Laberinto revolucionario

La situación es muy complicada. Su alocución fue dramática… No es fácil hablar de este tema, pero tampoco podemos eludirlo. Quisiéramos callar pero no podemos hacerlo, no sería éticamente correcto. Y quizás hablar, es la mejor manera de expresarle solidaridad y aprecio al Presidente Chávez…

Chávez llamó a “la unidad” y pidió elegir, si las circunstancias lo llegasen a determinar, a Nicolás Maduro, como Presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Calificó su llamado como una “opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable, absoluta, total”. Los revolucionarios y revolucionarias deberemos acatar, si las circunstancias así lo indican, esta decisión. De eso no debería haber duda.

Sin embargo, ese es sólo el inicio de un difícil tránsito… Chávez lo sabe, y nosotros, los que somos políticos, también. Pudiéramos evitar la discusión al respecto, pero ¿qué ganaríamos con ello? Las realidades seguirían allí.

Nuestra revolución es parte de un proyecto continental. Pensemos en el significado de la CELAC, el ALBA, MERCOSUR, pero también en los nuevos conceptos de integración y en la hermandad entre muchos de los mandatarios regionales. En este sentido, la trayectoria de Nicolás como Canciller es determinante para preservar los avances en América Latina. Nadie mejor que él, más allá del propio Chávez, ha mantenido un contacto tan estrecho con los demás presidentes aliados, desde Raúl, hasta Rafael y Evo, o Cristina y Dilma. Este punto, en nuestra opinión, no tiene discusión.

Nuestra preocupación está en el plano interno. Los niveles de corrupción en la administración pública son espeluznantes. Pulula por doquier. El propio Presidente Chávez que ha buscado enfrentarla, no ha podido con ella. Aún recordamos la advertencia de Fidel cuando señalaba que el imperio yanqui no había podido, ni podría acabar con la revolución cubana, pero que había alguien que sí podría, “nosotros mismos”. Con ello, hacía referencia fundamentalmente a la corrupción, aunque también a las ambiciones, el egoísmo, el personalismo, etc. Más recientemente, Raúl Castro decía: “la corrupción es equivalente a la contrarrevolución” y puede “llevarnos a la autodestrucción”. ¿Es posible enfrentarla sin comprometer “la unidad”? La política no es emotiva, es dura como el acero más templado.

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Reinaldo Quijada


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