Los enloquecidos prelados

El primer mandamiento de la Iglesia Cristiana dice: Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente; el segundo mandamiento: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Ésto solo puede significar de que todas las criaturas que aman a Dios gozan de su protección, pero aquellas que odian a su prójimo en realidad no lo aman y ellas no pueden pretender ser admitidos al lado del Señor; menos los que concientemente han desobedecido su evangelio. El cristiano sabe que el basamento de la Ley de Dios radica en estos dos mandamientos. Pero ¿Cómo es algunos sacerdotes viven hiriendo a un hombre que procura hacer el bien y no lo alientan para que siga la buena senda y continúe ayudando a sus hermanos; a las personas que son las más necesitadas? ¿No es verdad que con la ayuda de los llamados hombres de Dios la cosecha de vida para los seres que sufren por la ignominia de otros hombres sería más acelerada, abundante y venturosa? Pero no, algunos sacerdotes son tan materialista que solo están pendiente de sus prebendas, de sus comodidades y de sus riquezas y solo se ocupan de asumir posiciones soberbias y anti cristianas, para nada acogen la humildad de los pastores de almas; son unos farsantes y por lo tanto lobos disfrazados de inofensivas ovejas.

Los verdaderos fieles a la iglesia de Cristo algunas veces quedan anonadados cuando ven y oyen a algunos de sus altos dignatarios expresarse en formas inadecuadas, directa o indirectamente, de algún otro ser humano. Es verdaderamente inconcebible que algunos jerarcas de la iglesia, sin ninguna clase de compasión, arremetan con palabras duras contra uno de sus muy “queridos hermanos” y critiquen su visión y acción sin darle el menor valor a lo poco o mucho que aquel comportamiento conlleve en beneficio de la gente siempre ignorada; y nada de lo que haga la persona tenga una palabra de aliento o reconocimiento por parte de aquella jerarquía cristiana, apostólica y romana. Cualquier observador puede notar en la expresión de la cara del alto prelado que declara o habla desde el púlpito como se refleja en ella la rabia, la furia y el odio que le corroe el alma al referirse a la persona a la cual ataca, lo mismo pasa cuando este prelado es escuchado por alguna emisora radial o televisiva, por el timbre de voz que la persona escucha se da cuenta de la profunda antipatía que le merece aquel de quien trata, y si es por algún medio escrito el lector solo puede interpretar la forma áspera con que se dirige a su hermano. Es por eso que la feligresía se encuentra perpleja, ella sabe que Jesucristo no predicó se usase tal rencor con la gente, ni siquiera con aquella que no siguiera sus preceptos; y entonces ¿Cómo es que sus más allegados deniegan de su doctrina?

Hugo Chávez Frías fue derrocado en Abril de 2.002 como Presidente de la República Bolivariana de Venezuela y el pueblo después de unas horas angustiosas manifestó que quería a su Chávez, fue tanta la fe de aquella gente que en 48 horas tuvieron que reponerlo en su cargo, y para ello el pueblo arriesgó su vida al congregarse frente a los cuarteles llevando en su mano solo un ejemplar de la Constitución de Venezuela, indudablemente que fue la fe demostrada por el pueblo venezolano lo que logra que los militares tomaran el camino que era el correcto; rescatar de su cautiverio a Chávez y devolverlo al Palacio de Miraflores. Tal acontecimiento fue y es todavía único en el mundo, nunca algo parecido ha ocurrido, porque si es verdad que algunos Presidentes de otras naciones fueron restituidos en sus cargos posteriormente de su caída, pero ésto ha sucedió pasadas al menos varias semanas y después de haberse producido centenares de muertes. Y más todavía, a los 8 meses de aquella jornada heroica del pueblo, se produce en Venezuela otro acontecimiento siniestro al declararse una huelga general nacional patronal y petrolera que dura 64 días continuos, algo jamás visto en otra parte del mundo, pero Chávez resiste en compañía de su pueblo aquella locura que por más de dos meses produce al pueblo incomodidades y penurias, pero sin embargo éste permanece firme al lado de su Presidente. ¿Es acaso que estos acontecimientos narrados no demuestran una protección divina especial para este ser humano? Entonces, ¿Qué quieren algunos altos prelados? ¿Será que quieren ver devastado y en ruinas a este país, Venezuela, por la demencial ambición de querer contemplar a Chávez caído, vilipendiado y huérfano de apoyo? Pues no, ésto es una indignidad de las personas que dicen profesar la creencia en Cristo; ésto solo es cosa de aquellos que rinden culto al demonio.

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José M. Ameliach N.


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