¡Carajo, malo o bueno, amo a mi país!

Nací en un pedazo de tierra el estado Guárico. Y desde niño, desde muy pequeño, aprendí a querer, en primer lugar, al sitio donde nací, después a mi estado, y más tarde, cuando entre en contacto con el conocimiento, con la historia y con la gesta de nuestros héroes, empecé a querer a todo el territorio venezolano. Me interesó la gesta de Simón Bolívar, su entrega a su idea expresa en le Monte Sacro. A través del los tiempos, observé como gobernaban, en la IV República, a mi país.

Me dolía ver como le entregaban nuestras riquezas, sobre todo el petróleo y el hiero, a los gringos, y empecé a tomar conciencia. Busqué libros que me ayudaran a comprender como era eso que siendo Venezuela un país “libre y soberano” unos señores extranjeros se llevaban nuestras riquezas en complicidad con quienes deberían defenderlas. Esas cosas, ese dolor que sentía al ver todo aquello, transformaron mi mente. Nadie me impuso nada. Sólo tuve que leer. Y fue así como siendo Suboficial de la Armada (hoy Oficiales Técnicos), me enrolé en el grupo que generó la rebelión en la Base Naval de Puerto Cabello. “El Porteñazo”, una vez que nos hicieron rendir, después de tres días de combate, y nos enviaron primero al Cuartel Carabobo, luego al Cuartel San Carlos y al año nos trasladaron a la Isla del Burro. Más tarde, ya en libertad, hice mi entrada en la Escuela de Comunicación de la UCV, y en ella continué forjando mi corazón.

Esa estadía por más de cinco años de cárcel me permitió leer y leer, alimentar y forjar mi corazón para la lucha por siempre. En está línea me he mantenido firme e inquebrantable. A los 76 años de edad que tengo, nada ni nadie me hará torcer mi rumbo. Mis últimos días de vida se los entregaré a este proceso que lideró con acierto Hugo Chávez Frías. Y allí, entre una cárcel u otra, aprendí a querer más a mi país. Por eso me da dolor ver como los tránsfugas, los brinca talanqueras, los sapos y apátridas están hoy día sentados al lado de adecos, copeyanos y los niños de la derecha amarilla.

Hoy día, cuando estamos en tiempos de revolución, comprendo, en la práctica, porque aquellos gobernantes entregaban la riqueza de mi país, de tu país, de nuestro país, al oprobioso imperio norteamericano. Pero aquella gente dejó herederos. Y ahora éstos, los Capriles y su combo, siguen esa misma onda. Se arrodillan ante el imperio, y no les da pena pedirle que les ayuden a recuperar la “libertar y la soberanía” perdidas en las manos de los chavistas.

En otras, palabras, estos líderes de nuevo cuño demuestran su lealtad a sus viejos mentores, ya desaparecidos, casi todos. Viajan de un lado a otro y mal ponen al país. Denigran del gentilicio y se atreven a llorisquean ante a quienes nos han robado nuestras riquezas por más de doscientos años. Quienes agreden a los pueblos, asesinan hombres, mujeres, niños y niñas, como si de cazar ratones se tratara.

Cuando observo esta conducta apátrida, no haga más que decir a los cuatro vientos: ¡MALO O BUENO, AMO A MI PAÍS, HATA LOS TUÉTANOS!


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Teófilo Santaella

Periodista, egresado de la UCV. Militar en situación de retiro. Ex prisionero de la Isla del Burro, en la década de los 60.

 teofilo_santaella@yahoo.com

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