Chávez: de Veguero a Maestro de la Inquietud

“Me fui consiguiendo el fuego por los caminos y de repente me hice un incendio, ¡pum!,

y aquí voy. Cogí conciencia de qué llevo en la sangre”.

Hugo Chávez Frías, 2012

 

“Uno fue oliendo lo que venía, sentía que el cuerpo se le espelucaba,

era como un terror ante lo que se anunciaba, ante lo que uno presentía.

Yo comencé a presentir temprano, desde muchacho, signos precursores.

Era como un viento que llegaba anunciando cosas que venían y el presentimiento daba espanto.

Antes de graduarme ya andaba por un camino que me espantaba”.

Hugo Chávez Frías, 2012

 

“Este es un pueblo que batalla sin tener armas, que triunfa con los reveses,

que en los desastres se organiza, que el terror lo exalta, que la clemencia fingida o real lo indigna,

con quien no hay medio ni esperanza que tuerza o adultere su propósito,

porque no cree, porque no quiere, porque no se presta a nada que no sea el triunfo de la revolución

tal como él la quiere: absoluta y radical”.

Juan Crisóstomo Falcón, 1861

 

Los llanos venezolanos fueron desde muy temprano, en el siglo XVI, refugio de gente insumisa. Aquellos vastos territorios, donde, en ocasión de la estación seca, la vista se pierde en una infinita alfombra de paja, a veces interrumpida por islotes de matas de mediano tamaño; o, en ocasión de la estación lluviosa, cuando todo se inunda y entonces se asemeja aquello a un gran lago de aguas oscuras, “sirvieron de refugio a esclavos fugitivos, a negros libres perseguidos, a pardos acusados justa o injustamente de transgresiones a las leyes, y a indígenas rebeldes1. Aquí encontraron seguro resguardo los indígenas que huían tanto de los atropellos del ambicioso español como de las arengas de los ensotanados misioneros, gente extraña recién llegada a este lado del mundo con el propósito de conquistar, con ayuda de la espada y de la cruz, nuevas tierras para los reyes españoles, para cuyo cometido hubieron de someter a sus pobladores a toda clase de tropelías e imponerles un sistema de trabajo cuyos beneficios iban a parar a manos de los lejanos monarcas. Por supuesto que los indígenas se defendieron y rebelaron. Pelearon con sus arcos, flechas, cerbatanas, y también escaparon de los pueblos, villas y ciudades de los encomenderos, españoles peninsulares o españoles criollos.

 

Luego, a partir del siglo XVII, serán los esclavos negros, fugados de las haciendas o hatos del presuntuoso terrateniente mantuano, los que encontrarán refugio en estos dilatados territorios. Y, junto a la gente, llegaron también reses, caballos y mulas, atraídos por el agua y los pastizales, abundantes en los llanos, en cantidad suficiente como para alimentar manadas de miles de cabezas. Se juntaron entonces las mejores condiciones para que indios arrochelados y negros encimarronados, en rebeldía contra los maltratos conferidos por los dueños latifundistas, consiguieran vivir en completa libertad, lejos de los pueblos blancos, y a seguro resguardo de las patrullas policiales enviadas por los gobernadores y propietarios con la misión de capturarlos. Tienen los llanos, según nos lo describe Rodríguez (2007), una “geografía de cielos abiertos, horizontes inalcanzables, caminos rumbeando a todas partes, historia de rebeldías, y riqueza infaltable para quien deseara subsistir sin resquemores y un medio de transporte, natural, accesible al habitante del lugar y, a un tiempo, instrumento de trabajo y compañero inmejorable bajo aquella soledad: el caballo”2. Y con los años se fue templando el acero de esta nueva raza bravía surgida en suelo venezolano, mezcla de indio con negro, un tipo de zambo autónomo, muy original, extraordinario por su fuerza física, por su valor, por su audacia, por su intrepidez, por su estirpe insumisa.

