Los accionistas y ahorristas son los capitalistas

El capital accionario ha sido un recurso burgués[1] para convertir inclusive al proletario humilde y de bajos ahorros en coprotagonista directo del gran capital. El capital accionario garantiza una de las libertades contemporáneas más popularizadas, más populistas y populacheras, esto es: cualquier persona, gafos inclusive, minusválidos, hembras y varones, altos y pequeñitos, robustos y delgaditos, feítos y feítas, buenamocitas y buenmocitos, letrados e iletrados, de cualquier pigmentación melanínica, de pelos rizados, lizos o encrespaditos, rubios, rojizos, castaños, negros e indiados, todos y todas tienen las puertas abiertas al ejercicio de la explotación de muchos por unos pocos, mediante su aparente y falaz conversión paralela de proletario en accionista o ahorrista.



Así, pues, una de las manifestaciones más expresivas del dominio burgués sobre el Estado y sus acervos de Derecho Positivo lo representa la “compañía anónima”, la sociedad por acciones de capital.



Esta modalidad contractual del Derecho privado, mercantil y financiero es una de las dos pruebas más relevantes de cómo un modo de producción explotatorio, como lo es el sistema capitalista, puede admitirse sin chistar por parte la propia clase explotada, por la víctima, por su proletariado.



La segunda prueba es la convicción a ciegas que se alberga agradablemente en la conciencia del asalariado de que su patrono es su benefactor porque “le da trabajo”, literalmente así entendido por el trabajador[2].



Es que el capital accionario se propone como estrategia burguesa “democratizar” la gestión explotadora del sistema capitalista, aunque finalmente los dividendos quedan minimizados para el accionista menor, ya que el superávit[3] o plusvalía (ganancias) no es distribuido entre todos los accionistas, ni siquiera en términos relativos ya que el superávit es un excedente de plusvalor que va transitoriamente a un fondo cuyo destino final es el capital de los accionistas de mayor peso accionario.



Resulta obvio que todo superávit tiende a ir a las arcas privadas de los accionistas más ricos, las de quienes finalmente, y cuando a ellos autónomamente les convenga, decidan cerrar la “compañía”.



Desde luego, pequeños y medianos burgueses pueden perfectamente recabar fondos por esta vía y convertirse en accionistas mayoritarios, pero se trata de capitales de menor cuantía que, como tales, empresas medianas y pequeñas, se hallan sujetas ineluctablemente a las de mayor fuerza capitalizadora, al punto de que estas competitivamente obligan, mediante el mecanismo de la oferta-.demanda, a que todos los capitalistas menores funcionen con arreglo a una suerte de planificación azarosa[4] hasta tal punto que los capitales mayores logren incrementar su superávit hasta más allá de la plusvalía de sus personales empresas, puesto que mediante los precios de producción [5] logran trasegar parte de las plusvalías de los capitalistas menores.

Por supuesto, la compra de acciones por baratas que sean, supone ahorros o excedentes del salario. Estos suelen estar bajo la custodia, control y arbitrio de la banca privada. Esta usa esos ahorros para el financiamiento de empresas fabriles y comerciales a las que les aplica una tasa activa de interés muy superior a la tasa pasiva que representan los intereses que paga a sus cuentahorristas.



De esta manera, hasta el más pequeño de los ahorristas dota de capital de préstamo a la banca privada para que esta comparta la plusvalía de sus clientes prestatarios y en consecuencia este ahorrista se convierte en coexplotador indirecto de sus propios proletarios. Esta es una de las explicaciones más expeditas del complejo blindaje que caracteriza el sistema burgués, aunque no por ello sea invulnerable.

12/12/2014.12/12/2014 02:59:54 p.m.


[1] Ya esta modalidad de acopio de capital dinerario fue usada para el financiamiento de la colonización y explotación de las llamadas Indias Holandesas.

[2] Sobre esa base, un conocido acaparador de vehículos venezolano, en su defensa cuando fue acusado de especulador, arguyó que él podía, ciertamente, ser especulador, pero que daba fuentes de empleo, palabras menos, p. más De manera que el sistema ha logrado vender las ideas acerca de que el capitalista no se considera explotador, ni el asalariado, de ser explotado.

[3] El superávit, como ganancias no repartidas, y como eufemismo de plusvalía, tiene como objetivo estatutario capitalizarse en favor de los principales accionistas de las empresas que lo genera o en otras, pero en esencia logra maximizar la alícuota de plusvalía que la empresa secuestra a los trabajadores de la empresa superavitada con cargo al salario “ahorrado” de los de otras empresas con la venta de acciones de valor asequible para trabajadores de bajos ingresos. En este caso, disfrutan de sobreganancias ya que a las ganancias medias procedentes del plusvalor doméstico se suma este financiamiento a bajo interés. La sociedad por acciones supone que el ejercicio de capitalista ni siquiera es condición necesaria tener capital propio para cometer la explotación burguesa correspondiente, y con las ventajas de menores intereses pasivos en comparación con los que suele cobrar la banca privada. Por supuesto, arrancada la compañía con relativo éxito, el capital accionario de terceros puede perfectamente ser usado como aval para créditos bancarios convencionales. Véase: http://es.scribd.com/doc/111028027/Superavit



[4] “Mano invisible” dio en llamarla Adam Smith.

[5] Véase: Manuel C. Martínez M., Praxis de El Capital, y muy pronto, del mismo autor: Primer Suplemento de esta misma obra.



Esta nota ha sido leída aproximadamente 1689 veces.



Manuel C. Martínez


Visite el perfil de Manuel C. Martínez para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes: