El fiscal bravucón es una señal

Este dudoso fiscal, surgido de la aún más dudosa e inoperante constituyente, nos resultó bravucón, pero desde el poder (así cualquiera). Esa conducta nos invita a reflexionar sobre un gobierno inexperto que confunde la conducción de un país con las pequeñas reyertas en la Universidad o las zancadillas en un sindicato de tercer nivel.

El ensayo venezolano será estudiado en los centros de altos estudios políticos del mundo: ¿cómo, cuál clase social fue capaz de transformar a un país rico en una crisis humanitaria? Muchas son las enseñanzas.

Primera, una clase subalterna, en este caso la pequeña burguesía y los marginales, cuando deja de actuar como instrumento de la burguesía o del proletariado y pretende llevar adelante su propio proyecto fracasa irremediablemente. Y esta es la gran enseñanza: las clases subordinadas no tienen proyecto social viable.

De la primera enseñanza se desprende la segunda. Cuando en un país la burguesía y los revolucionarios renuncian a dirigir a las clases subalternas, sobreviene el caos social. No hay que hacer grandes esfuerzos de imaginación para certificar lo anterior, es suficiente observar lo que hoy nos pasa. El derrumbe de la sociedad tiene sus señales claras.

No hay gobierno, sólo patotas nacionales, tal como las pandillas de un barrio. Las clases subordinas no tienen, no pueden tener, proyecto nacional, no superan su entorno, hasta allí su visión. Son fragmentadoras, todas sus acciones tienen ese signo (el carnet, los clap, los tiques)

Sólo pueden concebir la política como un ejercicio personal, a lo sumo grupal. Para ellos no hay ideología, sólo acciones individuales. No entienden la geopolítica más allá de lo personal: "obama es malo", "trump es perverso". Por supuesto, no pueden advertir la lucha ideológica, el concepto de sistema; con esta cortedad de entendimiento se puede pelear con trump y abrirse a las empresas capitalistas, aún a las del mismo trump. El capitalismo ruso y chino no existe, "putin es bueno", "los chinos son amables". La política nacional la consideran un amasijo de tácticas, no tienen estrategia, no saben a dónde se dirigen.

Su sentido de la lealtad no tiene base ideológica, no tiene contenido, se mueve como una brizna de paja llevada por el viento del oportunismo. Su discurso es más rimbombante que riguroso, le gustan las palabras que resuenen, le huyen a las palabras que definen, que llaman a la reflexión; para ellos, las preguntas no existen: el "qué", el "para qué", el "cómo", el "será" fueron borrados del diccionario.

Existen señales claras de la presencia de un gobierno de clases subordinadas huérfanas de la tutela de alguna de las clases fundamentales: una de ellas es la falta de plan. Las iniciativas económicas y sociales se suceden raudas, contradictorias: pueden amenazar con nacionalizar un banco y en la tarde firmar un acuerdo con los empresarios privados, o llenarlos de dólares baratos; a veces las medidas no duran un día. Las iniciativas no funcionan, asombra la ineficacia, las promesas salen copiosas, el cumplimiento es nulo. Ayer la constituyente era el milagro, ahora un nuevo plan para incumplirlo mañana y parir otra promesa fallida.

Hay unas señales indicadoras, de que algo anda mal, de que el gobierno de las clases subalternas no cuaja, y es el comportamiento de los altos jefes del Estado. Cuando un jefe de Estado miente a diestra y siniestra y no pasa nada, sólo se oyen aplausos, hay que encender las alarmas.

Cuando un fiscal es un bravucón que mata al perro para acabar con la rabia, que se comporta como un elefante en una cristalería, y nadie en el gobierno lo cuestiona, al contrario, lo aplauden, nadie le pide la renuncia antes de que sea tarde, entonces estamos en presencia del comportamiento típico del pequeño burgués y el marginal: destruir, atropellar, nunca construir nada.



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Toby Valderrama y Antonio Aponte

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