 

De allí vienen los bravíos lanceros venezolanos, esos son sus orígenes históricos; vienen de los llanos, una tierra de hombres y mujeres libres, gente de espíritu rebelde, que conquistó su condición libre a fuerza de luchar por ella, acostumbrados a vivir en medio de unas condiciones naturales por demás exigentes, siempre amenazados por los latifundistas criollos, deseosos de someterlos a sus predios para utilizarlos como mano de obra en sus haciendas y hatos. Las adversas condiciones de la geografía llanera le sirvieron más bien para hacer de ellos hombres fuertes, ágiles, valientes, habituados a vivir con lo mínimo indispensable, unos temibles insumisos, que por obligación de las circunstancias se hicieron además, estupendos jinetes y diestros cazadores; aprendieron igualmente a soportar los intensos calores y la carestía del agua en la temporada de sequía; aprendieron también a sobrevivir en medio del gran pantanal en que se convertía el llano, luego de los torrenciales aguaceros de la temporada de invierno. Nadadores ágiles fueron entonces, capaces de cruzar a brazadas y sin contratiempo los caudalosos ríos que se forman en estos tiempos por doquier en estos parajes. Y así, se templó de acero la personalidad del llanero. Un cuerpo troquelado a fuerza de exigencias salió de allí sin una pizca de temor. Valentía era lo que exudaba el hombre llanero, nada lo arredraba, pues conocía las debilidades de todo bicho salvaje de esos lugares; a las propias autoridades españolas y criollas puso en jaque con sus incursiones sigilosas en pueblos y ciudades, donde acudía en procura de alimento y a secuestrar mujeres.

 

Esos fueron los valientes hombres que al iniciarse el conflicto independentista no dudaron en incorporarse a las tropas realistas de Boves, de Rosete, de Antoñanzas, de Zuazola, de Cerveris, de Yáñez, de Calzada, pues, de tanto sufrir atropellos, vejaciones y maltratos de parte de los miembros de la clase mantuana, el primer deseo de los llaneros era hacer la guerra contra este grupo social, incendiar sus haciendas, saquear sus palacios, matarlos a todos. Y esto fue lo que hicieron entre 1810 y 1816. Espantosa fue la carnicería de mantuanos durante 1814, desatada por las tropas de Boves y Morales, en las poblaciones de calabozo, Valencia, Barcelona, Cumaná y Maturín, tanto como para inducir, a Juan Uslar Pietri, afirmar que “en Venezuela se derramó más sangre en aquel año que en toda la Revolución Francesa3. Hasta que, producto de varias circunstancias, como fueron: la Muerte de Boves, la invasión del territorio venezolano por parte del ejército español conducido por Pablo Morillo, así como también la promulgación del decreto de libertad de los esclavos por Simón Bolívar, cambian las condiciones en que se desarrollaba la guerra, pero sobre todo se modifica la composición social de los ejércitos en pugna, todo porque los llaneros emigran hacia el bando donde ha adquirido fama de conductor de tropas uno de los suyos, el Taita, José Antonio Páez. A partir de este momento pasan a ser la caballería llanera el componente militar más importante de los ejércitos comandados por Simón Bolívar. Y los veremos de ahora en adelante, al lado del Libertador, jugando papel destacado en las batallas por la emancipación de Venezuela. “Eran indomables, invencibles. No solo los llaneros de Venezuela, también los llaneros de la Nueva Granada, los centauros del Casanare, del Meta, del Arauca. Somos los mismos4. Al final, en Carabobo, se obtuvo la victoria definitiva. En este momento, el ejército libertador, no era otra cosa que el pueblo armado, y así, con ese carácter, era una fuerza invencible. De manera que, instaurada la República, en 1830, ésta se erigía sobre unas bases demasiado solidas, pues sus dos principales pilares eran, el Primer Magistrado, José Antonio Páez, la primera lanza de Venezuela, un hombre salido del mundo de la gente pobre; y el ejército de esa República, que estaba constituido, en parte, por la poderosa caballería de indios, zambos y mulatos. Era éste, el mismo ejército libertador, que había conducido Bolívar a lo largo de casi una década a todo lo largo y ancho del territorio venezolano, el que lo acompañó en sus campañas militares hasta el “eje de la esfera”, hasta el Potosí, en las cumbres andinas suramericanas.

