El eterno juramento de Bolívar

La brisa soplaba suave y fresca aquel 15 de Agosto de 1805, cuando Bolívar emprendía el rumbo hacia los horizontes de la lucha revolucionaria, cuya  travesía sería de truenos y relámpagos en los campos de batalla que lo llevarían a ganar  la  eterna libertad  de la patria. Esa  caminata de conversación profunda y fluida hacia el Monte Sacro, acompañada de pasos firmes en las zancadas,   obligaba a su maestro Simón Rodríguez y  a Fernando Toro a respirar profundo y a aligerar la marcha para no quedarse atrás. Como empujados por el destino,  la colina romana del Monte Sacro se vistió de atardecer  para escuchar las palabras de fuego sagrado, de no darle descanso a sus brazos ni reposo a su alma, hasta ver rotas las cadenas que oprimían la espina dorsal de los sueños suramericanos.

Sí, volando entre los sueños de las veintidós primaveras, credencial de rebeldía revolucionaria, si atendemos a que todo joven debe y  tiene que ser revolucionario, Bolívar se inspira en la nostalgia del futuro y con misericordiosa pasión lanza su juramento-compromiso ante los ojos de la historia y de su gran maestro: “Juro delante de usted, juro por el Dios de mis padres, juro por mi honor y juro por la Patria, que no daré descanso a mi brazo y tranquilidad a mi espíritu, hasta que no haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del yugo español”. Vaya juramento, vaya compromiso; sólo los grandes hombres asumen la vida para luchar por una causa que trasciende la mera existencia humana.

Precisamente,  liderazgos como el de Bolívar no se diluye en las batallas, ni en las victorias, ni en las derrotas, ni en la muerte, ni en el tiempo; al contrario,  el legado crece y con ellos las generaciones herederas de su pensamiento, se nutren de su esencia para seguir  sus palabras que quedaron regadas en el  eco del sonido de la palabra libertad. A pesar del caudal de desafíos, recorrió las líneas del tiempo para trazar la victoria en cada gesta. La independencia no era un tabú, sino una posibilidad cierta que estaba ahí, atrapada entre el miedo y el conformismo que establecía el sistema colonial, de por si capitalista, explotador y sepulturero de uno de los sueños más sagrados que aspira el ser humano: la libertad.

Al igual que lo hicieron los grandes hombres nacidos en este universo de Dios, Bolívar fue consecuente con sus ideales. Juró y sobre la base del compromiso y del empeño de su palabra, no descansó hasta romper las cadenas llenas de moho que por más trescientos años habían impedido el andar libre de la patria. Allá en Monte Sacro, entre colinas, entre susurros, entre visiones que pasaban como bolas de fuego caídas del cielo, la patria empezó sus leves movimientos,  suaves y ligeros, que luego se fueron potenciando hasta corcovear como corcel de brizna fuerte. Allí iba Bolívar, con la espada empuñada para romper cadenas, para abrir los surcos donde iría sembrando las semillas del trigo celestial de la libertad, que luego alimentaria  a varias naciones hermanas, que igual habían tenido los mismos padecimientos de sufrir las inclemencias del oprobioso sistema colonial. Ayer se cumplieron  206 años del juramento del Monte Sacro, por eso decimos que ese es el eterno juramento de Bolívar.

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Eduardo Marapacuto


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