otros países. El valor en dólares de las exportaciones de Estados Unidos será, en consecuencia, más alto que el que podría ser sin la salida de capitales. Los ingresos monetarios de los americanos que producen para la exportación serán más altos…Las inversiones extranjeras tendrán, por lo tanto, un efecto expansivo sobre la economía, ejerciendo su efecto primario a través de la elevación de los precios cuando persisten condiciones de pleno empleo y elevando la producción y el empleo cuando estos se encuentran por debajo de los niveles máximos".

Lo anterior no vale solo para las inversiones de EEUU en los países en desarrollo, esto se cumple para todos los países capitalistas que invierten en los llamados "países del tercer mundo".

Como se ve las importaciones de comida, por ejemplo la de trigo, solo fortalece las economías foráneas Esto se puede combatir modificando los patrones de consumo de los venezolanos. El gobierno debe orientar la ingesta de alimentos hacia la producción nacional. Para esto se debe instruir a la población, en un principio, educando los niños en las escuelas sobre los beneficios de los alimentos cultivados en el país, además, insistir en la compra y en la ingesta de aquellos alimentos provenientes de nuestra tierra, ricos en nutrientes. Ya es tiempo de erradicar la mala práctica de cocinar las hallacas con aceitunas y alcaparras que no se producen en el país. Olvidarse del panetón, del tequeño, de las tortas y de todos aquellos productos elaborados con harina de trigo, así mismo de los turrones, de las almendras, de las nueces, avellanas, de los jamones, del vino, de la cerveza… primero porque su importación fortalece las industrias foráneas y segundo, porque su consumo es nocivo para la salud.

Solo el aumento la producción de productos agrícolas, en todos los renglones, educando al pueblo sobre un cambio en el consumo de los alimentos y aleccionando a los consumidores sobre las ventajas de la ingesta de los alimentos provenientes de la tierra se fortalecerá la industria nacional. De esta manera los niños gozaran de una buena salud y se convertirán en unos adultos saludables. Estaba en lo cierto Simón cuando afirmó en la carta a Esteban Palacios en julio de 1825: "Llamo humano lo que está más en la naturaleza, lo que está más cerca de las primitivas impresiones". Ciertamente, los productos provenientes de la tierra están más cerca de lado humano. Lee que algo queda.



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Enoc Sánchez


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