 

Dadas las anteriores condiciones, debía esperarse entonces que el gobierno de la república recién instalada manejara los asuntos venezolanos de manera tal que los más beneficiados con su ejecutoria fueran los que antes, en tiempos coloniales, sufrieran los horrores de la esclavitud y las humillaciones de la discriminación, mismos que fueron, por su condición insumisa, los principales protagonistas de las victorias obtenidas por las armas republicanas, en las distintas batallas por la independencia. Pero esto no fue lo que ocurrió con los gobiernos de los próceres: Páez, Soublette, José Tadeo y José Gregorio Monagas. La tan temida tiranía interna, muchas veces anunciada por Bolívar, fue el estilo impuesto por los conductores de la República en esos años del diecinueve. En verdad, fue un colonialismo interno lo que montaron los nuevos amos del país, los mismos que ahora se repartieron las tierras de los amos mantuanos. De ahí entonces que los levantamientos populares no se hicieran esperar. Las guerras campesinas de la Venezuela de los tiempos caudillescos fueron consecuencia de esa torcedura de la historia, provocada por gente tan nefasta, que incluso se atrevieron a aprobar mientras gobernaron el país una oprobiosa “Ley de Azotes”, ley propuesta por los nuevos latifundistas para reprimir, mediante azotes, a los campesinos insurrectos, insatisfechos y frustrados por las injusticias que en su contra cometían los tiranos de ahora. De esos insatisfechos sobresalieron por su valiente actuación, Ezequiel Zamora, General de Hombres Libres, nativo de Cúa, tierra de negros, otrora esclavos, y también Pedro Pérez Delgado, Maisanta, nativo de Ospino, pueblo situado en el mero centro de los llanos venezolanos, la tierra de los hombres a caballo.

 

De esa estirpe de insurrectos viene el Veguero, el Comandante Hugo Chávez, biznieto de “la Negra Inés, mi bisabuela, hija de un africano que pasó por aquellos llanos (…) era de los Mandingas. Así que yo termino siendo un Mandinga. La negra era la madre de mi abuela Rosa Inés Chávez, que nació entre india y negra5. Nieto también de Maisanta, el último hombre a caballo. Hijo del señor Hugo y doña Flor, maestros de escuela en Sabaneta de Barinas, un pueblito llanero de apenas “cuatro calles de tierra, que en invierno se transformaban en lodazales apocalípticos6, habitado por campesinos, situado entre los ríos Masparro y Boconó; fue criado por su abuela doña Rosa, la “mamavieja”, en “una casita de palmas inolvidables, de piso de tierra, de paredes de barro, con un patio grande lleno de árboles frutales (…) y de muchos pájaros que andaban volando por todas partes, unas palomas blancas”7. Al lado de ella “conocí la humildad, la pobreza, el dolor, el no tener a veces para la comida; supe de las injusticias de este mundo. Aprendí con ella a trabajar y a cosechar (…) aprendí con ella los principios y los valores del venezolano humilde, de los que nunca tuvieron nada y que constituyen el alma de mi país8.

 

En medio de ese llano barinés dio sus primeros pasos hasta alcanzar los 18 años el Arañero de Sabaneta. En ese entorno geográfico y sociohistórico adquirió su primera formación, conducido por su primera maestra, su abuela doña Rosa Inés, quien además de enseñarle a leer y escribir le contaba cuentos llenos de hazañas de hombres valientes que pelearon en las batallas de la Guerra de Independencia, en la Guerra Federal, o se enfrentaron a la terrible dictadura de Juan Vicente Gómez. “Ella hablaba de un cabo Zamora y de un Chávez, abuelo de ella, que se fue con el cabo Zamora y no regresó más nunca. También oía los comentarios de mis abuelas las Frías, de que hubo un maluco, un tal Pedro Pérez Delgado9”. Por allí le viene entonces su vena rebelde, su carácter insumiso, su voluntad revolucionaria. “Siempre tuve, desde niño, simpatías por los rebeldes. Esa zona de Sabaneta fue una zona insurgente. De mi pueblo varios se fueron a la guerrilla, y mi padre estuvo vinculado al Movimiento Electoral del Pueblo, de tendencia socialista10. En su caso son quinientos años de historia insurrecta los que cabalgan sobre sus hombros. Él pertenece a la clase de los hombres arrochelados y encimarronados contra el sistema de los amos mantuanos; al de las tropas de Boves y Páez, que guerrearon contra los latifundistas, esclavistas y contra el ejército español de Pablo Morillo; a la pléyade de venezolanos que batallaron durante once años contra los realistas españoles hasta derrotarlos, alcanzar la independencia y construir la República. De allí le viene su clase de guerrero, condición demostrada, el 4 de febrero de 1992, cuando comandó las tropas del ejército venezolano insurreccionadas contra el gobierno corrupto de Carlos Andrés Pérez, oportunidad en la que, una vez vencido el intento, el país se conmovió ante aquel torrente de voz uniformado en verde oliva y boina roja que pronunciara el “por ahora” y asumía “ante el país la responsabilidad de este movimiento militar bolivariano”. Por ser de esa estirpe insumisa profesa este hombre una profunda admiración por nuestro Libertador, Simón Bolívar, el Libertador, el antimperialista e integracionista, ese que “todavía está en el cielo de América vigilando, con las botas de campaña puestas, porque anda en cada soldado” (Martí), por eso su incansable andar en procura de la justicia para los ninguneados por la República del Pacto de Punto Fijo, de allí su empecinamiento por la emancipación definitiva de la patria, “patria, patria, patria querida,”, esa que gracias a su liderazgo, perseverancia y trabajo incansable ha echado a andar por fin, en la senda de la justicia plena, de la soberanía nacional y la democracia popular. El corto trecho andado en nuestro país y lo ganado en este caminar de estos últimos años, gracias a la conducción del Veguero, es para no perderlo nunca más. Es demasiado valioso lo que hemos conseguido bajo la guía y dirección del Comandante.

