Lucha de clase

La lucha de clase en un contexto de capitalismo imperial reviste características especiales. Ya no se trata de la simple lucha por la redistribución del plus valor entre la burguesía nacional y los trabajadores: no se trata tan solo de luchas reivindicativas, sociales o políticas por mayores cuotas en el marco de un modelo de democracia burguesa. En el contexto imperial la lucha se produce entre la clase trabajadora y campesina de cada país y el capital imperial hegemónico transnacional, secundado por las burguesías importadoras y financieras nacionales. En esa lucha no solo se debate la redistribución del plus valor sino el el control sobre la soberanía de los territorios, riquezas y pueblos.

En el desarrollo de este tipo de lucha el imperialismo propicia la fractura de la clase trabajadora atizando las contradicciones de la denominada pequeña burguesía. En particular de los sectores de la clase trabajadora profesionalizada (auto denominados pequeña burguesía), que conscientemente niegan su condición de clase, para asumir la defensa y representación de los intereses de la clase burguesa.

Los elementos contrarrevolucionarios de esta pequeña burguesía son históricos, vinculan sus intereses individuales de confort económico y poder político con su carácter de representante de los intereses de la burguesía: son mercenarios, desde un punto de vista social, a la espera de alquilar por unas monedas su consciencia y su acción. De allí su utilización permanente por parte del imperialismo norteamericano-europeo para avanzar en los procesos de anexión de nuevos países (de fusión inter-burguesa) que desarrolla este imperio occidental en regiones como Europa (donde destacan países como España, Italia, Grecia, Portugal, Polonia, Alemania, Francia, Inglaterra y el resto de los 27 países de la eurozona) o Asia occidental con Ucrania, Bosnia, Serbia, Montenegro, Letonia, Estonia, Lituania o Georgia, entre otros países. En el mediterráneo, África del norte y África central su utilización no ha sido menos intensa; pero en estos casos se ha condimentado con elementos de carácter religioso y grandes atisbos feudales.

Por su parte, en centro y sur América la pequeña burguesía se ha convertido en una suerte de motor para la estrategia imperial, que apoyada en mecanismos como los medios de comunicación y las redes sociales, con sus guerras psicológicas, la delincuencia y la droga descomponen y dividen a las fuerzas integradoras de los países nacionales. El imperialismo conoce lo débil que es este sector de la clase trabajadora en término de consciencia; así como, su alta sensibilidad a sus estados de confort. Conoce muy bien de su mansedumbre con el estatus actual que representa el capital; así como su permanente inconformidad e inconstancia con el trabajo agotador de construcción del socialista. Es por ello que el imperialismo siempre oculta sus verdaderos intereses en las acciones y propuestas de una pequeña burguesía reaccionaria. Más aún, cuando se pretende lograr un expansionismo imperial.

A través de estos sectores pequeños burgueses el imperialismo coloca la lucha en las propias filas de la clase trabajadora; así como, en la relación entre los Estado (progresista) y la pequeña burguesía. Con este recurso se sustituye la discusión entre la soberanía y traición a la patria por una lucha de ineficiencia y corrupción entre el Estado y sectores difusos de la sociedad. En ese contexto se trata de inviabilizar la confrontación entre burgueses y trabajadores, y aún más, entre el imperio anexionista y clase trabajadora nacional.

Ingenuamente la pequeña burguesía al negar su condición de clase trabajadora rechaza su fortaleza y su papel en la construcción de una sociedad justa para todos. Esto en virtud de que le parece odioso que todos los trabajadores tengan los privilegios que ellos han obtenido. Y por otra parte, consideran que si los otros trabajadores no los obtienen entonces habrá más beneficios para ellos. Así la burguesía les ha engañado en los últimos 250 años de capitalismo, explotando las inconsistencias ideológicas de lo que conciben como su individualidad; fortaleciendo con ello, el principio de sálvese quien pueda o todos contra todos, que no es otra cosa que divide y vencerás.

Esta posición los hace presa fácil de las campañas de guerra psicológicas que pretenden debilitar la moral de la clase trabajadora y los vuelve contra su propia clase. De las universidades, del Funcionariado público y de los empleados del sector privado salen la carne de cañón y los argumentos que protegen los interés de la burguesía y al imperialismo.

Ahora bien, ¿Cómo derrotar al sector reaccionario de la clase trabajadora que justifica y promueve las acciones políticas, económicas y militares del imperio contra nuestro país, pretendiendo anular con ello al resto de su clase? La vía no parecer ser otra que la acción y la movilización de la clase trabajadora contra la reacción de la pequeña burguesía. Es la acción en el plano cultural, comunicacional, educativo, político, social, económico y militar la que permite la reflexión y la profundización de la consciencia de clase. En cada escenario la acción creativa de la clase trabajadora procura su salvación. Y de ellas la primera y principal es la guerra económica que pretende debilitar la consciencia por vía del estómago. La segunda es la acción política, cultural y de movilización en pequeñas y grandes manifestaciones tanto en el plano nacional como internacional. El látigo de la revolución no puede ser otro que la creación y consolidación de una economía socialista que sustituya a la economía imperial, evite su anexión y cubra todas las necesidades de la clase trabajadora. Viviremos y venceremos, que viva el socialismo. Carajo



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Néstor Aponte


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