¿Corruptos o empresarios políticos?

Desde que se agotó el primitivo modelo autárquico, los pueblos optaron por el intercambio mercantil en sus conocidas manifestaciones: primero permutaciones y luego unos dinámicos intercambios dinerariamente mediatizados.

Y durante todo este largo régimen mercantil perfeccionado por el modo burgués o capitalista contemporáneo las mercancías fungen tanto teórica como concretamente de células orgánicas o elementales para nuestras sociedades.

Efectivamente, vivimos sobre y bajo las ruedas del carro de la producción de mercancías, de su compraventa, de su indetenible diversificación, de sus reciclajes mediante adopciones de bienes que ayer salieron del mercado así como de la introducción novelera de mercancías modernas que jamás soñaron ni los más connotados premonitores ni profetas registrados en la Historia Universal.

Lo importante de ese modo mercantil es que nos sirve de patrón hasta para la formación de nuestra propia personalidad, y desde niño a los ciudadanos se les inculca directa o subliminalmente la idea del comercio para hacerse rico, para sobrevivir con cierta holgura, para ser exitoso y demás halagüeñas y mentirosas lecciones esparcidas por los medios que hoy por hoy sirven de escultor mundial y oficial de las mentes humanas del hombre contemporáneo.

Lo que tratamos de decirles es que todo género de actividades laborales y sociales, religiosas, deportivas, culturales, artísticas y políticas son sólo manifestaciones mercantiles cuyos protagonistas, respectivamente, hacen de asalariados, de ministros religiosos, de atletas, de docentes, de pintores, de escultores, de músicos y de lideres políticos, según sus inclinaciones para- naturales o vocacionales, pero protagonistas, o *intermediarios*, que en común buscan resolver su problema económico por la vía mercantil.

Y particularmente, la actividad política no escapa a estos patrones comerciales de allí que quienes optan por dedicarse a la Política, están de hecho practicando una actividad comercial, que aunque sui géneris no por eso deja de ser ineluctablemente mercantil.

Digamos que el político de oficio busca hacer del ejercicio burocrático un modus vivendi, su modus operandi, mercantil y empresarialmente entendido. Y de suyo que sus remuneraciones vienen dadas no sólo por la paga ordinaria del tabulador salarial correspondiente, sino por la coyuntura de los vaivenes de la oferta y la demanda reinantes en la contrata de obras de oneroso coste mercantil que suele presentársele al burócrata que de alguna manera tenga ingerencia decisoria en la administración de la Cosa Pública.

Ocurre que los sobresueldos adquiridos por el político han recibido la *eufemística* denominación de sueldos corruptos, así como a las súbitas ganacias extraordinarias que terminan enriqueciéndolo sin castigo alguno, sino, por el contrario, pasan a convertirlo en un hombre importante como podría serlo el menos deshonesto de los empresarios industriales convencionales.

En añadidura a esa práctica comercial política, la piratería *empresarial* campea, en plena correspondencia con lo ocurrido en el comercio común y corriente, donde basta un capital honesta o deshonestamente acumulado para que hasta el mejor de los incapaces e irresponsables se revista con el remoquete legal de comerciante, de industrial, de empresario y demás *peyorativos* usuales, para embellecer su currículum y figurar en las mediáticas estadísticas opcionales como *hombre del año*, *hombre del mes*, etc.

Pero lo que corona esta realidad es que esos pitaras de la empresa política han preferido recibir orgullosamente el tratamiento de corruptos que el de incapaces técnica, científica y profesionalmente hablando, porque su cualidad de comerciante sale privando ante cualesquiera otras debilidades que pudiera humanamente padecer este empresario de la Gerencia Pública.


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Manuel C Martínez M.


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