 

Se ha ganado algo muy importante, además de otros importantes logros, el despertar de la conciencia del pueblo venezolano, un pueblo invisibilizado por los gobernantes de antaño, al que también le anularon su brío, le destruyeron sus sueños, le aquietaron su espíritu, y, sobre todo, lo hicieron sentir sin derecho a nada. Tal es la mayor perversión conseguida por quienes condujeron los destinos de nuestro país antes que apareciera el nieto de Maisanta. Pero ha terminado esa tragedia pues, “Un profundo candelorio ha invadido el alma del pueblo venezolano. Esa incandescencia, ese candelorio azul interno ha despertado y difícilmente podrá detenerse, así como no puede detenerse la incandescencia del sol en el sistema planetario11; el pueblo humilde se ha insubordinado hoy y es el sujeto principal de la Revolución Bolivariana iniciada en 1999: “Aquí hay un pueblo despierto, que estaba adormecido, y tú lo ves en la calles reclamando su destino12.

 

Riqueza espiritual del pueblo venezolano, además de material, es el gran logro del Veguero en su gestión como presidente de Venezuela. Esa riqueza espiritual se hace notar en la actitud revolucionaria asumida en este momento por los dominados de antaño, esos mismos que están haciendo la Revolución Popular Bolivariana. Tal avance se ha obtenido gracias al nieto de Maisanta, él fue el promotor de ese cambio sustantivo en el comportamiento del venezolano sencillo, él fue quien insufló en este sector social del país tal coraje revolucionario. En este sentido, se desempeño el Comandante como un verdadero maestro, como un maestro forjador de voluntades insumisas, como un maestro tipo Simón Rodríguez, el mismo que sembró la semilla de la inquietud libertadora suramericana en el díscolo joven mantuano, Simón Bolívar, y lo avivó a conducirla hasta hacerse Libertador. En verdad, fue así como se desempeño el presidente Hugo Chávez, como un maestro, como un conductor de pueblo, como un guía de multitudes; que como maestro transformador se propuso avivar la voluntad revolucionaria entre los hombres y mujeres humildes de nuestro país. A estos les insufló vitalidad, fuerza, coraje, ánimo, ganas revolucionarias. Se parece en este aspecto la obra del Comandante a la pedagogía de la libertad postulada por el maestro brasileño Paulo Freire, el de la Pedagogía de la Esperanza. Y también se parece la obra de Chávez en su proyección educativa a la Pedagogía Crítica Radical de Peter McLaren, “el poeta laureado de la izquierda educacional”, autor, entre otros del libro La pedagogía de la Revolución (2001), un estudio del legado educativo del Che Guevara y de Paulo Freire. De manera entonces que no cometemos una exageración si hablamos del gran pedagogo Hugo Chávez y de su Pedagogía Revolucionaria Bolivariana.

