Una historia sacada de la vida real

Una verdadera historia, sacada de las amarillentas páginas de la vida real, como dijera Delia Fiallo…Un día de estos, recientemente pasados, salí bastón en mano para adquirir un litro de leche. O mejor dicho, un casi litro de leche. Pero antes me detuve ante un obrero que conocí en mis tiempos de activo, en la Corporación Venezolana de Guayana, quien estaba sentado en una de las sillas de una mesa de un negocio "mata hambre" al aire libre. Estaba solo. Como pensativo, cuando lo saqué de aquel mundo por el cual había pasado, y donde había vivido, años atrás, y lo traje a este mundo: al real, que nos circunda. Del cual muchos desearían huir.

—¿Qué te pasa, hermano, te noto como ido?

—Ojalá, me hubiera ido para otro mundo. Este ya no lo aguanto. No creo que exista otro, peor que éste.

Me sentí apenado. Tal vez debí seguir de largo a buscar mi leche, y si me alcanzaba un poquito de pan. De momento no encontré las palabras que me permitieran corregir mi torpeza. Pero algo tenía que hacer para consolar aquel hombre, sumido en tanta tristeza y tanta lejanía. Entonces, se me ocurrió tomar otra silla, y pedirle permiso para sentarme a su lado. A penas asintió.

—Te comprendo, hermano querido, y siento lo que tú sientes.

—Mira, Santaella, ni me comprendes, ni sientes lo que yo siento. Eso es imposible. Nadie puede sentir lo que el otro siente. "Sentir algo" es una cuestión personal. Tendrías que meterte dentro de mí. No hay otra manera. Lo cierto de todo esto es que la vida…, esta vida es demasiado dura para mí, y pienso que para muchos, como yo. Siempre he pensado que la vida, en general, es una perpetúa búsqueda. Desde que nacemos estamos buscando algo. No sabemos qué, pero buscamos y buscamos. Y casi todos nos morimos buscando. Absolutamente frustrados. Esa búsqueda, lleva, implícito también la espera de un mañana mejor. Es decir, licenciado, uno mantiene una esperanza para que ese algo llegue, aún sin buscarlo. Le juro, licenciado, que ya estoy cansado de buscar y de esperar. La esperanza se me fue. Le pregunto, a usted, un hombre más leído que yo: ¿Qué hago? ¿Qué hago con 40 mil bolívares para sobrevivir? ¿Cómo lo rindo? La única manera de rendirlo es no comprar nada, y morirnos de hambre, junto a mi familia. Usted llegó y me vio, como ido. No, no me he ido todavía. Estaba sólo pensando qué comprar con estos 40 mil bolívares piches, cuando usted llegó y se paró, porque me conoce. Esa es la cuestión, licenciado. Si entro a la panadería salgo con dos bolsitas, y sin un bolívar…, para comprar un caramelo. Y si lo tuviera, tampoco pudiera comprarlo. Vale mucho más que eso. Por favor, dígame ¿eso es vivir? ¿Eso sirve para preservar la vida, que Dios nos dio?

—Pero,…

—No, no hay pero que valga. Usted tal vez pueda aguantarse y sostener a su familia, pero yo no. Hace un rato pensaba si compraba un poco de queso, jamón y pan, o comprar leche y café para desayunar con café con leche, y una rodaja de pan… ¿Y el azúcar? Por eso mis números no me dan. Le juro que estos 40 mil bolívares que cobre ayer, se me hacen agua en las manos, sin obtener el sustento para una semana… ¿Y el resto del mes? Es decir, ¿y las tres semanas que le siguen? Estoy consciente de que el gobierno de Nicolás Maduro ha hecho aumentos y aumentos, cada tres meses. Pero le pregunto a usted: ¿De qué sirven esos aumentos? Por, favor, no sé qué hacer… Y, me perdona, pero no le pido a usted que me indique el camino a seguir, porque lo conozco a usted muy bien, o creo que lo conozco un poquito, así como que está mejor. Sé cómo piensa ideológicamente, pero también sé cómo es, desde el punto de vista humano, es burda de persona. Pero en usted se funden esas dos cosas diferentes. Y tendría argumento de sobra para demostrarme lo que el gobierno ha hecho por los pobres de este país. Y como persona, me estaría dando la razón. Pero no pasaría nada. Todo quedaría allí, como es, y como está. Usted sigue y compra lo que va a comprar, y yo sigo perdido buscando una rendija por dónde meter el dinerito y que puedan devolverme algo que me dure tan sólo una semana mocha. Eso es imposible. Por eso le digo que no puede comprenderme, ni sentir lo que yo siento. Se lo digo con todo el respeto que se merece. Me quedo perdido en este mundo. Ya no sé quién soy, ni para qué vine a este planeta, y a esta tierra. Me siento, ahora mismo, como un desconocido que llega por primera vez a un pueblo, y no sabe qué hacer, hacia donde tomar, ni mucho menos hacia dónde llegar. Y de pronto piensa en la plaza Bolívar, por aquello que en todo pueblo hay una. Un señor dijo: "Conócete a ti mismo", pero yo ni eso puedo. Conocerme a mí mismo. Me siento paralizado. Maniatado. Quieto, como una estatua. Eso no es vivir, vivir, mejor será: morir, morir. Y para terminar, licenciado, quiero decirle que yo soy chavista. Siempre vote por Chávez, pues, creía y creó en sus ideas, y también vote por Nicolás Maduro, pero la verdad, es la verdad… El camino está por hacerse, pues, en estos 20 años no se ha hecho ni una trocha…

Me quedé aturdido por lo que terminaba de oír. Aquel hombre me enseñó cosas que yo no sabía, sólo a través de su angustia, de su desesperación y de su no vivir. Me Quedé, además, desarmado. Absolutamente desarmado. Por más que busqué las palabras adecuadas para alargar la conversación, fue imposible. Más bien mis ideas se dislocaron. O se desordenaron bajo una perturbación inusitada. Me levanté pausadamente de la silla. Acaricié su respaldar. Busque la mirada del obrero, amigo, pero no la encontré. Se había ido de nuevo…



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Teófilo Santaella

Periodista, egresado de la UCV. Militar en situación de retiro. Ex prisionero de la Isla del Burro, en la década de los 60.

 teofilo_santaella@yahoo.com

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