Primero vendamos la producción y luego restémosle su costo. Hasta ahora se ha hecho todo lo contrario

De entrada: Por cada bolívar de compra realizada, el comprador debe recibir una mercancía que contenga tanto trabajo como el encerrado en las monedas del precio a pagar. No existe una ganancia carente de soporte físico en valores de uso[1]. Salvedad hecha de la usura financiera que obliga al prestatario a devolver 112 monedas a cambio de recibir 100 en la misma moneda, en el resto de las transacciones de compraventa el comprador recibe tanto valor como valor monetario entrega a cambio. La ganancia no puede ser un sobreprecio.

Si bien es necesario llevar una contabilidad de costo durante la marcha de la empresa, al día y para cada ejercicio anual, el costo de producción no tiene por qué preceder a la venta de la producción en cuestión.

Cuando las mercancías ya han penetrado el mercado, en este hay un claro conocimiento de sus características, de sus precios de venta, etc.

En teoría, al empresario capitalista le ha resultado muy cómodo, conveniente y necesario tomar los costos de su producción y a estos añadirles una posible ganancia tomada del mercado. Así se ha manejado la producción burguesa. Con ese método, de primero costear y luego se vender, se niega cualquier sospecha de explotación de los trabajadores en la fábrica; el salario pagaría el trabajo del asalariado y la ganancia dependería de la mayor o menor habilidad comercial del departamento de venta.

Por el contrario, cuando se venda primero y luego del valor de esta venta se reste el costo implicado, saltará visiblemente una diferencia que será el resultado de haber entregado en venta valores de uso cuyo valor de cambio supere a esos costos. Terminaría así el artilugio capitalista de pretender sobreponer la ganancia al costo, y hacerla ajena al trabajo del asalariado.

Si el panadero fuera dueño de los medios de producción y trabajara personalmente, el precio de venta de sus panes sería = el costo de su fabricación. Por eso, los artesanos que persistan sus servicios personalmente y sin intermediarios patronales suelen obtener mejores rentas que en funciones de asalariados. En su contabilidad personal, el artesano añade un valor, estimado por sus horas de trabajo, al costo del consumo de medios de producción. Luego de vender, resta este costo y la diferencia será su renta o pago por su trabajo. Estas horas trabajadas por el artesano se asimilan perfectamente a la suma de los salarios y la plusvalía cuando él opere como asalariado.

[1] Los valores de uso son el soporte del valor de cambio, del trabajo que costó producir ese valor de uso.


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Manuel C. Martínez


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