 

No es una concesión graciosa e irresponsable de nuestra parte reconocer en el Comandante Chávez una labor pedagógica revolucionaria, pues en verdad, desde nuestra perspectiva, la pedagogía no es una actividad ceñida únicamente a las cuatro paredes de la escuela, sino que la labor pedagógica se realiza en cualquier ámbito donde exista un conglomerado humano. En este caso, el conglomerado humano sujeto de la acción pedagógica del Comandante fue ese constituido por los hombres y mujeres venezolanos de origen popular. Este fue el sector social del país objeto de preocupación del presidente Chávez, y fue objeto de sus preocupaciones porque ha sido éste el que más ha sufrido en la historia del país, el que más ha padecido los atropellos de las clases pudientes; aquí están los explotados del campo y de la fábrica, los despreciados por el color oscuro de su piel; los torturados, reprimidos y asesinados por los cuerpos policiales gubernamentales; los perseguidos por sus ideas críticas y progresistas; aquí están las mujeres, amas de casa, trabajadoras de por vida; en fin, en este lado están los “condenados de nuestra tierra”. Tal realidad se propuso cambiarla el Veguero de Sabaneta, y por eso su accionar pedagógico al lado de los más necesitados, a los que se interesó entonces por ofrecerles educación, formación, conciencia.

 

El Comandante se propuso educar, formar, concientizar, puesto que como buen bolivariano seguía en esta materia el pensamiento del Libertador, y reconocía por tanto la fuerza de verdad de aquella enseñanza de Simón Bolívar según la cual a nuestros pueblos, las oligarquías nacionales y extranjeras, los habían dominado más por la ignorancia inculcada en ellos que haciendo uso de sus órganos represivos policiales. Y en eso tenía razón el Gran Caraqueño, pues la consecuencia inmediata de la ignorancia es la ceguera mental, la ausencia de criterio riguroso, la falta de juicio propio, la incomprensión de la realidad. La víctima de esta enfermedad carece de autonomía de pensamiento y por tanto es fácil instrumento de los sectores sociales con poder económico y político: “una persona ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción”. Ante tal problema, como consecuencia del mismo, reconocía el Comandante Chávez, que lo pertinente era ofrecer oportunidades educativas a las personas. Contra la ignorancia, educación, pensaba el veguero barinés. Aquí coincidía, no por casualidad con otro gran libertador latinoamericano, como fue José Martí, pues el prócer de la independencia cubana reconocía que para ser verdaderamente libre había que cultivar el saber: “Ser cultos para ser libres”. A sabiendas de esto fue que una de las primeras acciones acometidas por el gobierno de Chávez, una vez superados el Golpe de Estado de abril de 2002, la huelga empresarial y el paro petrolero de ese mismo año, fue enfrentar, mediante la Misión Robinson, el problema del analfabetismo, un problema que por esa fecha afectaba a casi dos millones de venezolanos. Por parecidas razones creó la Misión Sucre, la Universidad Bolivariana de Venezuela y otras treinta instituciones de educación superior, en este caso para ofrecer oportunidades de estudios a otros dos millones de personas, aspirantes desde hacía mucho tiempo atrás a ingresar al sistema de Educación Universitaria. Y también creó la Misión Rivas, con el encargo de brindar la oportunidad de culminar estudios de bachillerato a miles de venezolanos.

 

