¡No somos impotentes!

Cuando la OTAN y Estados Unidos invadieron a Libia en 2011, casi me volví loco. Habrá que destacar aquí que viví la primera Guerra del Golfo, ese salvaje ataque por parte de EEUU y sus aliados en contra de un Pueblo inocente e indefenso de Basra, en el sur de Iraq. Durante mi estadía en esa región, me sentía impotente, al igual que me he sentido impotente frente a cada invasión y acción bélica por parte del imperio mundial capitalista, salvaje, inhumano, y bárbaro.

Aunque lo he intentado en muchas ocasiones, es inútil explicarle a una personas que no ha vivido la guerra o algún otro evento de barbarie, que es la guerra, los que se ve, lo que se vive, y lo que se siente. Es una pesadilla que no se puede extirpar del alma.

Durante diez años, en Canadá, donde viví por varios años después de haber regresado de India en 1996, traté de concientizar a la gente, pero nadie me paró. Ocurrió la invasión de Afganistán en 2001, y enseguida, la invasión de Iraq en 2003, pero nada. Después vino la invasión de Libia, y tampoco nada, y ahora Siria, y pronto Irán. Pero nada. Sigue el imperio capitalista mundial matando y torturando a inocentes que no tienen nada que ver.

¿Cuando vamos a despertar?

¿Será qué de verdad somos impotentes frente a la barbarie del imperio mundial capitalista?

¿Basta hacer declaraciones verbales o por escrito para liberarnos de nuestra complicidad en la matanza y en la destrucción de las vidas de millones de personas inocentes, y de la contaminación de nuestra Tierra Madre por elementos radioactivos?

En 2006, después de haber pasado diez años tratando de despertar a la gente en Canadá, quienes con sus impuestos contribuyen directamente a las matanzas, paré de pagar impuestos tributarios. Tuve que aceptar que yo, durante todos esos años, fui cómplice de las matanzas de inocentes, niños, niñas, y ancianos desarmados. Cada centavo que contribuía al gobierno de Canadá, estaba manchado de sangre. También paré de comprar “cosas” y decidí vivir con el mínimo. Paré de trabajar como contratista para las grandes corporaciones, y finalmente el gobierno me forzó a la bancarrota. Decidí minimizar mi inevitable contribución monetaria, intelectual y espiritual al sistema de muerte occidental. Decidí que no quería mas vivir con la sangre de los inocentes en mis manos, ni tampoco rodeado de zombies insensibles que no les importa un carajo lo que le están haciendo a los Pueblos “salvajes” del mundo entero. Por eso me mudé a Venezuela de manera permanente.

No fue tan difícil. Hay que tomar una decisión y aplicarla de la manera mas estricta posible, y poder al mismo tiempo aceptar todas las burlas en su contra.

¿Cual es la conclusión de estos pensamientos?

Si de verdad queremos contribuir al bienestar de la humanidad y dejar de contribuir a la maldad humana generada por el sistema capitalista salvaje mundial, lo que tenemos que hacer, de manera conjunta, como Pueblo sano que somos, es de inmediatamente dejar de comprar cualquier producto o servicio que tenga origen o que enriquezca a empresas norteamericanas y europeas.

Cada centavo que gastamos en productos importados o fabricados aquí, pero con dueños del norte, está cubierto de sangre de los inocentes. Pero hay que hacerlo. No basta rezar.

¡No somos impotentes!

oscarheck111@yahoo.com


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Oscar Heck

De padre canadiense francés y madre indígena, llegó por primera vez a Venezuela en los años 1970, donde trabajó como misionero en algunos barrios de Caracas y Barlovento. Fue colaborador y corresponsal en inglés de Vheadline.com del 2002 al 2011, y ha sido colaborador regular de Aporrea desde el 2011. Se dedica principalmente a investigar y exponer verdades, o lo que sea lo más cercano posible a la verdad, cumpliendo así su deber Revolucionario ya que está convencido que toda Revolución humanista debe siempre basarse en verdades, y no en mentiras.

 oscar@oscarheck.com

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