Ley de costos, ganancias y precios justos

Las tasas de ganancia, en primer lugar, deben ser sacadas de las tasas medias obtenidas, a su vez, de las tasas individuales de todos los ramos productivos y comerciales. Por supuesto, las tasas de otros países ya estabilizados son una buena referencia, aunque transitoria, mientras el Estado nuestro le toma el pulso a nuestro aparataje tecnoeconómico, a nuestros parques industriales y cadenas de intermediarios, a nuestros hábitos o preferencias consuntivas tanto de bienes intermedios como de bienes de consumo final, básicos y suntuarios.

Las tasas de ganancia pueden tener un techo pero no puede estimarse una tasa media antes de que se vaya al mercado que es por excelencia y por definición el marcador social de precios y de ganancias promediales, donde concurren tasas individuales lanzadas en primera instancia. Las t. de g. son efectos y no causas. Sin embargo, según la flamante ley, aunque todo empresario pueda y desee obtener una tasa por encima del techo que la ley fija, no podrá hacerlo por escasos que sean los bienes demandados, ni por maquillados, clasificados o enmascarados que sean los costos del caso.

Por ejemplo, pasa de moda el arroz saborizado, el pan canilla, el papel tualé perfumado, etc., cuando estos sustitutos reemplacen injustificadamente a los de demanda masiva y de menor precio. Estamos en una sociedad caracterizada por una perversa desigualdad en materia de ingresos monetarios[1], razón por la cual el empresariado del país, productor o importador debe balancear su oferta de tal manera que satisfaga holgada y oportunamente a demandantes de ingresos bajos, medios y altos. impresario incapaz de cumplir con esta ley, sencillamente se dedicará a otros asuntos. No podrá producir ni importar ni comerciar o vender como si toda la demanda fuera de ricos o de asalariados con alto poder de demanda.

Ya el recurso del acaparamiento pasó de moda, por lo menos teóricamente. Por su parte, la tasa media debe bajar a punta de rebajas en las tasas individuales, un asunto simplemente aritmético, para cuya solución no se necesita técnicos economicistas ni piratas[2] metidos a analistas económicos. Nada de tecnocracia: hasta los más humildes saben que pasada esta crisis bélicas de desespero de la arrogante clase burguesa y de sus adulones, el control pasará de nuevo al consumidor porque sencillamente, en condiciones normales o de equilibrio y estabilidad económicos, la demanda terminará privando sobre la oferta[3].

Esa consideración ha sido la base teoricapráctica del mercado cuando se piensa y afirma que la competencia balancea la oferta con la demanda, aunque de forma dinámica o histórica. No puede exigirse una tasa de ganancia permanente, si cambia la estructura de costos en razón de avances técnicos o e un grado medio superior de organización productiva.

Por otra parte, es oportuno dilucidar quién tiene mejor y un más recomendable criterio para decidir políticamente sobre aspectos de Economía. Da pena ajena oír a especialistas de otras profesiones, no sólo emitiendo criterios, juicios y diagnósticos, y hasta prescribiendo fórmulas mágicas sobre soluciones a problemas económicos.

El hecho de que los asuntos económicos sean material de estudio al alcance y manejo hasta de bodegueros de menor giro sólo debe servirnos de indicador del alto grado de cientificidad que tiene esta ciencia de la Economía. Sólo hacemos ciencia cuando nuestros hallazgos e ideas se pueden convertir en prejuicios populares. Sólo alcanza un valor científico una idea, un hallazgo científico, cuando logra llegar hasta los más humildes y modestos practicantes. Allí tenemos, por ejemplo, la Ley de gravedad, la existencia de microorganismos patógenos, cosas así.

Así, es falso que la Economía seas una ciencia de y para la clase burguesa. Debe distinguirse entre Economía Vulgar, la que es practicada por el grueso de los Economistas graduados en las universidades de la burguesía, armadas de soportes y literatura burgueses, principalmente la referida a una negación de la Economía científica o popularmente conocida como Economía marxistaleninista. En aquel caso, en lugar de ciencia, la Economía vulgar pasa a ser una técnica económica al servicio incondicional de la empresa privada.

En paralelo, hay la verdadera ciencia de la Economía, la que no sólo ventila los asuntos tecnoeconómicos o ingenieriles, sino que se ocupa del envoltorio social del paquete fabril donde se mueven los patronos y los asalariados.

A tal efecto, las relaciones obreropatronales (entre la  burguesa o ricos y el proletaririado o pobres) revisten interés y son objeto de estudio de la Economía científica, más allá de la defensa del salario, objeto de estudio de los sindicalistas burgueses. De partida, defender el salario, es defender el sistema capitalista. Pero, otra cosa es no permitir que la gente se muera de hambre; nos referimos a los excluidos del prechavismo, a los cuales no sólo debe dotársele de alimentos y afines, sino defendérsele o garantizárseles de oficio salarios dignos que no sean el resultado chucuto del sindicalista venal.


[1] Véase mi obra: PRAXIS de EL CAPITAL.

[2] Toeros o todólogos, también conocidos como tiraflechazos.

[3] Sólo compiten los oferentes de mercancías. Falsamente, la literatura burgoeconómica imagina y vende la posibilidad de que los demandantes también compitan entre sí. Esta es una falacia del tecnicismo económico- de la Economía vulgar- Los usuarios finales sólo compran bienes, no mercancías y mal podrían ponerse a ofrecerle al vendedor precios elevados que van contra su propia pelleja.

 



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Manuel C. Martínez


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