Total, fue la educación una prioridad en el ejercicio gubernamental de Hugo Chávez, un aspecto de su programa político nacional en el que se mostró seguidor consecuente de Simón Rodríguez, pues según nos decía “el mejor hombre del mundo”, tal como caracterizaba Bolívar a su maestro, “nada importa tanto como tener pueblo, (y) formarlo debe ser la única ocupación de los que se apersonan por la causa social”13. Y le cumplió muy bien el comandante al maestro del Libertador, pues los logros educativos de su gobierno fueron numerosos y extraordinarios. En su caso la educación se puso al servicio de los sectores populares, la educación se volcó a la calle, salió del recinto cerrado de las aulas; se municipalizó para acercarla a los hombres y mujeres habitantes de los numerosos caseríos, pueblos y ciudades del país. Más aun, en propias palabras de Chávez, “toda Venezuela se convirtió en una escuela y esto es parte esencial del proyecto bolivariano. Y va a seguirlo siendo (pues), como decía Bolívar, las naciones marcharán hacia su grandeza al mismo paso con que camina su educación14. Pero es que además, en su gobierno se intentó dar un vuelco al sentido de la labor educativa, se intentó romper con la idea profesionalizante de la educación, con esa idea crematística según la cual uno se acerca a la institución escolar con el pecuniario propósito de adquirir un título, un certificado, un pergamino, para luego dedicarse con él a trabajar, a adquirir dinero. Para el Veguero de Sabaneta, la educación es un proceso con un alto contenido de nobleza, mediante la educación lo que nos proponemos en verdad es formar personas dueñas de su propia voluntad, personas rebeldes, gente inquieta; en tal sentido, en ese proceso de la formación el educador, su principal conductor, lo que tiene que hacer es clavar el aguijón de la inquietud en el espíritu de los educandos. Les debe inquietar creando dudas en su pensamiento, les inquieta forjando en ellos un espíritu crítico, un espíritu insatisfecho; les inquieta porque les ayuda a descubrir las injusticias del mundo y les induce a comprometerse con las tareas del cambio social. En tal sentido fue reiterativo el Comandante al convocar a los venezolanos a ser siempre críticos, a no dejarse conducir a ciegas por sus dirigentes. Los convocó a ser como los briosos llaneros venezolanos que ganaron, bajo la conducción de Bolívar y Páez, la independencia de Venezuela. Los convocó, decimos nosotros, a ser como él mismo fue, pues nadie mejor que su persona para presentarse como ejemplo de sujeto insumiso, de sujeto rebelde, de sujeto inquieto. Los convocó entonces a ser como “el subversivo de Miraflores”, como el fundador, dentro del ejército venezolano, del Movimiento Bolivariano 200, como el soldado del Batallón de Blindados del Ejército Libertador Venezolano, encargado, junto con sus compañeros de armas, de guardar “la patria que el cielo nos dio”.

 

Así fue Chávez, el hombre que se atrevió a asumir la extraordinaria empresa de cambiar radicalmente la realidad venezolana y que empujó ese cambio en la dirección del Socialismo Bolivariano, un proyecto en curso hoy bajo la dirección de un discípulo suyo, un antiguo trabajador del Metro de Caracas, un conductor de buses, ahora trocado en conductor de pueblo, el actual presidente de la República Bolivariana de Venezuela, de quien el pueblo dignificado de ahora espera sepa cumplir la confianza depositada en él por el Veguero de Sabaneta, el día 8 de diciembre de 2012, cuando pronunció sus dolorosas palabras de despedida.

 

 

Bibliografía.

 

Acosta, Saignes Miguel (2009). Bolívar, acción y utopía del hombre de las dificultades. Editorial El perro y la rana, Caracas.

 

Elizalde, Rosa Mirian y Luis Báez. (sf). Chávez Nuestro. Casa Editora Abril, La Habana.

 

Oramas León, Orlando y Jorge Legañoa Alonso. (2012). Cuentos del arañero. Editores Vadell hermanos, Caracas.

 

 

Rangel, José Vicente. (2013). De Yare a Miraflores, el mismo subversivo. Ediciones Correo del Orinoco, Caracas.

 

Rodríguez, Adolfo. (2007). Los llanos, enigma y explicación de Venezuela. Fundación Editorial El perro y la rana, Caracas.

 

Rodríguez, Simón. (1990). Sociedades Americanas. Fundación Biblioteca Ayacucho, Caracas.

 

Uslar Pietri, Juan. (1972). Historia de la rebelión popular de 1814. Editorial Edime, Caracas.

 

1 Acosta Saignes, 1983; 58 .

 

2 Rodríguez, Adolfo, 2007; 15.

 

3 Juan Uslar Pietri, 1972; 101

4 Cuentos del Arañero. Hugo Chávez Frías. 2012: 100

5Cuentos del Arañero, Hugo Chávez Frías, 2012; 9

6 Hugo Chávez Frías, en: Correo del Alba, nro. 26, julio 2013; 12

7 Hugo Chávez Frías, 2012; VIII y 4

8 Hugo Chávez Frías. Sf; 370

9 Hugo Chávez Frías, 2012; 5-6

10 Hugo Chávez Frías. Chávez Nuestro (sf); 336

11 José Vicente Rangel. (2012).Chávez: de Yare a Miraflores. Entrevista del 30-08-92

12 José Vicente Rangel. (2012). Entrevista del 16-10-94.

13 Simón Rodríguez. Sociedades Americanas, 1828.

14 José Vicente Rangel, 2012: Entrevista del 13-02-2011.

 



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Sigfrido Lanz Delgado


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